"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

domingo, 20 de noviembre de 2016

20/XI/2016 - Barcelona

"Te había echado tanto de menos que la opción de separarme de ti no estaba entre las posibilidades. La opción de coger las tijeras y cortar todos los hilos por lo sano era impensable y descosernos poco a poco sin llegar a hacerlo del todo me resultaba, francamente, una buena idea para no acabar nunca. Para que el ciclo siguiese el mismo camino una y otra vez. 
Y aunque llegar hasta aquí sin ti ha sido un golpe de suerte (paradojas incomprensibles), volver a casa sería recorrer una historia y revivir todas las escenas que conseguí olvidar de madrugada. Ir a dormir y no sentir una ausencia, como si un trozo de cielo se cayera sobre el pecho, dejando un hueco imborrable. 
Porque pensaba que estar sin ti se iba a parecer demasiado a estar sin mí, como si las personas decidiéramos que tenemos una mitad que nos da media vida. Como si naciéramos para estar unidos a una persona a la que admiramos como a un dios eterno. Como si estar sin ti fuese contradictorio a volver a sentir cualquier tipo de emoción. Sin embargo, estar sin ti se ha parecido bastante a estar conmigo. De una pieza, sin bifurcaciones, sin miedos a sentir huecos por el cuerpo o un frío aterrador.
Y quería decirte, sin rencores ni olvidos prematuros, que ojalá nunca te arrepientas, que no hace falta que vuelvas y que todo pasó porque dejarlo para más adelante habría sido rompernos la vida un poco más. Te fuiste en el momento indicado y aunque llegué a sentir que había desaprendido a respirar cada vez que te alejabas, haberme ido de ti ha sido el típico golpe necesario de realidad. 
No supimos permanecer ni cumplir lo prometido ni aguantar el tirón. 
No supimos hacerlo mejor y, aún así, no lo hicimos del todo mal". 

T.  

martes, 25 de octubre de 2016

Comida para uno

Deberías haberte quedado el día que sentías que se te quebraba la piel. Deberías haberte quedado la noche que te temblaron las manos o el día que tus ojos se salaron más de la cuenta. Deberías haberte quedado cuando no te salía la voz o cuando te sentaste en el sofá y empezaste a tocar a Iván Ferreiro. Deberías haberte quedado porque hiciste creer que lo harías. Deberías haberte quedado porque me sobran platos sobre la mesa, comida en el frigorífico y un trozo no muy grande de la cama. Deberías haberte quedado porque todavía me estoy quedando, porque en el armario hay espacio para más ropa y porque madrugar por las mañanas sin compañía es una putada. 

Y llegar a casa ni te cuento. 

Deberías haberte quedado porque la vida nos lo pedía a gritos, porque en los conciertos la gente nos miraba y porque llegamos a dar tanta envidia que parecíamos sacados de una serie americana seguida por millones de espectadores con el final más deseado. Deberías haberte quedado porque una vez te dio por elegir una estrella y porque ahora estoy deseando que se muera, se apague, sea engullida y desaparezca. Deberías haberte quedado porque no recuerdo cómo era la vida antes de ti y eso es una mierda. Deberías haberte quedado porque el día que te acuerdes de toda la felicidad vas a necesitar llamarme y yo ni siquiera responderé al tono de tu voz. 

Porque este formato ya no existirá. 
Porque estaré tan lejos que ni siquiera me vas a reconocer. 
Porque será tan tarde que habré aprendido a volver a nombrarte sin morir en el intento. 

Deberías haberte quedado porque no haberlo hecho te ha condenado a perder una parte de ti que no vas a recuperar. Deberías haberte quedado porque vas a sentir tus bolsillos vacíos en invierno, tu coche con demasiado frío, tu ropa sin mezcla de olores. Porque los veranos se te harán eternos y nadie te estará esperando para cuando llegues. 

Deberías haberte quedado porque la comida china es demasiado para una persona. 

Deberías haberte quedado. 

martes, 18 de octubre de 2016

El día que se salvaron los glaciares

Aquel día el cielo era tan negro que podría haber jurado que la vida se caía. El mundo contemplaba su fin y la tormenta era tan espesa que tus brazos no podían soportar su peso. Temblabas y tus ojos estaban tan salados que no supiste mirar ni ver ni disipar ni observar. Los huesos se te rompían, el agua te empezaba a cubrir entero y el corazón te latía tan rápido que no supiste pronunciar palabra. Que no supiste pronunciar mi nombre. Mi nombre, que había salido siempre de tus cuerdas vocales con tanta musicalidad que todavía siento escalofríos cuando otras personas intentan imitarte. Mi nombre, que hasta eso me recuerda a ti. 

