"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

martes, 31 de diciembre de 2013

"Fue un acto de amor tremendo" o terrible


Miércoles, 18 de diciembre de 2013.
A Luis Tomasello: 
Quería darle las gracias por comenzar a leer estas líneas. Cuando uno se sienta a escribir nunca sabe exactamente qué es lo que realmente terminará escribiendo. Sé a qué me enfrento cuando veo el folio en blanco pero no sé cómo enfrentarlo. 
Podría escribirle sobra la (buena) suerte que he tenido repentinamente por poder ponerme en contacto con una de las personas que fueron (y son) tan cercanas para J. C. Podría escribir historias y más historias que tengo en mente relacionadas con J.C. o curiosidades o preguntas. Sin embargo, prefiero contarle una breve historia sobre mi padre.
Resulta que mi padre es un loco de la literatura, mi casa está llena de libros por todas partes. Cuando fue joven, tenía la colección completa de J.C. pero nunca llegó a hablarme de él. Lo descubrí no sé cómo, ni cuándo y mucho menos por qué. Lo leí y se me abrió un mundo, lo juro, y el amor dejó de ser lo que era para convertirse en algo que ni siquiera sé explicar. Se convirtió en una especie de magia real, dura y dolorosa , sobre todo, pura. Algo así como la literatura. El caso es que un día le pregunté a mi padre por J.C., le dije si tenía sus libros y me dijo que sí y que los daría para que los leyese. Me dijo que desde su juventud no había vuelto a leerlos porque terminó obsesionado y cegado, le cambió la vida y la perspectiva hacia el mundo. Advirtiéndome de que terminaría enamorada. Y así fue. He llegado a echar de menos a alguien a quien he tenido sólo en historias, historias que he querido hacer un poco mías.
No sé por qué le cuento esto a usted; supongo que es una forma de sentirme cerca de las historias sobre las que he leído. Supongo que porque usted puede entenderme mínimamente. Desearía poder aprender todo lo que va más allá de las historias escritas, aprender la esencia, aprender todo lo que quedó en los cafés de París de esos años, todo lo que quedó en Buenos aires. Ojalá nunca olvide aquellos años y ojalá yo no olvide este amor y aprecio que acabo de compartir con usted.
Espero que tenga un bonito diciembre y un bonito frío. Siga dejando huella en París.
Teresa Avendaño.
Yo me quedo con la historia que contó sobre el amor de J.C. y su forma tan natural de describirlo "fue un acto de amor tremendo", ¿tremendo o terrible? Para mí ella fue la Maga. Su Maga, y un poco la de todos. ¿Encontraría a la Maga? ¿Cómo no iba a volver a cruzarse con ella en el puente de madera debajo de la lluvia? Esquivando a los Cronopios y a los Famas, esquivando la autopista que quedó parada durante una eterna noche. Se encontraron allí al final de todo, donde se habían deshecho del mundo y el cielo estaba más bajo de lo normal. Debería saber que el mayor halagao que he recibido fue el suyo cuando llegó a pensar que yo sabía escribir. Ha compartido historias vividas con Cortázar, palabras, prosas interminables y asegura que una cualquiera sabe escribir. ¿Sabe? Cada día le escribiría una carta para que un día pudiese compartirlas con él y pudiesen recordar todo lo que quedó en las calles húmedas y frías en aquel febrero de los años 60. 
Hacía años que no escuchaba historias llenas de tanta magia como las suyas.
Las vuestras.
Mi padre se sentaba a los pies de mi cama y empezaba a contar relatos sobre años pasados y conseguía abrir mundos que llevaban muchos años cerrados y que usted a conseguido volver a revivir y no sabe cuánto se lo agradezco. Yo sé que no va a leer estas líneas pero sentir que nos hemos tenido tan cerca es suficiente para el resto de mi vida. Ha llegado a mí y yo a usted y, de alguna manera, estoy conectada con Montparnasse y con el cielo azul azul azul del que tanto me gusta hablar. 
En mi querido febrero hace 30 años que se fue el grande, tan grande como París en su última visita. 

"Tu sombra espera tras de toda luz"
terminó yéndose con esa frase y qué cierto. 

jueves, 5 de diciembre de 2013

Una de esas historias que nunca se cuentan pero que existen.

Es raro cuando pasas años sin verlos. Qué será de ellos, de sus vidas, sus amigos, sus amores, sus cervezas. 
Nos sentábamos en su terraza y empezábamos a beber y se hacía de noche y qué más daba, allí, una piña, un grupo. Amigos. Quedan pocos, pero quedan. El único cumpleaños que pasamos juntos me llevaron a un pub donde sonaba mi música preferida y nos pedíamos chupitos con nombres de películas y empezábamos a bailar, cantar, gritar y fotografías. Nos abrazábamos y reíamos y de allí no nos movía ni Dios. 

Una vez fuimos a la playa juntos en pleno mes de marzo, hicimos barbacoa y nos metimos en el mar tan normales. Como si fuese julio pero con frío y tronando. Parecíamos una postal, algo así, parecía uno de esos momentos que tienen que quedarse grabados para toda la vida por si acaso. Por si acaso. El por si acaso se cumplió y nos quedamos sin postal pero no pasa nada. 

Nunca he escrito sobre ellos porque nunca he sabido cómo definirlos (y, ojo, sigo sin saberlo), sólo sé que les daba igual ocho que ochenta y que vivirlo todo era la máxima preocupación. Cuánta vitalidad, eran increíbles. Una noche decidimos pasarla a base de cafés en la biblioteca e incluso ahí lo daban todo, absolutamente todo. No dejaban nada para mañana. Cómo no nos íbamos a enamorar. Hubo una época que nos íbamos a un muro que había en la ladera de la montaña con vistas al mar y a los edificios más altos de la ciudad, nos poníamos a fumar y contar historias sin sentido pero con gracia. Jugábamos a que nuestras manos podían coger a las personas que, tan diminutas desde ahí arriba, paseaban por la ciudad y podíamos cambiarlas de sitio y darles palmaditas y hacerlas volar, todo aquello nunca ocurría. Todo lo que nunca ocurrió. Le hablé mucho de ese sitio, durante meses y me dijo que un día teníamos que ir allí a ver todo aquello desde arriba. Casi viene, casi. Una lástima, le hubiera gustado. Porque le gustaba el mar, le gustaba el azul y le gustaba la inmensidad. Eso era inmenso. Y le gustaba yo (o eso decía). Nunca lo he tenido del todo claro. 

También fuimos una noche con el coche hasta la costa y sonaba Vetusta y cómo la quería, con su piercing y la piel tan morena y el pelo corto. Odiaba su nombre pero a ella le quedaba bien. Los últimos días los pasamos juntas en la piscina, yendo a conciertos y hablando de lo mucho que nos íbamos a echar de menos. Y qué razón. A veces es difícil encontrar tan buenos amigos. 

Pero, gracias a Dios, sólo a veces. 

martes, 19 de noviembre de 2013

Cualquiera.

"La duración media de un abrazo entre dos personas es de tres segundos. Pero los investigadores han descubierto algo fantástico: cuando un abrazo dura veinte segundos, se produce un efecto terapéutico sobre el cuerpo y la mente. La razón es que un abrazo sincero produce una hormona llama Oxcitocina, también conocida como «la hormona del amor». Esta sustancia tiene muchos beneficios en nuestra salud física y mental; nos ayuda, entre otras cosas, a relajarnos, sentirnos seguros y a calmar nuestros temores y la ansiedad. Este maravilloso tranquilizante se ofrece de forma gratuita cada vez que tenemos a una persona en nuestros brazos, que acunamos a un niño, que acariciamos a un perro o un gato, que estamos bailando con nuestra pareja."
Dices que no puedes mirarme y mi cara se vuelve tu signo preferido de interrogación y si tú no me miras no sé qué hacemos aquí. 
No puedo mirarte. 
Lo sueltas tan tranquila, como el que pregunta la hora o como quien habla del tiempo. 
Y yo te miro y miro tus manos frías y te juntas porque hace frío y nos estamos helando, es normal. 
Ya te arrepentirás de todo. 
Otra vez. 
Lo lanzas, me miras, te callas y dejas de mirar, de mirarme. 
Qué tonta. 
Me refiero a mí. 
Sí, como si no lo supieras, como si no lo supiéramos. La historia que no fue porque, sencillamente, no pude ser. Como tantas historias que terminan encerradas en un cuaderno viejo y lleno de polvo. La historia interminable. Y qué le hacemos. 
Es para llorar, te digo. 
Fue para llorar. 
Tú ahí, helándote con el corazón en la mano. Yo aquí, con un bloque de hielo en forma de corazón. Es para llorar. Siempre lo fue. Porque no fue, no pudo ser, es que no pudo. No pudimos. O no pude, lo siento. Ya lo sabes. Lo siento, de sentir. Te prometo que siento algo, aunque sea dentro de un bloque de hielo. Debilidades estúpidas. 
Sí, es para llorar. 
Pero yo no sé llorar(te). 

Te he roto el corazón sin saber que el mío estaba ahí dentro y ¡vaya por Dios! Dos corazones rotos al precio de uno. Está jodida la economía, hasta decir basta. Y, visto lo visto, era verdad eso que decíamos de que nos íbamos a querer siempre. 
Siempre. 
De siempre. 
Qué locura, qué tú. 
Que se lo digan a la parada de metro mojada por la lluvia o al frío de noviembre que se te mete por los pies y te cala hasta los huesos. Tus huesos. Los de la muñeca, rayados por un corazón dibujado a rotulador y con prisas. 
"Dibújame un corazón cualquiera", decías. 
Y el cualquiera se ha convertido en un corazón tan particular y específico que creo que me he quedado sin corazón propio y ahora cuelga de tus manos, de tus finas muñecas. Y qué hacemos ahora.

