"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

domingo, 31 de marzo de 2013

Fue mortal.

Ella decía que poco a poco nos fuimos separando y se le creaba una especie de agujero negro en el estómago cada vez que lo pensaba. A mí, sin embargo, me dolía todo más cada vez que pensaba que me habían separando y no que nos habíamos separado. Como si, repentinamente, llegase una fuerte borrasca que arrasara con todo o un huracán que lo partiese todo por la mitad. Pero, si soy sincera, no estoy segura de que así fuera. Creo más bien que todo era tan especial que se nos empezó a quedar grande. Tan grande que no pudimos controlarlo. Aunque yo lo hubiese hecho, lo juro. Hubiese podido con esto y con mucho más. ¡Para una vez que tenía algo especial en mis manos! ¿Por qué iba a echarlo a perder? Pues bien, un día cualquiera, abrí los ojos y... Fin. Una pantalla negra donde no se veía nada. La función había terminado. Hasta ahora. Y no está parada ni hay una segunda parte, nada. Ha terminado. Y el fin nos lleva a un nuevo principio. El problema empieza cuando sabes que jamás existirá un nuevo principio tan insuperable y mortal como el anterior.

martes, 26 de marzo de 2013

La milésima de segundo.

Es como si... como si el mundo se parase durante una milésima de segundo, ¿sabes? Como si mereciera la pena vivir todos los años de tu vida. Te lo juro. Como si esperar mereciese la pena, de verdad. Como cuando se detiene el mundo y no sabes lo que pasa alrededor. Sí, eso. Y te da igual que caiga una bomba a unos centímetros de ti. Te da lo mismo porque está pasando. Ahora. Y ni siquiera es ni una jodida media hora de tu vida, solo sólo unos míseros minutos. Pero el hecho de que él esté ahí delante... A menos de un metro es... fantástico. Sí, eso es. Fantástico. Como si la vida fuese lo más maravilloso de la vida. Y me va a ver espléndida, te lo juro. Va a ver que yo estoy ahí, para él. Y que estoy preciosa para él, que todo lo que hago es por y para él. Y va a saber que lo quiero, que lo necesito. Lo va a sentir y me va a mirar y yo sé que su mundo también se va a detener durante esa milésima de segundo. Lo sé. Lo noto. Y lo veo y sé que es él. Algo me lo dice, como si hubiese una vocecita en mi cabeza que me lo repite. Como si el final de todo fuese él. Como si todos los caminos y todas las señales condujesen a la misma persona. Está ahí y yo aquí y no hay ni un metro de distancia y... y no puedo tenerlo. Al menos no todavía. 

1/365

Lo peor no es no saber lo que tienes hasta que lo pierdes, lo peor es saberlo y perderlo igual. Eso, eso sí que es un gran fallo y es tan espeluznante, macabro y horrible que ningún ser humano sería capaz de perdonarse tal cosa. 

Y yo lo sabía, yo sabía la importancia del asunto. Lo que no sabía es que hay asuntos que son importantes durante toda la vida. Me he quedado estancada en la vida que nunca tuvimos, es como si tú hubieses empezado una vida nueva y yo siguiese atrapada en la misma cama, con las mismas sábanas y en la misma postura. Boca arriba y sin saber qué hacer con uno de los brazos. Y bueno, con un hueco a mi lado que, en fin, no existe nadie en el mundo capaz de llenarlo (y te juro que no lo he intentado, ese hueco está intacto). Y no hablemos del corazón; no está vacío, simplemente no está. Supongo que estará buscándote en los rincones, sobreviviendo a base de desencuentros. 

Nos tomamos demasiado en serio eso de ser fugaces, resulta que después de deslumbrar te apagas. Supongo que en ese momento no lo pensamos, lo único que planeábamos era huir de los agujeros negros que imaginábamos desde la playa y que tanto miedo daban, al menos a ti. Cuando nos juramos que nos aterraba la idea de volver al pasado. Qué estúpida, ahora sólo hablo de ese pretérito tan imperfecto y no hablemos de regresar porque entonces vuelvo a aparecer a las ocho de la mañana en la esquina de siempre. 