Estuviste tan lejos que ni el caleidoscopio reconocía tus movimientos, tus colores y tus formas. Estuviste tan lejos que ni sentí la electricidad de la tormenta acerándose a mí. El firmamento se caía a pedazos, las galaxias empezaban a engullirse y la luna ni siquiera existía por aquel entonces. Parado frente a la nada, haciendo creer que nada había importado, que todo había sido tan sencillo que ni siquiera merecía la pena. Haciendo creer que el mundo que habías tenido a tus pies no había existido y que los últimos años tan sólo habían merecido la pena por pequeños momentos que no ibas a recordar. 

Tú contra el mundo. Tú contra todo aquello que un día hizo que te brillaran las pupilas y que las pestañas te bailasen. 

Aquel día los pájaros dejaron de piar, las abejas no trabajaban, las flores se cerraban, el sol se escondía y en la ciudad no se oía ni un sólo ruido. Como si lo supieran, como si lo hubieran sabido siempre y simplemente estuvieran esperando el momento. El principio del fin. Parecía que todos te habían visto pasar, parecía que nadie hablaba porque tú no lo hiciste. Porque aún no lo has hecho. 

Pero tú seguías allí. Cómo me ibas a salvar si ni siquiera sabías que yo seguía también allí, frente a ti, esperando algo. Esperando que ocurriese algo. Esperando que ocurrieses. Cómo me ibas a salvar si no supiste verme, si sigo aquí y la costumbre te ha terminado cegando. Cómo me vas a salvar si nunca has sabido que tenías que hacerlo. Si no supiste ver cómo me iba de ti. De nosotros. De lo que fue y no quiero que vuelva a ser. No quiero que vuelvas a ser. Ni a estar. 

El día que te fuiste, los glaciares de los polos volvieron a reconstruirse y el hielo empezó a cubrir cada resquicio de la casa. Cada rincón irreconocible. Cada hueco entre mis huesos, cada espacio en las venas y arterias. Cada mirada hacia algo nuevo, cada intento de respiración. Los planetas se agrietaron, los meteoritos caían y las Perseidas se apagaron de golpe. 

El cielo era tan negro que podría haber jurado que la vida se estaba cayendo. 
La vida estaba desapareciendo pero sin llegar a desaparecer. 

domingo, 11 de septiembre de 2016

Gerundios

Cuando te conté que hay cosas que nunca se superan, no te mentía. Hay muertes que no se superan, canciones que no se superan, libros que no se superan, películas que no se superan. Aunque quizás me refería a nosotros y no lo sabía, quizás no hablaba de nada, de nadie. Pero es cierto: hay cosas que no se superan. 

No te supero.
No nos supero.
Se derrumba el mundo desde que no estás. 

Ella me ha dicho que sería cuestión de meses, que en un abrir y cerrar de ojos ya estaría sobrevolando el Atlántico y diciendo adiós a los mejores años que pudo darme. Una vida soñada a los ventitantos, llena de llantos, fiestas, abrazos, películas, libros y conciertos. Llena de alcohol y de historias para no dormir. 
Has decidido irte cuando ella, cuando no hay más futuro pluscuamperfecto, cuando me ahogo y cuando más te necesito. Cuando intento escapar de ti pero no me dejas. 

Esto no se supera.

Quién iba a superarlo tratándose de ti. De la música hecha persona, del Amor esparcido por toda la ciudad. Apareciendo a tu antojo, yéndote cuando no puedes respirar y dejándome fuera de todo. 
De ti, de tu vida, de la mía. 
Haciéndome olvidar quién soy y quedándome perdida en mitad de la nada.

Han desaparecido las noches azules, las lluvias de estrellas, las galaxias han sido engullidas por los agujeros negros, has creado unas coordenadas con una estrella que se está muriendo y has dejado sin hacer la lista de cosas que teníamos preparada desde ese día. El día de los dos besos, de las guitarras y de pronunciar tu nombre en voz alta por primera vez. El día que supe que veníamos del mismo polvo de estrella, de los mismos átomos. El día que me prometí que me quedaría hasta el final, creyendo que no existía final. El día que los planetas comenzaron a alinearse para llegar hasta nosotros.  