Lo que pudo ser y no fue. 
La historia interminable. 
Donde nadie es capaz de dibujar un pequeño punto y final. 
Por si acaso. 
Porque claro, nunca se sabe.


miércoles, 30 de octubre de 2013

Y qué será de ti

Cómo te irá la vida. Me lo pregunto todos los días (y si me echas de menos pero eso prefiero no pensarlo mucho). Veo todos los días a tu hermana y nos saludamos desde la distancia. El otro día se iba a acercar a mí para preguntarme qué tal pero hice un gesto, alejándome y no vino. Menos mal. Hoy la he estado mirando en el autobús y me ha recordado tanto a ti que no lo soportaba. Está muy guapa, seguramente tú también. Echo de menos tu casa y cómo olía tu salón. O la comida de tu madre o a tu perro. A tu perro también lo echarás de menos tú. Echo de menos tener prendas de tu ropa en mi armario y que huela a ti. O que llegases tarde o coincidir en el autobús o "el mundo irá realmente mal cuando nos separemos", ya me dirás tú qué hacemos ahora. Hay una canción que lleva tu nombre, habla de monstruos. "Unos monstruos mueren y otros vuelven". Tú eres de los que vuelven, así, cada poco tiempo envías señales que llevan tu nombre y yo me vuelvo loca. Tu maldito nombre. Te echo tanto de menos que podría explotar. Hace poco pensé en llamarte durante un concierto porque me imaginé que te gustaría la canción, ya sabrás que no lo hice. No puedo. Ni siquiera seguirás siendo tú, ni siquiera sigo siendo yo. Podría invitarte a varias cervezas, sentarme delante de ti y contarte mi vida de estos últimos años. Podría contarte que llegué a escribir una carta de amor (y la envié) o que volví a joder a algunas personas. Podría contarte cómo terminó la historia de la Niña Imantada o cómo me acuerdo de ti cuando paso por determinados lugares de la ciudad. Tuve que quitar las fotos de la pared porque todavía escueces, quién te lo iba a decir. En realidad, nadie. No lo vas a saber, no te lo voy a contar. Y sí, deberías saberlo. Ser lo que fuimos. Escuchar críticas de todos los que me rodean, qué más da. Yo te quiero aquí los viernes por la noche escuchando música, comiendo pizza y hablando con mi madre. Te quiero aquí los jueves por la tarde paseando a Lucas, los domingos en tu casa tiradas en el sofá o en cualquier concierto bailando o saltando como locas, gritando como nunca. Ya no recuerdo ni cómo era tu coche por dentro o tu sudadera favorita o la canción de tu vida. Ni descubrimos canciones ni hablan de nosotras. 

Hace poco abrí una de esas cajas que están mejor cerradas y ahí dentro estabas tú. En forma de canciones, de cartas, de fotografías, de pulseras, de entradas, de tickets, de billetes de avión. Ahí estabas tú, con tus rizos, tu maquillaje, tus tonterías. 


Y claro que volveremos a sentarnos en la terraza de alguna cafetería o a recorrer París. 

sábado, 26 de octubre de 2013

Abismos.

Con el vértigo que yo tengo, que te tengo. Me engancho a tu cintura y pierdo la cabeza y la distancia de mis zapatos no llega ni a tus rascacielos, ni rozo las nubes ni me tiro desde ellas. Irene me habló una vez de alguien que estaba enamorada de los suicidios, de las alturas incalculables, de tirarse por la ventana con los cristales más brillantes y dejarlo todo al azar. Tirarse de cabeza, decía. ¿Tirarse de cabeza a qué? Si ni siquiera te ha olido el pelo o la camisa. Tirarse de cabeza, a las personas. Y me contó uno de esos secretos que tenemos que compartir para dar el salto más grande en el charco más profundo: tirarse de corazón. 
Tirarse de corazón. 
Tirarse de corazón.
Tirarme a tus abismos. 
Desde tus ventanas. 
Saltar desde tu cama. 
O el vértigo de tu barriga, 
de tu piel, 
de todo lo que hay debajo del jersey. 
Y mi pecho destrozado y cada trozo descosido. 

Miedo a las alturas, a tus alturas. a tus distancias. Sin llegar a comprender por qué la distancia que más duele no es la del ático ni la del Ártico, sino la de tus manos. El espacio entre tus dedos y los míos. El espacio que has creado entre nosotros donde sólo existen asteroides y cometas que no saben ni a dónde van a llegar y a ti te da lo mismo y a mí me da distinto. 

Tirarse de corazón. 
Tirar de tu corazón 
o algo así. 
Vivir en tu ombligo. 
Meter la cabeza en el jersey. 
Como un avestruz, ni siquiera puedo volar, ni siquiera conozco la Luna. 
Escondo la cabeza, me guardo el corazón. 

Pero Irene no sabía que tu corazón era de hierro forjado, de chapa inoxidable. Y lo tiro y no se rompe. Y lo mojo con mi hielo derretido y no cambia su color. Y lo golpeo con el mío y saltan los cristales, brillando un segundo. Más o menos como tú, como yo, lo que queda. 

Pero yo no sabía que el miedo a las alturas se superaba lanzándote a ellas y el miedo a ti, lanzándome a ti. 
Hasta que me tiré al vacío, hasta que me tiré a ti. 

jueves, 24 de octubre de 2013

Ellos tenían eso que nadie tenía.

Es curioso cómo pasa el tiempo y no nos damos cuenta. O cómo de caro puede llegar a ser el tiempo. Quién iba a decirme que seguiríamos aquí cinco años después. Después de la noche más mágica del escenario. Quién iba a decir que estaríamos todavía por aquí, sin vosotros. La noche que lo cambió todo y ni siquiera lo sabíamos. Cuando miras hacia atrás ves que tu vida ha dado un cambio inimaginable y te viene a la mente un día, un día marcado en rojo con rotulador permanente. El 24 de octubre de hace cinco años, llegó mi cambio. Mi cambio, la suerte, la casualidad, puedes llamarlo como quieras. Ahí estábamos, un día cualquiera que no sería cualquiera nunca más. De repente empieza a aparecer todo lo que buscabas y ni siquiera sabes por qué. Esperar merece la pena, lo prometo. 

Lo que me parece bien es que el grupo de mi vida se separase, nunca pensé que diría esto. Mi escritor favorito escribió una vez que todo dura siempre algo más de lo que debería y qué razón. Pocas frases se nos graban en la piel hasta hacernos sangrar. Tengo que decir que debemos retirarnos en el momento justo para ser eternos. Si esperamos más seremos olvidados y si esperamos poco nunca seremos recordados. Hay que aprender a irse y no volver, hay que aprender a quedarnos escritos en la historia y nada más. Voy a escribir sobre ellos para no olvidarlos, para que sepan que se fueron cuando estaban en la cúspide, se fueron cuando debieron irse y me alegro. Se fueron siendo queridos, siendo grandes y siendo héroes. Lo que no sabía entonces es que era la última noche y qué mejor forma y qué mejor recuerdo y qué mejor que ellos. 

Si viviese en Hogwarts y tuviese que invocar un patronus, recordaría a Chema mirándome, sonriendo y señalándome con el dedo "a ella, esto es para ella". Recordaría sus saltos, recordaría los gritos envasados al vacío de Elena, recordaría a Berta diciéndome que tengo un don y recordaría una frase que decía algo así como "si tú quieres, seguro que volverá" y volvería. Volvería allí, volvería con ellos, volvería el don, la suerte, el móvil sin batería, la botella sin agua, el cuerpo cansado por el peso de la felicidad. Pero volvería. ¿Quién no? ¿Quién no quiere girar la cabeza y ver que detrás hay nueve mil personas esperando para llegar hasta donde estás tú? Tú. Allí. Parada. Allí. Consiguiendo lo que llevabas esperando toda una vida. Que lo sueños se cumplen y no teníamos ni idea de ello y que quien la sigue la consigue, qué verdad. Y el verde de las zapatillas era tan verde que la esperanza se quedó sin color y la llevaba yo bajo mis pies. 

Creo que la historia nos da un golpe de suerte y ahí decidimos si creer en ella o no. Decidimos si queremos crear nuestra racha de suerte o si queremos que se quede en una noche con magia y ya. Para mí fue una vida con suerte. Incluso cuando llegó la noche más negra un año después y mi abuela pensó que era mejor irse, incluso cuando me perdieron por el camino, los perdí a ellos y me perdí yo misma. Incluso cuando vi la muerte delante de mí, incluso después de todo, aquí esta la suerte. Aquí estamos. Poco a poco y día a día y todo por una noche, una bendita noche.

Esa noche la felicidad nos aplastaba. Y lo que daría por esconderme en un armario, pensar muy fuerte en esa noche y volver allí y vivirla una y otra vez.

"Gracias, fue tan bonito por darme tanto."

Momentos congelados. Me da igual la calidad de la foto.









lunes, 21 de octubre de 2013

Pretérito im-perfecto.

Y, cuéntame, qué fue de Rocamandour. Qué fue de la Maga sin Rocamandour. O qué fue de la Maga sin ti. De ti sin la Maga. Qué fue de los cigarros mojados cuando cayó la noche en París en febrero de aquel viejo año. Qué fue de los charcos donde la Luna era más grande y se movía haciendo ondas cuando tiraste aquel papel con la dirección del café. Qué fue de tu bufanda medio rota, de tus guantes con agujeros, de tus bolsillos vacíos, de tu corazón hasta arriba de nieve. Qué fue de sus ojos con pintura corrida, de sus labios medio rojos medio nada, de sus manos congeladas, de su corazón caliente. Qué fue del reloj que sonaba a media noche cuando la ciudad se apagaba, del café au lait, del mate de más. Qué fue de aquellos cuadros que hablaban de ustedes dos, de sus libros, sus escritos, su pluma sin tinta, su cama revuelta, sus sueños deshechos. Qué fue de tu francés con un toque argentino, del pelo mojado. 

Qué fue de sus fantasmas, sus sombras, su nombre en mitad de la madrugada, su voz partida, sus dedos larguiduchos, sus dientes imperfectos, sus pecas en el cuello. Qué del día en el que todo duró más de lo que debería, del día en el que Madame Léonie leyó las líneas de sus manos y aparecían tus recuerdos o del viaje a Buenos Aires. Qué fue de los tickets de metro, del río sinfín, del invierno más frío de la historia, de lo efímera que fue la Maga, de la niebla. Qué fue del amor, l'amour, la vie. 

Qué fue de la Maga. De la Maga sin ti. De ti sin la Maga. De ti sin ti.

sábado, 5 de octubre de 2013

Nos aburríamos en la universidad y esto era mejor.

La vida, podría decirse, que era aquello que pasaba mientras me enseñaba dibujos; me descubría canciones en francés; se sentaba conmigo en una acera de Malasaña tras pasear por Espíritu Santo o decidía soltar el globo rojo, reivindicándome que ella también quería volar lejos de mí y cómo la entendía y quién se negaba a ella, quién. 