Lo extraño es que me dueles de manera sobrehumana y, aun así, te recuerdo como la mejor vida que nunca tuve. O quizás sí la tuve y fue tan efímera que no recuerdo que fuese mía. Lo bueno si breve, dos veces bueno. Pero la intensidad... La maldita intensidad de todos los días. Nuestra intensidad que llegó a ser tan fuerte que decidió explotar. 

Lo terrible es saber que no me lees, que no sabes que me paso las noches en vela imaginando nuestro reencuentro. El reencuentro que consistirá en los dos putos besos en la mejilla de nuestro querido abril, un '¿qué tal?' y seguir ahogándonos en el alcohol para pasar el mal trago. Y bueno, tú seguirás en frente de mí, rodeado de gente y más guapo que nunca. Y yo, como una estúpida, sin saber hacia dónde mirar. Y pensando que podría estar dándote el abrazo más infinito que jamás ha existido (ni va a existir). Y poco más, lo de siempre, lo de todos los años, lo único que no ha cambiado entre nosotros. Y si me leyeras te diría que va a ser el mejor día del año y que sólo por verte un día de los trescientos sesenta y cinco, ya merece la pena. 

Mi vida sin ti ha pasado a ser mi vida sin mí. Y sin ti hay más bien poco. 

domingo, 24 de marzo de 2013

La memoria de la piel

¿Has oído hablar alguna vez de que la piel tiene memoria? Pues bien, quizás ese sea el problema. Quizás soy incapaz de borrar tus huellas. Estás grabado a fuego y no hay manera humana de hacerte desaparecer. Y, en fin, está bien que así sea. Nos merecemos estar eternamente grabados el uno en el otro. Como cuando éramos indestructibles. Sí, esa es la palabra clave.

Lo bonito son las cicatrices que quedan y que sabes que van a perdurar en el tiempo, igual que tú vas a perdurar siempre en un rincón no muy alejado de mi memoria. Y, créeme, últimamente el siempre se convierte en eterno. Y no me hables de eternos que ya sabes que volvería a describirte y me quedo sin palabras y no existen las suficientes para llegar a describir una mínima parte de ti, vuelves a convertirte en infinito. 

Como cuando juramos que íbamos a quedarnos a vivir en esa cama hasta el fin de los tiempos, sin envejecer. Y ahora, en fin, es curioso; estamos creciendo por separado y no has vuelto a aparecer ningún año nuevo. Podríamos compartir las soledades que llevamos sobre las espaldas. Como los que comparten lunares y los unen para crear constelaciones. Nosotros podríamos unir la soledades y, ya sabes, que se enamoren y no vuelvan nunca más... 

Y tú, bueno, tú puedes quedarte conmigo. Aquí o allí, donde más te guste. 


lunes, 18 de marzo de 2013

La mujer de verde.

He pasado de creer que sea la heroína que te engancha y no hay forma de deshacerse de ella a que sea la superheroína. Y me preocupa, como si fuese una especie de fuerza mágica que no deja que te sueltes y da vértigo. 

Te ha acostumbrado a tenerte siempre sujeta, ahí, delante del precipicio y sabes que si te suelta te estrellas. Lo bonito es que si te estrellas, lo hará contigo. Porque aquí o dos que crean el infinito o ninguna. No hay 1 + 1. Aquí lo único que hay es magia. Pura magia. Puta magia. Esa que te atrapa. Como si mirases unos ojos que tienen una luz propia que te hipnotiza. Y si te miran caes, caes dentro de esos ojos y no hay manera de escapar. Y te puede hundir o elevarte a lo más alto y allí te deja, para siempre. Es curioso, si te elige para que seas lo primordial en su vida siempre lo vas a ser. Siempre. Y da miedo, a todos nos da miedo la eternidad. Pero aquí es diferente. Y no, no es el tópico "pero es que es diferente". No. Realmente lo es. Yo he visto su mundo y es algo paralelo. Es como cuando pruebas la heroína, la heroína es la única droga de la que no puedes desengancharte. Es la única droga que no tiene solución, si caes, caes, fin. Y a ella lo de heroína se le queda corto, es algo mucho más magnífico, mucho más grande, no cabe en estas frases, no cabe entre líneas. Superheroína.

¿Habéis oído hablar de la magia? 
Magia. (Del lat. magīa, y este del gr. μαγεία).
2. f. Encanto, hechizo, atractivo de alguien o algo. 

Así me ha dejado, hechizada. Como si todo mi mundo girase al rededor de ella. Como si a partir de nuestro encuentro ya no pudiese imaginarme un futuro sin ella. Como si, en el fondo, supieses que sólo existe un futuro compartido y a la mierda con los pretéritos. 

Si un día os encontráis a la mujer de los ojos verdes, a la superheroína, decidle que aquí estoy; dispuesta a compartir mi primera combustión, llena de combustible y moviendo mar y tierra para que no se acabe esta gasolina. Porque si se acaba la gasolina... Me estrello.

(Pero ella se viene conmigo).

sábado, 16 de marzo de 2013

Todo definido.

Lo que sucede es que todas las personas avanzan, se unen y saben hacia dónde van y qué necesitan. Se unen a otras personas y tú te resistes a cambiarlas cuando ellas ya han decidido cambiarte. Y sí, afirman que te necesitan pero no es así. Claro que no es así. Nadie te necesita, tú siempre decías que todos somos prescindibles sin pensar que tú también lo eres. No llevas el cartel de especial colgado en la frente ni tus ojos desprenden una magia nunca vista antes. Pueden vivir sin ti y tú sin ellos, o casi que sin ellos. Casi. La única persona que conseguía que no estuvieras sola, la arrojas. Y ahora no sabes dónde está. Ni con quién va de la mano ni siquiera piensas que se acuerde de ti. Es un poco patético que la persona que hacía girar tu mundo, quizás, no se acuerde de ti y, todavía, le regalas las lunas. 

El caso es que ellas siguen avanzando, llenan los bares, son las reinas de diferentes mundos y van hacia delante, paso a paso, poco a poco. Algo así. Y no te avisan, no aparecen, no llaman. No están. Si leen esto o si preguntan te dirán que sí, que claro que están, por supuesto. Y tú contestarás que sí, que es verdad, "perdón". Y volverán a no estar.

Te has jurado que nunca más volverías a esta situación, que esos años ya han pasado, ahora sabes dónde están los (no) límites y sabes que todo está definido. Te equivocabas, otra vez. Todo estaba definido. Pero ahora no hay nada, absolutamente nada. Ahora sólo estás tú, como siempre. Siempre contigo y encima perdida. Así que sería más correcto decir que estás casi siempre contigo. Casi, ese maldito casi que consigue que nada esté lleno del todo. Y por eso estás vacía, no hay nada dentro. 

La cosa era que las personas prescindibles eran mas imprescindibles de lo que pensabas y por eso estás cada mañana más sola y cada día menos contigo que es lo mismo que estar sin ti. 

Y no quieres a nadie nuevo porque te da miedo que aparezca la palabra fin y te da miedo empezar una nueva vida sin esas personas y volver a querer a personas con nombres diferentes y te da miedo que todos estos años estén desapareciendo por las vueltas de la vida. Tú misma dijiste que estabas acostumbrada a decir adiós, que todo llega, que nada dura eternamente y que madurar es saber enfrentarse a estas situaciones de la vida. Pero la teoría es muy sencilla, como siempre. Y ahora, ante la práctica, sólo sabes llorar todos los días porque sabes que estás volviendo a perder. Siempre acabas perdiendo, ni una victoria. Ni una. 

Corre o empezarán a preguntar y vas a tener que inventar otra de tus historias para que no vean que tú entera eres tu propio punto débil y podrían jugar muy en tu contra o ayudarte. Pero a ti te sienta mejor pensar que quieren hacerte daño y así no perder el punto fatalista que te crea todas esas pesadillas. 

Y dirías que ayer tuviste otro sueño con él pero los sueños tan reales son pesadillas. Te traicionan. Crees que, por fin, has conseguido lo que tantos años llevas buscando y de repente... ¡zas! No hay nada. Estás muerta de calor, sudando, en tu cama y preguntándote dónde está. Y él no está. Te olvidó. No ha dejado a nadie para cogerte la mano, ni te ha besado, ni se ha ido contigo, ni te ha abrazado ni ha vuelto. Y no ibas a contarlo por si se cumplía. Por si. Y si. Si. Sí. 