"Las hojas de los árboles ya estaban perdiendo intensidad, y aunque faltaban semanas para que empezaran a caer ya estaban listas para la caída, no exactamente apagadas sino apagándose".

Sin haberme ido pero yéndome. 

Y entonces volverás. Volverás cuando sepas que estar solo no es equivalente a tener tranquilidad. Volverás cuando te des cuenta de que la tranquilidad y la libertad te la proporcionábamos nosotros. Volverás cuando me necesites cada noche y no sepas acercarte a mí, cuando esté tan lejos que ni siquiera puedas verme. Ahí, volverás. Cuando ya no te mande señales de humo. Cuando te des cuenta de que el problema no éramos nosotros. 

Al final has sido más fugaz que todas las estrellas que cayeron en agosto. 

martes, 30 de agosto de 2016

Petit à petit

Es una pena tener que alejarte de algo para poder echarlo de menos, es una pena tener algo tan cerca de ti que ni siquiera puedes verlo. 
Y tú ya no me ves a mí. 
Me tienes tan cerca que no me distingues, estoy tan pegada a ti que no eres capaz de darte cuenta de que llevo a tu lado desde el primer día. 
Y hoy has empezado a perderme. Hoy estás tan ciego que ni siquiera puedes valorar que soy una base fundamental para ti, el cimiento principal; soy tan principal que sin mí todo esto se derrumbaría. Pero tú no puedes verlo. 
Me estás perdiendo poco a poco y seguirás sin mover ni un dedo hasta que no esté, hasta que no puedas apoyarte en mí y hasta que no sientas que te falta el aire y que te hago tanta falta que necesitas explotar. 
Me vas a necesitar. 
Necesitarás un abrazo, que te digan te quiero o que eres especial. Necesitarás dormir aquí, mirarme y pensar que conmigo todo es más fácil. Necesitarás tu vida conmigo el día que veas que hablaba en serio cuando te dije que un día ya no estaría contigo. 

Ahora mismo ni siquiera sé si estoy contigo o conmigo. 
Ahora mismo sólo sé que no puedo estar en los dos sitios a la vez. 

A lo mejor, incluso necesitarás llorar y no sabrás ni cómo se hace porque ya no estaré cerca para explicártelo. 
Me estás perdiendo tontamente y ni siquiera te das cuenta. 
Ni siquiera eres capaz de entender que no puedo tirar sola y que estás haciendo tanta fuerza que la cuerda se va a romper. 
Los hilos del principio (de los que tanto te hablé) que nos unían, los estás deshilachando y conforme voy uniéndolos, los vuelves a separar. 
Te estás quedando sin mí. Y lo peor es que quedarte sin mí significa que yo me quedo sin ti. Y para mí, quedarme sin ti es la mayor putada que el mundo podría hacerle a alguien. Quedarme sin ti es lo más triste que va a vivir la historia. Quedarme sin nosotros será peor que cuando la bomba atómica cayó sobre nuestra Hiroshima. 


Hasta las galaxias van a llorar por nosotros si me pierdes.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Expecto Patronum

"Si voy a esperar
prefiero hacerlo en compañía.
Vos podés hacer
lo que vos quieras hacer,
pero nunca te olvides
de quién te espera".
Tobogán Andaluz

Como si en la noches más oscura andas a la deriva y, sin quererlo, encuentras un faro guía. El faro guía. Nunca le dije que era el barrido de luz blanca, la farola que se enciende casualmente cuando pasas, el salvavidas, las gafas perfectas, el semáforo en verde continuo y el cupón de lotería premiado. Nunca se lo dije porque, ciertamente, siempre he pensado que era algo más que eso. Era la unión de la buena suerte, era el día de Navidad, Reyes Magos y cumpleaños juntos. Era el tren en el que te subías para llegar a la estación más esperada, era un billete con ida pero sin vuelta, era todo lo que había escrito sin conocerlo. El Patronus que aparece para salvarte de la vida oscura que detestaba. Mi Patronus: la combinación de toda la felicidad para combatir todas las pesadillas que habían persistido hasta que apareció. 

Era algo que ni siquiera él entendía. 
Era algo que ni siquiera yo podía controlar. 