Me contaba que nunca llegó a recoger la camisa negra de encima de la silla por si los demás recuerdos borraban nuestras huellas. Y su cama, por las noches, se convertía en un metal gigante con imanes en forma de niñas y nuestras iniciales escondidas. 
Y, bueno, hace ya que se gastaron mis cuerdas vocales contigo y por eso no te puedo retener. Dime cómo te vuelvo a avisar si mi voz está rota y se quedó cerca de la plaza con un nombre que no recuerdo, donde está la historia escrita entre libros viejos de la librería Aleph

Tu nombre capicúa ha convertido todo esto es capicúa y yo ya no sé si es el final o si estamos volviendo a empezar o qué. Lo has revuelto todo y está bien, qué más da. 

¡Y mira que te hielo y mira que me hieres y viceversa!

martes, 17 de septiembre de 2013

Cómo salvar una vida.

Cómo salvar una vida.

Esa vez hubiese salvado mi propia vida, hubiese escrito mi propia historia con un final diferente. Y si... pero no.

Pienso constantemente en salvar vidas y no me paro a pensar que quizás primero deba salvar la mía. Todo empieza cuando no tienes el suficiente coraje para abrir una puerta que separa tu mundo del suyo y viceversa. Todo empieza cuando el miedo gana la primera batalla y lo que viene después ya lo conocéis.

Siempre me he preguntado qué hubiera pasado si me hubiese puesto esa ropa pálida para entrar en la habitación; siempre he pensado que si hubiese atravesado ese pasillo la podría haber salvado de la eternidad azul pero un día me hago mayor (las cosas de la vida) y me doy cuenta de que su eternidad azul ya había empezado mucho antes de que yo decidiese o no abrir esa puerta. Me doy cuenta de que nunca la podría haber salvado pero sí me habría salvado a mí, me habría salvado del pánico que te inunda los ojos cuando ves cómo se va un pedazo de tu vida. Una de esas bases que terminar rompiéndose y dime tú quién puede repararlas.

Quizás ahora no tendría que recordar constantemente quién soy si me hubiese puesto aquella ropa o si le hubiese dado un beso aun sabiendo que nunca lo recordaría, quizás ahora no quemaría su ausencia por dentro y tampoco me preguntaría cada noche si ella sabe lo que yo necesito que sepa. Aquello que no puedo escribir por si acaso.

Tres años y cuántos cambios. Parece que llevamos una vida sin vernos y sólo son tres estúpidos años y qué raro está todo por aquí, ni te lo imaginas (aunque me gusta pensar que lo sabes de sobra). También me gusta pensar que cuando sueño contigo es porque has decidido venir a visitarme, una vuelta, una ida, no mucho. Lo de siempre. Lo que ya no queda.

Y, por cierto, Lucía está preciosa.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Magnética

Al final la han rescatado del borde del precipicio y cómo me alegro. Por lo visto existen más personas con imanes repartidos por todos los rincones exquisitos del planeta y, gracias a no sé muy bien quién o qué, ella se ha chocado con uno de esos imanes que te atraen y no te sueltan, encima es su polo opuesto. 

Se besan en los parques y comparten las copas y justo escribo sobre ti y apareces. Se abrazan para las fotos y se tiran el secador a la cabeza y se gritan y vuelven a quererse, siempre vuelven. Eso me gusta, yo nunca volvía. 

Ella pensó que era mejor dejarme grabada en su piel en forma de tinta y corazones y nunca le di las gracias. Me gustaba más asustarme y decirle que estaba loca y ¡vaya ocurrencia! Sin saber que era lo más bonito que harían por mí: demostrarme que hay una persona en el universo que jamás me olvidará; todavía estoy decidiéndome si eso es algo precioso o algo terrible. Para qué mentir, asusta bastante. Ella es capaz de formar parte de mi vida hasta el fin de la eternidad, es capaz de transformar los huracanes en movimientos de alas de mariposas y una estúpida canción en un himno para el amor. ¿Cómo no la iban a rescatar del naufragio? Y sabemos que el futuro es lo de menos pero alguien que le pone tu nombre a las calles más bonitas de la ciudad, tiene un futuro pluscuamperfecto asegurado (y en compañía.)

Que te sigan salvando las noches, yo prometo cuidar lo que queda de nuestros imanes. 

domingo, 8 de septiembre de 2013

8 de septiembre y ya no escuece.

Nos dijeron que al final lo único que quedaban eran las canciones. 
Yo creo que al final lo único que nos queda son las fotografías, las cartas, los billetes de avión, las entradas de cine de cuando compartimos la película de nuestra vida o la cucharilla de plástico del helado de chocolate que nos comimos antes de entrar al fotomatón. También quedan las paredes recién pintadas para olvidar las marcas de cuando íbamos al instituto y nos pasábamos las horas riendo y, a veces, (sólo a veces), abro las cajas donde quedaron las pulseras que nos regalábamos o los dibujos de cuando no habíamos cumplido ni los once años. Todo lo que está pero ya fue. 

Probablemente las imágenes sirvan para recordarnos que fuimos más felices de que lo pensábamos, más felices de lo que somos ahora y quién sabe, a lo mejor un día volvemos a los días sinfín. A lo mejor reestrenan El Rey León por tercera vez en la gran pantalla y las lágrimas son las mismas que  las de aquella vez. 

Es lo que pasa cuando veo las fotos viejas y descuidadas, cuando llevábamos ese peinado (¡por Dios!) y pienso que nada será igual y menos mal, menos mal. Supongo que es 8 de septiembre y ya no escuece. No escuece porque curamos la herida. 23:38 de la noche y no he vuelto a arrepentirme de todo lo que ya no es. El caso es que cuando veo ciertas fotografías me acuerdo del huracán que creamos en la ciudad, me acuerdo de los secretos mejor guardados y me acuerdo de los que no están. Vamos y venimos y es una lástima cuando nos olvidamos de todo lo que hemos vivido. 

Las fotografías perduran en la memoria para recordarnos que todo fue real y que fue mejor de lo que creímos en ese momento, claro que fue mejor. Fue mucho mejor. Los recuerdos pueden cambiar la historia y París puede conseguir que la rotación de la Tierra cambie su sentido. Y las fotografías, bueno, las fotografías pueden conseguir que el mundo se detenga. 

Y de septiembre mejor no hablamos. 

martes, 3 de septiembre de 2013

Un futuro inexistente.

Quedaos con esos años y con la magia de pasar seis horas diarias con las personas imprescindibles. Si pudiese volver a otra época, volvería a los años de instituto. Los años más interminables de nuestras vida pero que, lamentablemente, terminan. Y sueñas con el fin cada día y cuando llega... sueñas con el principio. El día que empezó todo. 

Nosotras éramos las mejores, así, sin excepción alguna. Teníamos ahí nuestro futuro. Las historias de amor, los amigos y nuestra vida, en resumen. Teníamos un hueco hecho, un espacio que nos habíamos ganado entre esas paredes que a veces (y sólo a veces) parecían una cárcel de la que nunca podrías salir. El futuro estaba allí fuera y nosotras éramos tan tontas que no pensábamos que lo mejor era lo que teníamos. Teníamos una imagen, una identidad, un lugar donde pasar las horas. Recordábamos quiénes éramos, lo teníamos presente cada día. Hasta que llega el fin. 

Un día decidimos que no volveríamos a pasar por allí porque nos dijeron que no podíamos volver al sitio donde habíamos sido felices y qué razón. Así lo hemos hecho. O volvíamos juntas o no volvíamos, y la palabra "juntas" se ha desvanecido tanto que ya no recuerdo su significado. 

Ahora hablamos del futuro. Del futuro que no tenemos en un país que parece que no existe. Hablamos de todo el esfuerzo sin recompensa y de lo lejano que quedará todo esto mañana. Y recordamos todas las historias que nos inventábamos en aquel instituto sobre nuestro futuro. Nuestro futuro, como si nuestros futuros fueran de la mano y sólo necesitásemos un futuro para todas. Qué estupidez. 

Ahora nos limitamos a hablar del futuro, sin nuestros y sin nuestro. Hablamos del futuro a secas porque no tenemos un futuro que nos pertenezca. No tenemos nada. Ni siquiera un segundo idioma bien aprendido para terminar en una radio extranjera hablando sobre música. Parece que poco a poco perdemos la identidad (o nos la roban) y a veces nos cuesta recordar quiénes éramos o quiénes somos y es una lástima. 

¿Y si no queremos movernos de aquí? El sitio que nos vio crecer. A lo mejor nos hemos hecho mayores y hemos echado raíces y ni siquiera lo sabíamos y es un problemón porque nos están echando sin querer-queriendo. A lo mejor los Estados Unidos no nos gustan tanto como pensábamos y resulta que las calles viejas del centro de Sevilla nos transmiten mucho más que el Empire State, es que no lo sé. 

Lo que no sabíamos es que los que están arriba tenían el poder de nuestras vida, de nuestros estudios, de nuestros sueños y de nuestras historias. Han decidido que abandonemos todo lo que hemos ido construyendo. Y creen haber conseguido que olvidemos todo lo que fuimos y que borremos todo lo que nos ha llevado hasta aquí y lo que no entienden es que nos pueden robar el futuro pero no nos pueden quitar las historias que hemos ido creando hasta llegar a nuestra propia cima. Todavía tenemos identidades y olvidar quiénes somos sería caer en el error que está cayendo sobre nosotros. 

Volvería a los mejores años de mi vida donde todo estaba moldeado a nuestras vidas y donde lo conocíamos todo (y a todos). Volvería a las declinaciones del Latín y al abecedario griego. Volvería a nuestro sitio de siempre y volvería con la mejor compañía que el universo ha conocido hasta ahora. 

Pero no se puede volver al lugar que te hizo feliz porque la vida da tantas vueltas que quizás ya no es lo que era y nosotros no somos lo fuimos y, bueno, el pasado pasado está. 

miércoles, 21 de agosto de 2013

A pesar de lo raro.

A veces manda señales indirectas para demostrar que sigue ahí, que permanece y lo tranquiliza todo. Será cosa de los imanes. A lo mejor el problema de nuestros imanes es que tienen los mismos polos y claro. Me repite que no me odia y que en Madrid sí se ven las estrellas pero que no supimos verlas, pero que incluso sin estrellas Madrid siempre suena bien (y qué verdad tan verdadera). 

