"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

lunes, 15 de julio de 2013

De cuando me giré entre la gente y eras tú.

Me has atravesado, vertical y transversal. 

La noche de incendio que provocaste en Madrid la estuve esperando una eternidad y tú ni siquiera prestaste atención. Y mi grito perdió su eco en esa calle estrecha que veía cómo te alejabas cogido del brazo de vete tú a saber quién. Me hubiese ofrecido a ser tu cualquiera aquella madrugada, hasta dijeras que no daba para más. 

Siendo sincera, me hubiese enganchado de tu mano y te hubiese sacado de aquel bar oscuro que no me dejó ni escuchar tu voz, el bar donde perdí el miedo a las alturas cuando te vi llegar. Te habría alejado de las copas en las que decidiste que era mejor ahogarse solo. Y aunque la historia hubiese durado un número efímero de horas nocturnas yo me hubiese quedado hasta el final, hasta que el telón tuviese que bajar y hasta que las alturas volviesen a darme pánico, como tú. 

Lo que no sabes es que esa noche habrías tenido un millón de estrellas fugaces delante de ti, de esas a las que pides deseos que siempre se cumplen; tampoco sabes que desde el Templo de Debod te habría hecho sentir como Summer y Tom, sentados en un banco memorizando cómo amanece Madrid y grabando a fuego todos esos rincones que ya nunca serán descubiertos. Y, por supuesto, habríamos muerto de magia. 

Ahora has preferido irte, como quien no quiere la cosa. Has fotografiado uno de tus paréntesis y me has colocado dentro y poco más. Y ni un hasta luego. Por no hablar de tus buenas noches, de tus inexistentes buenas noches. Todavía estoy esperando que dejes de escribirlas para que vengas a dármelas o a hacérmelas o, al menos, que lo hubieses hecho en la madrugada de Madrid o yo qué sé. Siempre he sabido que querías algo de mí y ni siquiera ahora (y con ahora me refiero a este momento en el que ya no estás) sé lo que buscabas. Ni por qué yo ni por qué mi nombre ni por qué nuestra música. Nuestra música, es bonito. 

Por cierto, el veinticuatro te sienta bien. 

Supongo que me alejo de los monstruos porque no vas a venir a matarlos, supongo que ya no te aviso cuando reaparezcan por aquí. Siempre vuelven, aunque eso ya lo sabrás. 

Te hubiese reparado y me hubiese quedado para matar los monstruos, por ti y contigo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario