"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

martes, 1 de abril de 2014

Lo que nunca vas a saber.

Lo que desconoces es todo lo que has dejado aquí. Todo lo que dejaste el día que decidiste que ya sobrabas en aquel salón. Si quieres te lo cuento. Si quieres te hablo de todo lo que ha quedado aquí sin ti. De esto sin ti. De todo sin ti. «No sabría decir si triunfó, pero es seguro que no fracasó.» Lo que no supieron aquel día sobre ti es que no sólo no fracasaste, sino que triunfaste. Triunfaste como triunfan los héroes de los héroes, los héroes al cuadrado. Triunfaste como aquellos que hacen tan bien su trabajo que consiguen marcar un antes y un después en la historia. Fuiste el gran hombre de este planeta. 
 «Le habría gustado estar aquí esta tarde. Era sólo un hombre decente que intentó hacer bien su trabajo.»
Lo que no sabes es que al irte se reunieron cientos de personas para escuchar cómo mi héroe personal hablaba de ti, hablaba del trabajo que llevabas haciendo toda tu vida (y toda tu muerte) para que él terminase ahí arriba hablando así de ti. Así, así. Como si fueras unas de esas personas que derriten a los demás con solo mirarlas. ¡Y cómo me derretiste! Lo que tampoco sabes es que cada vez que pienso en ti viene a mi mente la última vez que te miré a los ojos y eran tan profundos que pensaba que me ahogaba. Y me ahogué, me ahogué contigo. Eran tan verdes que podías perderte y no salir de allí jamás. «Tenía la mirada perdida, como si se estuviera apagando y dejando de ver». Te fuiste sin saber que esa fue una de las casualidades que me han pasado que más miedo me dan. Al final va a ser verdad lo que decía J.C. y es que atraemos a las casualidades sin quererlo. Quizás si no hubiese hablado de tu mirada, seguirías aquí. Pero me encanta pensar en ti y ver esa imagen en mi mente, en tu casa, despidiéndonos. Despidiéndonos como nunca más, como siempre. 

Lo que ha quedado aquí sin ti es tan oscuro que da miedo recordarlo. Has conseguido que ella tenga la estúpida manía de decir adiós y no hasta  luego; como si no fuéramos a volver, como si la fuésemos a dejar, como si fuese demasiado tarde para ella. Que quiere irse contigo, con-ti-go. No quiere estar aquí. No-quiere-estar-sin-ti. Y quién querría y por qué iba a querer. Se despide y no te quiere soltar la mano y cuando se queda sola empieza a llorar porque quizás cuando quiere volver a girarse ya no estamos, ya no hay nada, ni siquiera ella. 
«Nos abrazamos. Cuando me fui, no me di la vuelta. Tenía miedo de que ya no nos fuéramos a ver más. Y así sucedió.»
Y así sucediste, sucedisteis.
Murió de amor.
De pena.
De ausencia.
Murió de ti.
Y yo muero de ella.
Quién no.

Lo que nunca vas a saber (porque te fuiste) es que tiene tantas lágrimas en los ojos que ha formado un mar con tu nombre. Comida para uno y sobra un sillón y parte de la cama. La cama está tan vacía que es imposible llenarla con sueños. Es una de esas camas que sólo se llenan si estás tú. Como esos corazones que sólo están completos con una persona, con una base de las que sí resisten. Algo así. Algo así como tú. 

Y ojalá sepas algún día, aunque estés tan lejos que no lo soporte, que todo esto está un poco vacío. Y es normal y lo entiendo y te entiendo, yo a veces también me iría pero volviendo. Aún no has aparecido por la noche para despedirte de mí y no sé cuánto tiempo más voy a esperar. 

"Y es que a pesar de la muerte
de la vida o la suerte.
Yo siempre te querré,
¿no lo ves?"