Nunca se va, nunca falla. Ojalá no me lea y no se entere nunca de que cuando la eché todo esto se quedó parado y las luces de las calles del centro de Sevilla empezaron a fundirse y la tienda 24 horas no ha vuelto ser la misma y tiene sus huellas capicúas en las máquinas expendedoras y los 24 me hablan de ella y a veces me entero de que los imanes terminan desgastándose y tengo vértigo porque todo esto son precipicios. Y ojalá no sepa que Canción de amor y muerte lleva su historia entre líneas o nuestra historia o lo que ha quedado de ella. Está todo contagiado. Las postales de Alemania parecen paraísos artificiales y las cartas de tinta azul hablan por sí solas y cada vez que las abro me cuentan recuerdos nuevos que ni siquiera había grabado y así no se puede, de verdad que no. 

Y tus vicios son tan míos que ya no sé cómo deshacerme de ellos. 

Y es que a pesar de la muerte, de la vida o la suerte yo siempre te querré, ¿no lo ves? Es un cuento y lamento que no haya un final, de momento. 



sábado, 17 de agosto de 2013

Y menos mal.

Y menos mal. 
Menos mal que, como me han dicho hoy, tú me cuidas todos los días y yo te cuido por las noches. Y menos mal que aparecías con tus gafas y recordaba cada detalle de ellas y que cuando me las ponía de pequeña me mareaba. Y menos mal que sabes que he estado siempre y que entonces también estuve, pero ya sabes. Menos mal. Lo horrible de los sueños es que las voces no las escuchas y los olores no los sientes. Lo bueno es que recuerdas lo que nunca ocurrió y cada detalle que creías olvidado. 

Lo que no ocurrió aquella vez es que la fiebre te hacía reír y me dabas la mano y yo te decía algo así como "yo te voy a ayudar, ven, que te llevo a dar una vuelta". Tampoco ocurrió que te quedabas dormida y ya pasaba todo, ojalá. Aunque cómo te ibas a quedar dormida sin más si eras (y eres) capaz de controlar hasta mis sueños. 

Menos mal que de vez en cuando te acuerdas de mí y decides pasarte unas horas por aquí dentro y me das conversación y ojalá lo hicieras todos los días (y ojalá hubiera diecisietes que no hubiesen existido nunca.) 

Así, con el punto final dentro del paréntesis por si acaso. 

Ven, que te llevo a dar una vuelta al banco de siempre en el parque de siempre. 

lunes, 12 de agosto de 2013

Yo voy a estar siempre.

Aunque estés al otro lado del charco. Aunque nuestras calles estén desgastadas, la piscina vacía y el césped seco. 


Y lo mal que está todo ahora.

(Lo gracioso es saber que nos estamos yendo sin darnos cuenta. Y que yo no sé estar después del huracán que creasteis juntas y tú no sabes si acercarte más o alejarte del todo y piensas que he elegido y yo nunca elegiría. Porque, ya sabes, elegir es renunciar y yo nunca renunciaría a ti.)

Pero no lo sabes.

lunes, 5 de agosto de 2013

En letras mayúsculas y gigantes.

Sé que su color favorito era el azul y su número preferido era el siete; sé que adoraba diciembre y nunca me contó por qué; sé que amaba la música y que odiaba que la viesen sin maquillar; sé que le gustaba ir a la playa los primeros quince días de agosto y que cuando quería se dejaba la piel pero le duraba poco; sé que se llegó a imaginar la vida sin su madre y sé que ese desastre le frenó lo pies; también sé que le faltó tiempo para volver a atacar y que destrozó todas las vidas que tenía cerca; sé que un día quiso arrasar con su equilibrio y se terminó cayendo (y me tiró con ella); sé que junio le dolía tanto como a mí y que las fotografías nunca consiguió borrarlas. Sé que se acuerda de mí y sé que el 31 de diciembre no ha vuelto a ser igual; sé que pensó que el día que se fuera sería porque el mundo iba realmente mal y sé que llegó a creer que el mundo iba realmente mal. Al igual que sé que algunas de sus letras favoritas llevan mi nombre y que febrero le recuerda a mí. Sé que siempre llenará su cama con cualquiera cuando esté sola y recordará el día que fuimos insuperables; también sé que ella dijo que éramos uña y carne y que no supo controlarlo. Sé que llegó a creerse tan gigante que dejó de verme; sé que echa de menos la comida de mi madre y el olor de su coche; sé que sabe que no puedo odiarla y que hay cosas que no se superan. Sé que para ella mi nombre siempre seré yo, que el color verde esconde mi historia y que el veinticuatro le habla de mí. Sé que recuerda a mis héroes, mis batallas, mis ahogos y mis promesas. Sé que a veces suena el teléfono y piensa en las tardes eternas colgadas a él, sé que no ha vuelto a discutir como aquella vez y sé que sabe que lo sé todo. Sé que los conciertos ya no suenan igual y que los veranos han perdido un poco de color. Sé que hay lugares que llevan nuestras huellas y que otros no saben ni que existimos; sé que vive al cruzar la avenida que separa nuestro mundo y que nunca la volveremos a cruzar. Sé que no está y que sabe que no estoy. Sé que odia los tacones y adora los vestidos y no conoce el libro de su vida (todavía) y le gusta reírse y llorar a partes iguales. Sé que un día se arrepintió y no lo intentó. Sé que la Teoría del Óvalo nos volverá a unir constantemente cada X años y que falta poco para que vuelva a pasarse por aquí. Sé que hace un año volvió a pensar que perduraríamos y que el fútbol sin nosotras ya no sabe igual. Sé que su memoria no borra París y que cuando mira el reloj y es la 1:10 se le aparecen mis ojos en la retina de los suyos. Sé que sigue soñando con que la Torre Eiffel es un gigante que nos llega por las rodillas y que una vez nos abrazamos y creamos el universo. Sé que sabe que no volveré a escribir sobre ella durante una temporada y que su nombre dejó de salir en mis conversaciones. Sabe que recuerdo al amor de su vida y sé que recuerda el amor de mi historia. Sé que las letras mayúsculas le hacen pensar en nuestras últimas horas y que los servicios del final del pasillo hablan del día que la miré y le dije "no me mires que me pongo a llorar" y me puse a llorar porque no dejaba de mirarme. 

Sé que sabe que me hizo un agujero en el pecho y no hay manera de taparlo. 

sábado, 3 de agosto de 2013

Tu mala suerte.

Quiero ser tu mala suerte y que quieras deshacerte de mí. Quiero que nos crucemos por nuestro rincón favorito de Madrid y quiero que me leas tus libros y que me empapes de música. Quiero que te pierdas entre la gente de las noches más oscuras y acabemos en la Puerta del Sol detrás de la boca de metro o detrás de tu boca. Quiero que me enseñes tus playas y tus acantilados y que te tires conmigo. Quiero que me olvides y nos volvamos a encontrar y otra vez de cero. Quiero que no te importe el sitio, que me lleves a los parques de las fotografías y me digas que vas a matar a los monstruos que no me dejan ver-te. Y quiero que me mires y quiero que seas mi noviembre y algún día perdido de febrero. 

Y quiero tus buenas noches.

sábado, 27 de julio de 2013

Tres palabras, un color y un número. Algo así me dijo.

Alternaban entre la filmoteca y la biblioteca. El séptimo día de todas las semanas quedaban a las siete de la tarde en la cabina de la esquina. Todas las semanas, el séptimo día. La cabina de la esquina, justo enfrente del portal número siete. Allí, donde el reflejo los convertía en la primera maravilla.

Se pasó el verano desabrochándole el bikini después de leer todos los títulos de las películas de la estantería. Por orden alfabético, horizontalmente, de arriba abajo. Manías familiares, le decía.

Y todo por el suelo. La ropa, los zapatos, las películas vistas, los libros leídos, las copas vacías, el helado terminado. Sólo una estantería,  un cuadro y un DVD conectado a la pantalla. Alguien se había llevado los muebles, como en aquella película. “Mi vida sin mí”. Marcas en las paredes de todo lo que fue, lo que no será.

Lo bueno de los cuadros más abstractos es que esconden las historias más abstractas, más curiosas, las musas jamás conocidas. Lo bueno de lo abstracto es que no te lo pueden arrebatar, eso le contaba ella todas las noches, antes de que se tirasen en el suelo.

Seis tonalidades de azul. Seis. El cuadro tenía seis tonalidades. Las contaban todas las noches y siempre obtenían el mismo resultado. Nada de tonalidades infinitas. Y se enfadaban, querían siete. Querían el número de la buena suerte, querían el número del arcoíris. Cada noche inventaban una nueva historia mientras miraban el cuadro. Ese día le tocó a ella contar la historia del azul. Por lo visto, decía, existían personas que cuando dejaban de estar, seguían siendo. Lejos, pero eran. El azul representaba a todas aquellas personas que no estaban pero que eran. Le habló de las personas que se habían ido involuntariamente y que, automáticamente, se convertían en azules. Los azules. “El día que yo sea azul me quedaré en este cuadro a vivir, para ser y estar”.

El séptimo día de la siguiente semana no se presentó.

Ese día había siete tonalidades de azul.  Siete. Como las maravillas, como los días de sus semanas, como el número de la buena suerte, como los colores del arcoíris. Su arcoíris personal, como las fases lunares.


El día más azul del año. 

miércoles, 24 de julio de 2013

Rompiendo el espacio-tiempo

Y aquel pintor se hubiese inspirado en nosotros para hacer una de sus obras más brillantes y cuando escribieras el capítulo séptimo habrías pensado en mí. En las siete maravillas, en los siete días, en las fases lunares, en el número de la suerte, en el número de mis pestañas multiplicado por infinito, en los colores del arcoíris y, especialmente, en las siete tonalidades del azul.

También me hubieses querido en el capítulo catorce y en el último hubieses vuelto a por mí, nada de imaginarme en los rincones más oscuros de tu mente. Entraste en “Shakespeare & Co” y te sentaste en las escaleras a leerme con tu voz grave y rota, dejando eco y huellas en mi espalda. Y, esta vez, me leíste de verdad; literalmente.

