"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

domingo, 3 de septiembre de 2017

03/IX

Todavía no tengo claro cómo se conocieron. No sé cuántos años han pasado desde entonces pero la suerte se puso de su lado. La suerte los salvó de todo de lo que estamos huyendo desde hace tiempo. La suerte que esperamos impacientes en nuestras propias salas de espera. Puede que se quedaran con toda la suerte que existe y por eso no la encontramos por ningún sitio. Puede que no quisieran repartirla porque la necesitaban para llegar hasta aquí. Puede que el cúmulo de casualidades los estuviera esperando.

La última vez que vi a mi abuela me dijo que nunca había conocido a dos personas que se quisieran tanto. Exactamente, me repitió que ella siempre sintió que esa forma de quererse era más grande que el resto. Pero yo ya lo sabía. Lo supe desde siempre. Lo supe porque había algo detrás que nadie consiguió entender. Creaban una especie de luz que no habíamos visto antes, una nueva energía desconocida que dejaba un rastro brillante al pasar. Nunca me hablaron de ello y tampoco quise preguntar. Intuía cierta magia en las historias que contaban, en los años transitorios que los trajeron hasta mí.

Nunca nadie me explicó que no era algo común.

Lo aceptábamos porque sentíamos que a todos nos tendría que pasar. Pero no fue así. A nadie más le pasó. No conocimos otro caso igual. Mi abuela me lo dijo y me lo repitió: robaron todas las ganas y nos dejaron sin nada. Robaron sin saber lo que hacían. Sin pensar que quizás nos estaban quitando la oportunidad de vivir algo similar. De crecer a través de otra persona. Nos dejaron un agujero en el pecho que fuimos llenando con un sentimiento sin correspondencia que se asemejaba bastante a la sensación de vacío. Seguían sin saberlo. Absorbieron la vida de lo que vendría después.



Y, a pesar de todo, nos hicieron creer que quizás sí.