No eres tan valiente. 

Y.

Tan sola y tanta tristeza acumulada.
No recuerdo el último año que me sentí realmente apartada.
Ni siquiera recuerdo mi vida por aquel entonces;
ya sabes,
mi vida empieza cuando llegas tú.
Eres el punto de partida.

Despertarte cada mañana
y no tener nunca a nadie.
Todos con todos y tú tan sola, tan tú.

Y tú y yo, que no hay manera de cruzarnos.
Y te busco en los mapas,
en las calles perdidas
y no hay rastro de ti.
Y mi vida está destrozada y yo estoy hecha polvo
y tú tan ido, tan tú.

Y los catorces huelen a ti
y es jodidamente detestable.
Y alguien en el autobús te ha robado tu olor.
Y yo, tan ilusa como de costumbre, miro al rededor.
Pero no eres tú,
ni tus rizos,
ni tus ojos verdes,
ni tus pestañas infinitas.

Y el invierno se queda atrás
y no has tenido la decencia de protegerme de los terremotos.
Y no me repitas que soy el único terremoto que conoces,
no te quedas atrás;
echa un vistazo a mi vida
o al colchón que compartimos hace varios mundos.

Los mismos mundos que nos separaron.

martes, 12 de marzo de 2013

Lo peor es cuando crees que es el año de tu vida y sólo se dedican a deshacerte. Poco a poco.

Dos gotas se caen al mar.

Ha sido extraño. Iba en el autobús y fuera no paraba de llover (yo ardía por dentro). Me he quedado embobada mirando los cristales enormes y las gotas que caen por ellos. 

He observado varias cosas: primero, todas las gotas han acabado su camino. Unas más rápidas que otras pero absolutamente todas, lo han conseguido; segundo, todas las gotas empezaban siendo más grandes, con más agua y poco a poco, conforme iban recorriendo el cristal, se han ido consumiendo; tercero, muchas partes de ellas se quedaban por el camino. Y me traía nostalgia, no sé por qué. Pero, repentinamente, una gota se hacía más pequeña porque había perdido parte de ella; cuarto, a veces se unían a otras gotas y se hacían más grandes, también pasaban por encima de otras gotas y no pasaba nada (es decir, no se unían a esas gotas), a veces había un obstáculo en el cristal (una mancha, minúsculas partículas de agua, vaho, etcétera) y se separaban en dos o tres partes y no volvían a unirse, en otras ocasiones se unían de nuevo a otras gotas de lluvia y tras unos centímetros siendo la misma gota... se volvían a crear diferentes caminos y no volvían a encontrarse, ni siquiera al final. Esto, sin duda, es lo que menos me ha gustado. 

Pues bien, las personas somos iguales a las gotas de agua. 

sábado, 9 de marzo de 2013

Voy a romper a llorar y os voy a inundar y no voy a poder parar. Os voy a inundar y vais a caer conmigo.

Desvanecerse.

Es muy curioso cuando ves cómo se te va todo, cómo las personas se te escapan de las manos y no eres capaz de cazarlas. Te quedas ahí parada, debajo de la lluvia y nadie entiende nada. Tú no los entiendes a ellos y ellos no te entienden a ti. Y se van, tan tranquilos. Y sabes que aunque volviesen ya nada volvería a ser como antes. Me atrevería a decir que todo dejó de ser lo que era hace mucho tiempo. No nos dábamos cuenta, qué estúpidos. 

Leí por ahí que crecer significa aprender a decir adiós. No lo tengo claro del todo. Diría, más bien, que crecer significa acostumbrarte a decir adiós. Crecemos, nos separamos y adiós, muy buenas. Y sí, realmente es horrible. Pero, ¿qué hacemos? La vida sigue y ellos no van a volver a por ti. No van a volver a cambiar para ser lo que eran, nunca más. 