Llegaste a contarme que ella lo olvidó todo y cuando se cruzó con él volvió a engancharse y él recordaba hasta el último día y ella, sin embargo, parecía que había vuelto a nacer. Me contaste historias de cometas azules que se mezclaban con el cielo y diábolos blancos que se confundían con las nubes. Me contabas que mis dedos eran teclas de un piano de cola negro y que cada vez que me tocabas me convertías en música, como por arte de magia. Pero yo ya lo sabía; tú, por completo, eras magia. O el día que escribiste que podías convertir mis vértebras en las cuerdas de un violín.

Al final has aparecido en forma de canción y he recaído en el sonido de tu voz que llevo echando de menos todos estos años, como si antes lo hubiese querido para mí. Como si.
Has vencido al espacio y al tiempo, has inventado la casualidad más esperada haciéndola realidad con tu magia y has creado la conexión y es ahí, justo ahí, cuando has roto las distancias.

Hablabas de todos los libros que te quedaban por leer y también de los que habían cogido polvo en tu estantería, en el suelo y debajo de la cama. Cigarros apagados por todas partes, las sábanas revueltas, las cortinas echadas y mis medias en el sillón llenas de tus carreras y tus metas por llegar hasta mí. Otra vez tu voz. Me quedaría dormida escuchando cómo me lees (y esta vez me refiero a una de esas páginas que hablan del paraíso, de peces en los labios, de huracanes en el pecho).

Ahora voy a la entrada principal, paseo aproximadamente unos doscientos metros y giro a la derecha. Calle Allée Lenoir. La pequeña diagonal, por allí. Listo. Voilà. La tercera división, en círculos cerrados, rodeándolo, rodeándote. Y andar siete pasos. Allí estás sin estar. Parece que para llegar a tu cielo tengo que saltar la rayuela. Tú siempre igual.

Te prefería en el café Old Navy del Boulevard Saint Germain que en Montparnasse aunque, reconozco, que su rascacielos me acerca un poco a ti y en su azotea he dejado tus marcas con tizas.


Te has quedado en Montparnasse, con mis letras, mis lágrimas y mis ganas de que vuelvas a llenar todo de humo. Y tu voz, bendita sea tu voz.

domingo, 21 de julio de 2013

Agujeros negros.

A mí las alturas y a él le daban pánico los agujeros negros. Me contó una vez que de pequeño sentía especial interés sobre el universo y que su madre le había regalado un libro sobre las galaxias, las estrellas y sus temidos agujeros negros. "De pequeña vi cómo se apagaba una estrella y me gustó". "Y un agujero negro, ¿qué es?"

Se aferró más a mí, como si fuese a irme, como si supiera que lo iba a dejar allí con sus agujeros negros; así fue. Lo que él no sabía es que me fui porque me tragó mi propio agujero negro y nunca lo supo. Lo que sí sabía era que nunca debí marcharme, pero quién va a ser más fuerte que un iceberg, quién. 

"En el libro leí que existían agujeros enormes en el espacio que se tragaban todo lo que estaba cerca de ellos. Hay muchos por las galaxias y pueden absorber todo el universo y si llegamos a ellos podemos viajar en el tiempo." 

―Ahora también tengo miedo yo.

Literalmente. Decía que existían, que ahí fuera existían demasiadas cosas que todos nosotros desconocíamos. Y que el universo, en fin, el universo podía plantearnos preguntas hasta volvernos completamente re-locos y absorber todos nuestros re-cuerdos. Nunca he sabido si realmente era cierto pero cada vez que me contaba una historia yo me la creía. Confiaba tanto en él que la noche de la playa llegué a pensar que acabaríamos dentro de un agujero negro o de un aleph o viajando por uno de los brazos de la Vía Láctea. 

Creo que los fantasmas de ella seguían deambulando por los rincones de su mente y por eso se asustó cuando le pregunté si quería volver al pasado. "Al pasado no quiero volver nunca", decía. 
"Sé que puedes pensar que puedo cambiar lo que diga o que puedo cambiar lo que piense. Pero yo te aseguro que voy a estar contigo siempre."

martes, 16 de julio de 2013

Las veces que nos fuimos.

Las personas se van de nuestras vidas dos veces. La primera vez es cuando deciden desaparecer, porque tienen que irse o porque se convierten en seres azules o porque estaban de paso. La segunda vez se van cuando, inevitablemente, empezamos a olvidarlas. Cuando empezamos olvidando su voz, su olor, el tamaño de sus ojos o lo más importante: cuando olvidamos cómo era nuestra vida cuando esa persona estaba aquí. Cuando olvidamos todo esto, entonces (y sólo entonces), se van de verdad y no vuelven. 

Y por esto escribo, para que los grandes no se vayan nunca.

lunes, 15 de julio de 2013

De cuando me giré entre la gente y eras tú.

Me has atravesado, vertical y transversal. 

La noche de incendio que provocaste en Madrid la estuve esperando una eternidad y tú ni siquiera prestaste atención. Y mi grito perdió su eco en esa calle estrecha que veía cómo te alejabas cogido del brazo de vete tú a saber quién. Me hubiese ofrecido a ser tu cualquiera aquella madrugada, hasta dijeras que no daba para más. 

Siendo sincera, me hubiese enganchado de tu mano y te hubiese sacado de aquel bar oscuro que no me dejó ni escuchar tu voz, el bar donde perdí el miedo a las alturas cuando te vi llegar. Te habría alejado de las copas en las que decidiste que era mejor ahogarse solo. Y aunque la historia hubiese durado un número efímero de horas nocturnas yo me hubiese quedado hasta el final, hasta que el telón tuviese que bajar y hasta que las alturas volviesen a darme pánico, como tú. 

Lo que no sabes es que esa noche habrías tenido un millón de estrellas fugaces delante de ti, de esas a las que pides deseos que siempre se cumplen; tampoco sabes que desde el Templo de Debod te habría hecho sentir como Summer y Tom, sentados en un banco memorizando cómo amanece Madrid y grabando a fuego todos esos rincones que ya nunca serán descubiertos. Y, por supuesto, habríamos muerto de magia. 

Ahora has preferido irte, como quien no quiere la cosa. Has fotografiado uno de tus paréntesis y me has colocado dentro y poco más. Y ni un hasta luego. Por no hablar de tus buenas noches, de tus inexistentes buenas noches. Todavía estoy esperando que dejes de escribirlas para que vengas a dármelas o a hacérmelas o, al menos, que lo hubieses hecho en la madrugada de Madrid o yo qué sé. Siempre he sabido que querías algo de mí y ni siquiera ahora (y con ahora me refiero a este momento en el que ya no estás) sé lo que buscabas. Ni por qué yo ni por qué mi nombre ni por qué nuestra música. Nuestra música, es bonito. 

Por cierto, el veinticuatro te sienta bien. 

Supongo que me alejo de los monstruos porque no vas a venir a matarlos, supongo que ya no te aviso cuando reaparezcan por aquí. Siempre vuelven, aunque eso ya lo sabrás. 

Te hubiese reparado y me hubiese quedado para matar los monstruos, por ti y contigo. 

sábado, 13 de julio de 2013

Creo que esto habla de héroes y de cosas eternas, pero no me hagáis mucho caso.

Hoy escogería "Cuenta conmigo" como la película de mi vida. Habla de héroes y yo tengo la sensación de que tengo cierta fijación por los héroes, por los que perduran y creo que para ser eterno hay que dejar de ser. "Eso pasa a veces, los amigos entran y salen de nuestras vidas como camareros en un restaurante". 

No sé si me parece que fue ayer o realmente fue ayer. El caso es que estábamos sentadas en sofás y sillones, al rededor de una mesa (no sé qué mesa, no sé qué sofás ni qué sillones pero allí estábamos), hablando del tiempo, de los amores perdidos, de los amores que siempre hemos cambiado con las sábanas, de que alguna vez envejeceremos con alguien, de los próximos veranos, de los conciertos que venían, de Madrid probablemente, de las cenas futuras y de personas que se habían ido de nuestras vidas porque, en fin, estamos siempre yendo y viniendo.  
No sé qué día ocurrió exactamente porque nos reuníamos tanto que he perdido la cuenta y más ahora que no hay reuniones ni quedadas ni fotografías.  
A veces escuece y otras veces pasa sin más, la vida sigue y todos somos prescindibles para todos. Hoy es uno de los días que escuece. A lo mejor porque es verano y habíamos soñado estar en Gran Bretaña o a lo mejor nada tiene que ver, simplemente escuece sin más. ¿Quién me iba a decir que sin mover un dedo iba a quedarme sin noches de verano? ¿Quién nos iba a decir que nos convertiríamos en eternas con tanta facilidad? 
Los gigantes caímos igual que las únicas e inseparables y algunas personas de colores se han desteñido. Qué grandes y qué poco queda. Y ahora hacemos como si nada, como si fuera normal que no queden historias que contar, como si los días raros fueron los que pasaron y todo esto es la vida que queda. Sí, esto es lo que hemos dejado. Pero, ¿sabéis qué duele? Llegar todos los días aquí y encontrarme de frente con fotos y fotos de todo lo que fuimos. Sin separaciones, un bloque, una unidad. Lo que nunca será.  
Y ni siquiera notáis el vacío, ni siquiera tenéis recuerdos nítidos y yo me acuerdo de todo. Y os escribo para que no se pierda la eternidad y para demostrar que los héroes de carne y hueso también pasan a la historia.  
Toda esta carta, nota o texto viene por dos motivos: el primero (y no por ello más importante o tal vez sí) es que no tiréis a la basura vuestros nuevos pilares. Con nuevos pilares me refiero a que no perdáis el nuevo punto de apoyo que habéis encontrado en vuestra vida, no desperdiciéis aquello a lo que os estáis aferrando, por favor. Repito que todos somos prescindibles pero no volváis a perder el equilibrio; el segundo motivo es que no olvidéis. Simplemente  no os olvidéis de todos estos años. Aunque tengáis un mal sabor de boca, aunque no sepáis perdonar, aunque ahora penséis que todo va mejor (y de verdad que espero que os vaya todo siempre mejor), aunque sólo sea por la playa o los viajes o los conciertos o la música o las películas o las cenas o las ferias o los inviernos. No olvidéis nada y no nos olvidéis.  
Aunque pasen cien años siempre nos voy a echar de menos. Siempre. 

martes, 9 de julio de 2013

De lo que habría pasado si.