Un nuevo mundo, el descubrimiento de América y el primer paso sobre la Luna. 
El amor en todas sus expresiones posibles. 

Tampoco le dije que compartir nuestra vida había sido la elección más acertada y que quedarme esperando fue la única opción que contemplé. Esperarlo hasta la eternidad, hasta que me gritase basta, hasta que se alejase tanto que no pudiese verlo. Tampoco supo que, probablemente, sería imposible que el mundo fuese a sentir  tanto amor en otro momento de la historia y que si tuviese un giratiempo habría vuelto al día en que lo conocí para explicarle que la sensación fue real y que quedarse conmigo sería como vivir en el concierto de su grupo favorito permanentemente. 

Nunca te he dicho que el sol tendría que apagarse y la luna tendría que caerse para que yo deje creer en ti, en mí y en nosotros. En todo esto. Las estrellas tendrían que morir a la vez para que deje de creer en ti como casa, hogar y equilibrio. 

Para que deje de creer en ti como Patronus.
Como galaxia. 

jueves, 11 de agosto de 2016

Una playlist sin compartir

En realidad, cuando estiras un chicle no se debilita por el centro ni por ambos lados: hay un lado que tiende a estirarse más y a romperse antes. Cuando un chicle se va a romper, primero lo hace una de sus partes y, como consecuencia, se rompe todo. 
Su parte estaba más frágil que la mía y la barrera era más consistente porque, ciertamente, yo ni siquiera había hecho el intento de levantar un muro entre ambos. Quizás hace tiempo lo habría hecho pero de tal manera que nos rodease a los dos, apartados del mundo hostil, ajenos a cualquier catástrofe y preparados para ser sólo uno. 
Sin embargo, tenemos la manía de cambiarlo todo y remover la historia; dejando atrás todo lo que juramos que permanecería. Pero nada permaneció porque, por lo visto, tirar los trozos que se rompen es más fácil que volverlos a unir y cuidarlos para que perduren. 
Pero no es tan fácil tirarlo todo por la borda y seguir como si el mar lo engullese. 

Qué hago yo ahora con el día que entré en su coche y cuando paramos apoyé la cabeza en su hombro. O qué hago con todas las películas de cine surrealista que nos quedan por ver o con las fotos colgadas de una cuerda o con el cuaderno que le escribi y que se está llenando de polvo. Tampoco sé qué hacer con todas las veces que se quería casar conmigo o con la lista de nombres para nuestros hijos. El día en el parque con el perro o cuando pude admitir sin miedo que era lo mejor que me había pasado en la vida y que nunca había estado tan segura de algo, de alguien y de mí. Y qué hago con la estrella y las coordenadas, con la playa, las comidas improvisadas, los festivales, los veranos y la vida que le regalé.
Estuve a punto de hablarle de mi abuela y ahora ya ni siquiera creo que pueda. 
Ni siquiera creo que vuelva.
Enfrentarse a otra vida, así, en frío.
Volver a lo de antes.
La playlist sin compartir, una entrada de cine con palomitas y sin regaliz, cumpleaños sin esperar una felicitación y la mitad de la estantería vacía. 
Porque ya no está. 
Porque se está yendo, poco a poco.
Cuando se dé cuenta, ni siquiera estaré aquí. 


Dime, qué hago yo ahora con dos galaxias.

jueves, 4 de agosto de 2016

Contaminación atmosférica

Algo se acciona, la partícula más pequeña decide estallar. Contagia al resto. Lo normal deja de serlo, lo cotidiano cambia radicalmente. 
Ha dejado de mirarme. A mí se me salen los ojos de mis órbitas. Necesito retener cada momento, cada detalle, grabarlo en mis pupilas y no olvidar ni siquiera el ritmo de su respiración. Por si acaso tengo que escribírselo, narrárselo o contarle mil historias sobre el día que nos encerramos en el coche y los cristales casi revientan por todo el dolor que había en la atmósfera. 
Se han contaminado las galaxias. 
El calentamiento global se ha quedado pequeño. 

El sol se está alejando y lo estamos haciendo mal. 
Lo estoy volviendo a hacer mal, otra vez. Como tantas veces. 
Se está tambaleando, sobre el hilo. Se está tropezando, casi se cae, resiste, intenta seguir, se vuelve a tropezar. 
Está explotando. Voilà, c'est moi. 