Estabas más solo de lo que pensabas. ¿Qué más da? Anoche decía que la soledad estaba infravalorada, no me refería a este tipo de soledad; os lo aseguro. Y hablo de todos los que me han fallado y la venda se me ha caído de los ojos. ¿Y las personas a las que he fallado? Por lo visto yo también me acabo de ir de algunas vidas y ni siquiera soy capaz de admitirlo. Bueno, algunas vidas no: sus vidas. Las suyas. Las vidas más importantes que están sobre la faz de la Tierra. Nos hemos ido y perdido y despedido sin despedir y no hay conversaciones y no hay lo que había y no queda nada y el vacío me invade y. 

Me están matando, os lo juro. Me están quitando lo que era. Y no creo, no puedo creer en nada. Y no es que no quiero que vuelvan es, simplemente, que sé que volver sería una locura. Como que ya nada encajaría. Como si hubiésemos evolucionado y ahora perteneciéramos a otro puzle o a otros rompecabezas (-unepersonas). 

Se me oprime el pecho y los ojos se humedecen, me tiemblan las manos y no sé lo que digo, una angustia lo recorre todo, siento todo lo que llevaba años sin sentir y se escapan, se escapan... 

Es horrible. Somos horribles. Y todo se va y no hacemos nada. Escribir unas estúpidas frases. Os odio, ahora mismo os odio y me habéis partido. Y jodido pero, sobre todo, partido. 

Estoy deshecha. 

miércoles, 6 de marzo de 2013

Azul.

Azul, te sigo echando de menos. Y sé que no hablo de ti y que no lloro, pero te echo de menos. De verdad de la buena. Te lo prometo. Y me acuerdo todos los días de ti. Y sigo odiando el 17. Y sigo mirando al cielo todos los días. Y no creo en Dios. Ni en una segunda vida. La vida es esto y fin. Pero sé que estás por ahí, no sé dónde... Pero estás. Y eso es suficiente. Y te quiero. Te quiero mucho. De verdad que te quiero. Voy a tener ochenta años y seguiré queriéndote.

Miedo.

Ése es el problema: no recuerdo cómo me sentía antes. Y por eso tengo miedo. Tengo tanto miedo que no lo soporto. Tengo tanto miedo que no soy capaz de hablarte, de preguntarte cómo estás y de que sientas que sigo aquí. Porque sigo aquí, aunque lo dudes cada día. 

Me duelo a mí misma y no hay nada más horrible. Y no me perdono nada. Y no me curo, no sé curarme. Sólo sé acabar en otra cama de alguien que, en fin, qué más da. No recuerdo qué era querer a alguien a quien tienes todos los días. Coger un autobús y en diez minutos plantarte en sus escaleras y regalarle el cielo. Ir a dormir con una sonrisa que no te cabe en la cara y mirar el móvil por la mañana y tener un 'buenas noches' o un 'buenos días' o que está roto de amor por ti. 

No me acuerdo cómo me sentía cuando el estómago me iba a estallar porque sólo tenía nudos y cosquillas y mariposas. Mariposas. Sí. De ésas que no quieres matar, que no quieres vomitar. 

Y por eso tengo miedo, porque quizás no sé hacerlo. Hay cosas que se olvidan, la memoria es jodida y traicionera. ¿Y si no sé? ¿Y si por eso no puedo intentarlo? ¿Y si nunca volvemos a ser lo que fuimos? Y la última pregunta es una gilipollez porque realmente nunca volveremos a ser lo que fuimos. De hecho, me atrevería a decir, que nunca volveremos a ser. Así, a secas. Tú no estás aquí para estar aquí. Estás aquí para estar allí, allí desde mi perspectiva. Allí, donde no estoy yo. 

Joder, a veces te odio tanto que no lo soportarías. Podría volver a romperte sólo con el odio que (a veces) me ocasionas. 

Me da miedo no saber hacerlo. O que no me guste. Igual me he acostumbrado tanto a estar sola, a acercarme a desconocidos y a estar vacía que ya no sé hacer otra cosa. Y no sé llenarme. Y eso que me acuerdo todas las noches de ti. Bueno, y los días y las tardes y entre horas. Ya sabes, lo de siempre, lo que nunca te dije, lo que no sabes. 

Me da miedo fallarme otra vez o fallarte o fallarnos y que nada funcione o que realmente no quieras volver o que no me recuerdes o lo que sea. 

Y, ya sabes, sólo tú me puedes salvar.