Creo que la historia de Oliveira y la Maga es digna de ser recordada. Todas las historias deberían estar escritas en una novela y ser convertidas en eternas. Y sí, creo que el amor verdadero es el que se va, es el que dura, es el que permanece y cuando quieras que vuelva sólo tienes que volver a imaginar a esa persona, imaginar que te la cruzas, imaginar que la miras, imaginar que la sueñas. Y ahí está la magia: en no pertenecerse nunca más, en soñar que un día cualquiera os vais a cruzar por las calles más oscuras de París. La persona que, de repente, se convirtió en el para siempre de la historia.

Quiero no quererte, ni tenerte, ser sin ser, estar sin estar, como hasta ahora, como nunca y como siempre y así (y sólo así) podemos hacer legendaria la historia. 

Oliveira llevaba razón, París nos destruye y tú eres como París. Destruyes, enriqueces, arrasas y me arrastras hasta el final. Y así fue como se encontraron, cuando dejaron de buscar, cuando dieron por perdido hasta lo que nunca llegaron a tener. Y más magia, lo inimaginable. Siento que estoy dentro de la historia y que un día él se levantará y dejará de verla por todas partes para encontrársela de frente, ahí, en el Ponts des Arts esperando a que ocurra nada para que cambie todo. Fumando, mojada, tiritando, esperando la casualidad de su vida, la más grande. Entonces él volverá a mezclar la realidad con la memoria traicionera y todo quedará en el encuentro fortuito y efímero. Y nada más. Pero, ¿qué más da? ¿Quién quiere alargar la historia que ha llegado a todos los rincones de nuestros cuerpos? ¿Quién quiere más si cuando llegas al último capítulo éste mismo te devuelve al principio y termina convirtiéndose en un sinfín de palabras con significados variados según la noche? ¿Quién quiere, realmente, un final con final? 

El mundo es un pañuelo y Buenos Aires y París nunca estuvieron tan cerca. Y yo (te) aseguro que la ventana desde donde se veía la rayuela (te) llevaba hasta el cielo. Y, ya sabes, el cielo está donde tú prefieras y el mío es tu habitación y el suyo era París y el de ella era Buenos Aires. 

No me preocupo porque nada nos separa, porque tú nunca llegas del todo, te quedas ahí en medio, lo calculas todo (incluso la distancia) y cuando el mapa de tu cabeza está terminado decides quedarte o irte y te odio por ello y te dejo de odiar. Si nunca te quedas, nunca te irás. No te quedes, ya me quedo yo por los dos. 

No sé qué ha sido de la Maga, pero fue, ¡por supuesto que fue! Fue porque nadie inventa a una persona llamada Maga o Lucía y hace como que no existe, porque es imposible cruzarte con la magia personificada e insistir en que sólo es una invención de todo lo que no ha sido. Y Cortázar se sentó con su Maga personal a observar las nubes y se quedaban allí años luz y se miraban y poco más. Pocas palabras, demasiado que decir y no quiero imaginar todo lo que dejó sin escribir. 

Un día decidieron separarse sabiendo que volverían a encontrarse, lo hacían muy a menudo porque sabían que terminarían en el mismo café, en la misma esquina o en el mismo puente. Desafiaban al destino y a las casualidades y siempre se encontraban y terminaban en la cama y cuando él se fue... Bueno, de eso no sé mucho más. (Pero volvió, las personas nunca nos vamos del todo. O eso me gusta creer).

Que nadie me venga a decir que no volvieron a verse nunca más, por favor. ¿Cómo no van a volver a tocarse, a sentirse? Y tú no te vayas a separar de mí ni a juntar, tú quédate quieto que yo me encargo de que te quedes mirando como un imbécil sin saber qué hacer ni qué decir. 

Personalmente, no puedo preguntarle a Julio Cortázar qué pasó porque, en fin, no llegamos a coincidir en tiempo y espacio; tampoco pienso investigar sobre la verdadera historia porque es mejor dejarse llevar por la imaginación y por la visión que tenemos del amor o llámalo X; tampoco espero contestación a la carta que le dejé en París pero sí que sé que las rayuelas te llevan al cielo y que su cielo se llamaba Maga. Y tiró la piedra y cayó en el número correcto de la calle correcta de la ciudad correcta y allí estaba. Con sus medias rotas, su cigarro consumido, sus lágrimas y su pelo mojado. Allí estaba. Las piedras no sólo están para tropezar, a veces nos llevan hacia el camino indicado. Y los recuerdos son dibujos hechos con tizas en el suelo y casillas de colores y que cuatro simples líneas pueden llevarte a la eternidad. 

"Te prometo una cosa: acordarme de vos a último momento para que sea todavía más amargo."

Y tú sigue parando el tiempo en abril.

domingo, 7 de julio de 2013

(Com)partir.

Yo sabía que se iba a morir de amor desde que le arrancaron la mitad de su vida, de su existencia, de sus años, de su historia, desde que su todo se quedó en nada. "Son las mitades las que te parten por la mitad". Y me ha cogido la mano gritándome un "no te vayas" y yo yéndome, como siempre. 

Se le ha olvidado sentarse a mirar la televisión porque la otra parte del salón se ha quedado vacía y ¿quién quiere mirar la televisión solo si llevas una vida compartiéndola? Como compartían las comidas, la habitación, las sábanas, los veranos, los inviernos. Como cuando él paseaba cerca de ella y ella se bañaba en la piscina esperando a que volviera. Como cuando ella aprendía a leer o hacía crucigramas o juegos para la memoria y él simplemente estaba ahí, a su lado. A su lado. Lo increíble que tiene que ser envejecer con alguien. Y ya no está, pero es. Siempre va a ser. 

Ahora todo se ha quedado frío. Y me mira y empieza a llorar y se termina rompiendo y yo intento coger los pedazos y recomponerla pero es más fuerte que yo. La mirada perdida, la voz muda, las manos temblando, las ojeras infinitas, la cara delgada y otra vez empieza a llorar. Romper a llorar, más cierto que nunca. 

De verdad que no puedo, que intento hablar de ella para que algún tipo de fuerza la haga invencible pero sólo me la imagino echando de menos a todo lo que fue y no será y me la imagino muriendo literalmente de amor. Morir de amor. Morir de amor por alguien que se ha ido, no lo soporto. 

Poco a poco se está volviendo azul y no sé si es horrible ver cómo una persona comienza a ser azul o si es maravilloso. 

Yo quiero que sean siempre. 

sábado, 22 de junio de 2013

H.

Mi mundo se acaba de paralizar. Supongo que junio y yo nunca nos hemos llevado del todo bien. Y a los demás les da igual que todo esto se haya congelado. Total...
Y no vernos más, ¿ya está? No voy a verlo nunca más, nunca. No tiene sentido que no vayamos a vernos, no me cabe en la cabeza. No entiendo cómo vuestras vidas no se han quedado paradas si se acaba de ir el héroe de mi héroe, un héroe por excelencia. O algo así. O se está yendo.


Y ella se va a morir de amor.

Madrid y sus imanes.

Ojalá te desintoxiques. Y ojalá el vinagre de las heridas lo cure todo y ojalá alguien se dé cuenta de que cuando caminas parece que vas flotando por las nubes. Ojalá tu imán enganche a una cualquiera que termine siendo tu cualquiera. Y ojalá Madrid no quede tan lejos y enseñes todos los rincones de Malasaña con globos rojos incluidos. Y ojalá tu cama no esté vacía nunca más. Y yo qué sé. Ojalá algún día entiendas que no soy capaz de olvidar tu rastro. Ojalá sepas que soy incapaz de no echarte de menos. Dejas una huella que me ha perforado entera.
Fue como ese miedo que sientes cuando te cruzas por la calle a una persona idéntica a alguien que se fue (o que echaste, no está del todo claro). Ese día rompimos todos los cristales y nos rompimos un poco entre nosotras.

Justo hoy, tu mismo pelo, misma ropa, mismas manos y, me atrevería a decir, misma cara y misma sonrisa. He tenido tanto miedo que no sabía si acercarme para ver si eras tú o seguir como han seguido estos meses sin nosotras. Justo un viernes convertido en sábado, justo un viernes convertido en sábado relacionado con la vida y la muerte, justo un viernes convertido en sábado en la calle de aquel bar, justo un viernes convertido en sábado como el de abril.

Espero que te hayas curado. Aquí las cosas no andan muy bien, cerca de ti alguien se está muriendo y yo ni siquiera puedo salvarlo. Se nota que no estás y duele por las noches pero es comprensible. Las vueltas de la vida, supongo. Supongo demasiado. Una parte de ti se duerme todos los días conmigo y nada, así todo es más llevadero. Hoy, por ejemplo, me hubiese pasado el día hablando contigo y contándote las cosas que sólo te contaba a ti. Supongo que eres imantada incluso cuando no estás (y vuelvo a las suposiciones).

Necesito escribirte aunque nunca contestes, aunque lo que sea. No pasa nada, de verdad que no; de verdad de la buena.

Cuídate, niña imantada.


martes, 28 de mayo de 2013

Máscaras.

Probablemente debería estar estudiando una de esas conjugaciones francesas que consiguen que la literatura y la lengua sea más bonita. Pero prefiero disponerme a escribir sobre todo el odio que estáis creando. Y por Dios, ni se os ocurra preguntarme que por qué todo esto o de quiénes hablo o lo que sea. Ni se os ocurra porque pienso ignorar vuestras palabras.

Mirad, os podéis callar la boca. Deberíais callaos porque no tenéis ni la más mínima idea de nada. Que vivís una vida de mentira y ni os enteráis y los que os enteráis hacéis como si todo fuese real, como si todo funcionase y sabéis perfectamente que cada vez que os vais a dormir os come la conciencia por dentro por la mentira y la falacia que habéis decidido vivir. Y me parece genial, me parece tan bien que me da exactamente lo mismo. 

Me da igual qué penséis y me dan igual vuestras historias pero, por favor, no hagáis como que os calláis todo cuando no tenéis ni puta idea de cómo ahorraros vuestros comentarios llenos de rencor. Que aquí la única persona que tiene derecho a tener rencor a alguien soy yo, así de claro. Me la suda que penséis que no y me la suda que os echéis encima. 

Sí, el papel de estúpida y de tonta me viene que ni pintado. Me viene tan bien que seguís ocultándome todo lo que creéis que no sé. Que hacerme la tonta todos los días me está sirviendo para ser un poco más lista y saber un poco más y estar al tanto de todo lo que se os pasa por la cabeza y, por supuesto, pensáis que no sé nada y que una mentira se oculta con otra mentira y así hasta el infinito. Y os lo repito: me parece perfecto, espléndido. De verdad que sí. De hecho, os doy mi enhorabuena.

Podéis seguir así. De hecho sé que seguiréis así, supongo que es más fácil. No lo sé. Es vuestra vida, no la mía. Yo no oculto historias que no existen con otras historias que jamás van a existir, ni miento a las personas imprescindibles, ni vivo en mi propio túnel. 

Pero de verdad, os digo una cosa y os lo juro por la persona más azul que conozco: rezad para que no hable. Rezad para que un día no os cuente todo lo que sé, para que un día no decida gritar todos vuestros secretos que os creéis sólo son vuestros. Rezad, os lo recomiendo. Que estáis ahí, sin moveros, pensando que todo esto ya explotó hace tiempo pero no tenéis ni puta idea de que aquí nada ha explotado, todavía. 

Sálvese quien pueda. 

jueves, 23 de mayo de 2013

Días azules

Yo tampoco lo entendía entonces. Será verdad esa frase que dice que todo llega y todo pasa. 
Cuando nos gritábamos, mi madre siempre se enfadaba y me decía que dejase de hablar así, que dónde me había guardado el respeto. Supongo que cuando tienes diez años no entiendes ese tipo de palabras, ahora me arrepiento. El carácter venía de mi madre, mi padre siempre ha sido demasiado callado. Aunque bueno, con los años callo más. Me dicen que por qué no digo lo que pienso o lo que siento pero no sé, supongo que tampoco sirve de mucho. De hecho, diría que es una estupidez. A la gente le da igual lo que pienses, no me van a prestar atención. Hay demasiadas personas en el mundo, sólo soy una más. Creo que por eso hago como que escribo.

El 24 de febrero llegaba su carta. O el 25 o el 26. Supongo que dependía del día de la semana, pero era febrero. Siempre es febrero. Tenía algunas faltas de ortografía y daba lástima. La guerra y todas esas cosas que no entendemos los de mi generación. Lo más cerca que he estado de una guerra ha sido con él y más que una guerra son revoluciones así que tampoco entiendo mucho. 

De ella nunca hablo. No, de verdad que no. Puedo escribir sobre ella, escribirte sobre ella o que preguntes y contesto. Pero siempre escribiendo. Nunca he llegado y he contado su historia. Tampoco me la sé a la perfección, ni siquiera quiero hablarlo. Ni quiero ni sé. Todavía no domino los temas tabúes. Lo que no entiendo es por qué alguien tan importante es un tema tabú. O sea, tabú para mí. Mi madre sí que la nombra. Hace poco me contó que cuando era joven y volvía de madrugada, a la mañana siguiente ella le preguntaba  a mi madre "¿y por qué vuelves tan tarde? ¿Qué haces hasta las tantas en la calle?" Y claro, mi madre le contestaba "¿pues qué vamos a hacer? Hablar, mamá. Me siento con mis amigas y hablo de cosas." 
Por lo visto la mujer no lo entendía. Cada vez que llego tarde mi madre me hace esa pregunta y se ríe. Está bien porque yo sé cuándo se acuerda de ella y, probablemente, sea siempre. 

La última vez que fuimos a su casa se sentó en el sillón cuando me fui a dormir la siesta y se le saltaron las lágrimas y yo lloré por dentro. Lloro mucho por dentro. No hay nada que me duela más que verla llorar. Pero es normal, ¿no? Allí vivían todos, eran siete y ahora no queda nadie. Está todo vacío, huele a viejo y crujen las paredes. Y bueno, la anfitriona decidió irse hace unos años. Las luces parpadean y las farolas, no sé. Se apagan, las farolas se apagan y hace tiempo que no hay ni un alma por allí. 

Todo tiene polvo, hasta el mismo polvo. Pero a mí me gusta. En Navidad cantaba y presidía la mesa y brindaban por ella y se reía, se reía tanto que el mundo se paraba, os lo juro. (Parece ser que no siempre lloro por dentro). 

Cuando era pequeña me llevaba a mi hermana y a mí a jugar a las cartas o jugábamos en el salón. Hace poco me permití quitarle un trofeo de la estantería y guardarlo en una de esas cajas que guardan todo lo que nos da miedo recordar. Jugaba muy bien, era una reina. Ella era mejor que cualquier carta que hubiese sobre la mesa. Pero lo mejor no era eso. En realidad no sé qué era lo mejor. 
Otras veces se sentaba con sus amigas en los bancos del parque que ha cambiado tantas veces y yo me asomaba al balcón y me saludaba. Dios, no me acordaba de eso. Me saludaba y me sonreía y entonces yo le devolvía el saludo y me hacía feliz y bajaba al parque y hablaba con todas ellas. Se reían de mi acento, siempre igual. Pero me gustaba, me encantaba. Creo que daría cualquier cosa por volver allí. Pero lo que jamás olvidaré, y remarco el jamás, es cuando volvíamos a ese parque y ella llevaba su diábolo. Mi hermana y yo nos moríamos de la envidia. Nunca se entrelazaba con la cuerda y volaba tan alto que tocaba las nubes. Os lo juro, yo lo he visto. Yo he visto cómo lo lanzaba hacia arriba y tardaba mucho en volver a bajar. Como si estuviese buscando su hueco por allí arriba, por el techo azul. Pero volvía, el diábolo siempre volvía. Mi hermana y yo no sabíamos, probablemente ella sabía algo más. A mí siempre se me escapaba, se caía, nunca volvía conmigo pero yo siempre iba hacia él. Es curioso, un día ella decidió que sería mejor tirar el diábolo y subir con él y no bajar. Creo que quiso volar tan alto, tan alto, tan alto que se quedó colgada de las nubes o del cielo o de la Luna, no lo sé. Hizo bien, por aquí no quedamos muchos. 

Y la comida, bendita sea. Nos sentábamos a la mesa y olía... cómo olía. Quiero volver a oler todo eso, se me hacía la boca agua. Yo siempre repetía, siempre. Y por las noches me hacía un vaso de leche, antes de dormir. Con galletas, las galletas que no falten. Mi madre me ha contado alguna vez que cuando estaba en el hospital y no quería dormir siempre pedía un vaso de leche con galletas, siempre. Yo de mayor también quiero ser así, que esa rutina nunca me falle, por favor. Cuando me tocaba dormir sola siempre me moría de miedo, de verdad. No podía dormir, tenía pánico y me ponía a llorar y la despertaba y yo sé que más de una vez me quiso matar. Entonces, tan buena como siempre, se enfadaba y se venía conmigo a la cama. Y se metía en mi cama y yo sentía cómo respiraba y su olor y no sé qué más. Lo que yo os diga: una reina. Y al tenerla tan cerca me tranquilizaba y me quedaba completamente dormida y poco más. Eso sí, la bronca me la llevaba pero dormíamos juntas y luego llegaba mi madre y ya está. 

Y bueno, poco más. Creo que a veces tengo el día tan azul que duele. 

La caída más brutal.

¿A que no sabes dónde he vuelto hoy? Donde solíamos gritar. 
¿Por quién gritaba? Lo sé, tú no. No preguntabas. Tú nunca, no. 

(Me pregunto si seguirán las dos iniciales).

martes, 21 de mayo de 2013

Y que siempre nos quedará París, aunque la lluvia del último febrero haya borrado las huellas. Supongo que volver allí nunca será lo mismo si no está esa especie de "halo" tan característico que lo protegía todo. Que nos protegía y que os está protegiendo (y que me alegra y me enfada a la vez, a partes iguales). 

Espero que el invierno más frío de la historia no te haya congelado por dentro. Ya sabes, supongo que si tú te congelas no sé qué nos queda a los demás. 

Feliz cumpleaños. 

sábado, 18 de mayo de 2013

La mujer de verde.

Supongo que la novedad era mejor que todo. Suele contarme algunas noches que soy lo mejor que le ha pasado al mundo, al suyo. Pero dime, ¿de qué sirve tanta  palabrería? Aquí seguimos, como nunca y desde siempre. Parece que tus ojos verdes han decidido taladrarme la nuca y me están matando. Poco a poco, día a día.

Tranquila, yo no te culpo, lo entiendo. Todos buscamos lo diferente, los cambios, nuevas voces, nuevos cuentos. Pero. Siempre hay un pero. Pero no puedo evitar odiarte. Sí, del verbo odiar. Te lo juro. No puedo evitarlo. Tienes el poder de crear un monstruo dentro de mí y no lo aguanto. No te aguanto. No aguanto que prefieras a todas aquellas personas que no llevan mi nombre. Ni aguanto que seas capaz de no pensarme y capaz de no mover ni un dedo o no demostrar absolutamente nada.

Y te juro que lo siento, que siento que a veces haya rencor en todo esto. Te juro que lo siento y que vivo con ello todos los días pero no soy capaz de olvidar las mil y una historias que llevamos sobre nuestras espaldas. No puedo. No puedo evitar que todas las veces acabemos igual, ni puedo evitar acabar escribiéndote, otra vez. Que no sé ni siquiera si merecemos esto, que dudo de todo lo que ha sido y dudo de todo lo que será. Lo que será. Que no sé ni qué será. Ni qué seremos.

Y te odio tanto y siempre sigues ahí y yo llevo sin moverme una década y no te das cuenta. Las personas tenemos límites y finales y los hilos se cortan y tú no te das cuenta. Tú te crees que puedes vivir eternamente colgada de ese hilo, como si fuese tan resistente como tú. Como si se tratara de una barra de hierro y sólo es un jodido hilo que recorre el mundo entero y acaba en mi muñeca.

Ojalá pudieras quitarte la venda de los ojos para poder ver cómo brilla el verde. Ojalá.

jueves, 16 de mayo de 2013

Reencuentro inesperado en noche azul.

Creo que todo empezó porque la canción que cuenta la historia de un reencuentro en noche azul comenzó a sonar el día que más cerca deberías haber estado. No estuviste, claro. Ya nunca estás. Y mira que alcé la vista para ver si aparecías por ahí arriba, pero nada. Por eso empecé a llorar, supongo. No lo sé. Ni siquiera sabía que esa canción llevaba tu color impregnado... pero bueno, qué le vamos a hacer. 

No te preocupes, los reencuentros y las noches azules siempre vuelven.

domingo, 12 de mayo de 2013

Nunca y nadie.

"Nos alzaron en brazos, descubrimos planetas, nos creímos tan fuertes como héroes de guerra. Y en mitad del relámpago llegó el mal de altura, fuimos sed en el aire pero boca en la tierra. [...] Y nos echamos tanto de menos que nos da por despegar en avenidas de pegamento, clavados por las rodillas. [...] Y al tesoro perfecto lo cubrió la tormenta con aviones cruzándose en la noche más negra."
Canciones que las escriben para contar las historias que no sabes escribir. 
Entráis vosotras en acción, las heroínas que consiguieron que me elevase hasta las nubes y descubriese planetas que habían quedado en el olvido. Y poco más, lo de siempre. Sólo me sale decir que os echo de menos. Que siempre he sabido que terminaría estrellada pero nunca pensé que me fueseis a estrellar vosotras. Vosotras. Las de siempre. Las que nunca se iban a ir, permaneciendo hasta el final y resulta que el final ha llegado; qué cosas. Al menos no ha durado más de lo que debería, aunque realmente creo que el problema está cuando dura menos de lo que debería. Cuando lo irrompible se rompe, cuando lo insuperable se supera. Tiene gracia, creo que nunca me he parado a imaginar que el verbo "romper" iría conjugado con vosotras. Las grandes, las únicas, insustituibles. Reconozco que habéis dejado en mí una mezcla entre un (minúsculo) dolor y un vacío irreparable, pero tened segura una cosa: nadie os va a reemplazar. Nadie. Y nunca vais a estar solas si yo sigo por aquí. Nunca.

Nos creímos tan fuertes como héroes de guerra porque realmente tuvimos el coraje y la oportunidad. Porque sólo nosotras podíamos conquistar hasta la Luna. Y lo hicimos y ahí está, más alta que nunca. Y bonita, tan bonita como nosotras cuando éramos una y no unos pedazos repartidos por diferentes rincones de la ciudad. 

No vais a volver y está bien. Yo me quedo despegando en nuestras avenidas de pegamento. 

Y en cuanto a los aviones que se cruzan en la noche más negra; me quedé sin el tesoro azul más perfecto.
Quizás por eso me dan miedo los aviones, a veces vuelan demasiado alto y los perdemos de vista.
Espero volver a vivir la noche más negra, por si vuelves a pasarte por aquí. Quién sabe, quizás la noche que consiguió que te fueras es las misma que consiga que vuelvas. 

Yo, por las dudas, me quedo esperando donde siempre. 

jueves, 9 de mayo de 2013

No habrá próxima vez.

Una despedida pero sin despedida.

Resulta que no sólo tu nombre es capicúa, también los son las mil y una historias que llevamos sobre la espalda. Supongo que no hay una despedida más horrible que una despedida sin punto y final. Eso nos ha pasado a nosotras. Te dije que no alargásemos algo que no podía dar más de sí, al final sólo quedan restos en la habitación de Madrid. "No estoy alargando nada", me decías.

Duele más cuando te quedas vacío que cuando te rompes. Todo esto se ha vaciado, ni siquiera hay rotos. Menos tú, tú estás más rota que nunca y más ciega que siempre.

No habrá próxima vez. No puedes seguir mirándome como si todo sabiendo que no queda nada, ni las letras de mi nombren cubren todo lo que fue. No soy yo. No es mi inicial la que conseguirá que ardas. Yo sólo Te hielo. No puedo salvarte, no puedo agarrarte y sacarte de aquí. No puedo curarte.

Odiarnos se nos ha quedado pequeño y querernos demasiado grande. No sé qué has querido de mí, ni siquiera sé por qué yo. El desastre personificado, el desorden en una sola persona y el egoísmo en un sólo nombre. Suéltame. Necesito que te vayas, necesito que te salves, que te cures, te hiero mucho.

Despedidas sin despedidas. Despedidas que no suenan a despedidas. No, no voy a terminar con el adiós que estás esperando. El mundo es demasiado pequeño, volveremos a cruzarnos y no sé qué vendrá después. Ni siquiera la palabra despedida tiene algún sentido. Volverás, volverás a interesarte por todo lo que hay por aquí y volverás a repetirme que menos mal que ha llegado él y me ha salvado. A mí, que no podía salvarme ni yo misma (pura palabrería).

Todo capicúa. Tu nombre, tu historia, tu fecha. 24.2. Irónico. Justo nosotras, justo un veinticuatro, justo febrero. Rondando por aquí, como siempre. Hemos vuelto al punto inicial. El principio, el final, llámalo como quieras; niña imantada.

Has sido la mujer fatal por excelencia pero, por favor, déjate de gilipolleces y sálvate. Del verbo salvar, del verbo curar, del verbo socorrer.

Y, por supuesto, no me olvidaría de ti ni aunque pasase una infinidad de eternidades.

domingo, 5 de mayo de 2013

La mejor en todos los formatos.

La última vez que te nombré llevaba unos vasos de más encima y unas lágrimas de menos. En realidad fueron varias lágrimas, quizás hubiese llenado otro vaso si me lo hubiese propuesto. Hace tanto que no te nombro en voz alta que no sé si sería capaz de aparentar, ni siquiera, tranquilidad. Los días están siendo realmente azules y, últimamente, veo esa palabra por demasiados lugares. Parecen señales que me llevan a ti. Bueno, no me llevan del todo porque todavía no sé elevarme pero ya me entiendes. Miento, hay una persona que sí sabe elevarme y hace poco te nombró y añadió una media sonrisa. No lo sabe pero terminé llorando. Por los dos. 

Supongo que estarás quejándote, tú siempre te quejabas así que he pensado que por allí harás lo mismo; no puedes perder las costumbres y menos ésa que te caracteriza(ba) tanto. Intento hablar de ti en presente pero  se me encoge el pecho y el corazón y se para la respiración. 

Se me ha olvidado cómo se escribía sobre ti o cómo se te escribía. Por olvidar, se me ha olvidado hasta tu voz y tu olor. Tu olor. Y bueno, el hueco del sillón ha perdido tu forma. Es una pena, ahora no tiene la de nadie, como mucho la mía. Hace poco estuve por allí y de verdad que todavía no sé de dónde saco las fuerzas y el valor para pisar ese suelo y estar rodeada de esas paredes. Tus paredes, las que te han visto vivir y yo que ni siquiera te pude ver morir. Morir, que es una de las cosas más importantes de la vida. Paradójico, supongo. 

Me llegaron a insinuar que no iba a volver por allí. ¿Te imaginas? Sería como deshacerse de ti, como borrar una parte de ti. Es horrible. Tú, que lo diste todo. Dios, cómo te echo de menos. Cómo escuece. 

Como el último 24 de julio. Veinticuatro, siempre igual. Con calor, en el jardín y despidiéndote a lo lejos y de cerca. De cerca era mejor, aunque tú eras la mejor en todos los formatos.

Que tu risa le gane este pulso al dolor y a lo que venga. Pero tienen que ser tus carcajadas o tus gritos o tus quejas o tus daños. Y tienes que estar aquí, aunque sea sin estar o en mi cabeza, cuélate esta noche en mi jodida cabeza; por favor. Y quédate unas horas o unos segundos o no sé, lo que sea. 

Eres mi azul favorito. 

sábado, 4 de mayo de 2013

Carta sin catástrofes.

"Es curioso y tiene gracia. Resulta que esperarte durante años y buscar mi segunda oportunidad ha merecido la pena. Voy a tener que darte hasta las gracias, qué irónico. Resulta que la casualidad más grande ha llegado. Resulta que me tenía que ir de tu vida, para empezar de cero, para volver a desaparecer y para reaparecer aquí. He seguido señales que ni sabía que existían y el final era una puerta con su nombre y su inicial. Muerdo el agua por alguien y está bien. Está de puta madre. Al final todo llega cuando tiene que ocurrir y las personas llegan cuando te estás ahogando, he vuelto a perderme y me ha encontrado. Y me gusta, me gusta que me cure alguien que no sabía ni que existía. Bueno, sí que lo sabía pero ¿qué más dará eso ahora? Es y está, todo en uno. Y la historia se parece pero creo que la versión está mejorada. Al final huir no era huir, al final huir era encontrar el camino. Un sábado por la mañana estaba ahí, sin más. No termino de entender cómo ni tampoco por qué yo y mucho menos entiendo por qué él. Como si todo lo que buscas está en una persona, es extraño. Me alegra los días, con los ojos dormidos y el pelo despeinado. Y tus fantasmas se han ido y estaba buscando a la persona equivocada. Estaba esperando la casualidad más pequeña sin saber que venía la más grande. La gigante, la insuperable. Es perfecto, ¿sabes? Y me hace rabiar y no lo soporto y me enfado y cuando pasa un segundo no me cabe la sonrisa en la cara. Y me da pánico y miedo y terror y no sé qué más. Despacio para que no se quiebre todo esto, para que no se rompa. Muy despacio. Todo está frágil. Es un futuro genial. Todavía no soy capaz de creer que haya llegado la gran suerte, la suerte de las suertes. Ni que esté rondando por aquí todos los días, ni que las canciones me recuerden a él, ni siquiera me creo que se vaya a ir. Que sí, que se irá, lo sabemos todos pero me da igual y también sé que estoy acojonada pero no hay preocupación alguna. Merece tanto la pena que no sabría cómo explicártelo. No sé, no sé. No he podido buscar nada mejor porque probablemente no exista nadie mejor. A veces tengo la sensación de que lo he salvado de una especie de abismo del que quería salir y no podía o no sabía o me necesitaba. A mí. ¿Te imaginas que me necesita? No digo que me quiera o que yo le guste, no, no. Digo que me necesite. Que un día se despierte y se dé cuenta de que si no estoy yo, no es lo mismo. Y necesita tenerme cerca. Del verbo necesitar. ¿No es impresionante? Le voy a dar todo, hasta lo inexistente. Hasta quedarme sin respiración, hasta quedarme sin nada. Quiero que lo tenga todo. Me da igual. Me da igual pasarme las noches sin dormir y me da igual perder todos los autobuses. Es mi persona favorita."