Mi plan consistía en equivocarme cada día de mi vida con cada persona que se cruzase por mi camino para no equivocarme con la única persona que debía permanecer aquí, a mi lado. Mi plan ha fracasado. Al final me he equivocado tanto que me he acostumbrado a seguir mi rutina. 

Se está yendo pero todavía no lo sabe. Todavía cree que quiere quedarse aquí, conmigo.
Se está yendo y ni siquiera se da cuenta. 
Empieza a sentir pequeños rechazos, pequeñas manías, pequeñas voces insoportables. 
Empieza a no expresar el amor de antes, las ganas, la ilusión. 
Poco a poco. 
Se está yendo y yo no sé qué hacer. No sé qué hay que hacer. 
No puedo respirar. 
Me lo prometió. 

lunes, 4 de julio de 2016

Viaje en coche desde la playa

Creo que no se daba cuenta de la situación.
Yo estaba dispuesta a dejar toda la vida que había conocido hasta entonces para subirme en el primer avión en oferta y empezar algo nuevo donde ni siquiera tenía oportunidad. Y todo por quedarme con él. Siempre lo he tenido bastante claro.
Qué íbamos a hacer sin nosotros. Tú sin mí. Yo sin ti.
Estaba dispuesta a invertir todos mis ahorros en un mundo desconocido que nunca había entrado en mis planes. En mi futuro no estaba acordado cerrar la maleta e irme contigo, a probar suerte. Lo repetiría cada vida si el resultado es compartir nuestra vida.
El miedo está llegando a puntos impensables: pesadillas, distancias, silencios. En general no sé qué decir ni cómo actuar. A veces lloro, a veces no hablo porque no tengo nada que decir. Otras veces hago como que escucho aunque no haya entendido ni una sola palabra. Ayer el miedo me hizo creer que te ibas sin mí, que no habías comprendido nada de nosotros y que para mí esto era tan sencillo como sumar.
Dejo mi vida entera por ti. Solamente por ti.
Estoy apostándolo todo por ti.
Ojalá nunca sientas este miedo, el pánico o la sensación de tus manos y tus piernas paralizándose. Tu boca bloqueada, tus ojos congelados.
Apuesta por mí.
Por favor.

miércoles, 13 de abril de 2016

Carta de cumpleaños

"Feliz cumpleaños. 
Ya sé que ya no te escribo y pensarás que te tengo olvidada, te diré que dices muchas tonterías y pondrás cara seria. Entonces, tendré ganas de abrazarte y de hablarte de alguna curiosidad como que su cumpleaños también es hoy. Tendré ganas de mirar a través de tus gafas y marearme, incluso te calentaré un poco de leche y esperaré a que te termines el vaso. Sin embargo, nunca lo hice y dudo que ahora pueda. Te escribo porque hoy me veo con fuerzas, bastante capaz y con poco miedo. No me preguntes por qué, simplemente hoy el día está así. 
Hoy es tu cumpleaños y el suyo así que me gustaría hablarte un poco de él. A lo mejor crees que es injusto porque a él no le hablo de ti pero es que a nadie le hablo de ti. No te lo tomes a mal, simplemente me da pánico echarme a llorar y no saber muy bien qué explicación dar. El día que vi que vuestros cumpleaños eran el mismo día pensé que no me sorprendía, ¿quién iba a cumplir el mismo día que tú si no era él? Nadie. Lo tuve claro desde el principio.
Te quería contar que nunca había visto tanta sensibilidad y sencillez en una persona, que nunca había mirado unos ojos tan profundos y me había sentido tan a salvo.  Es alguien increíble. Como cuando sientes que todo lo demás no importa y que pase lo que pase todo irá bien. Como si vieras que un meteorito llega a la tierra, saber que todo va a explotar pero aun así estás tranquila porque está contigo y porque nada podría fallar. Así me siento. Siento que nunca antes había respirado tanto aire limpio. 
Lo querrías. Podrías quererlo tanto como lo quiero yo. Podría quererte él también. Estoy empezando a venirme a bajo. A veces pienso que pasarán treinta años, llegará el 13 de abril y seguiré sintiendo cierta tristeza en mí. El 13 de abril o el día que elijas, si son todos lo mismo. Una vez le conté que yo pensaba que una parte de mí siempre sentiría tristeza, me preguntó por qué y no supe qué decir. Pero yo lo sabía. No volver a verte me provoca cierta angustia que no consigo hacer desaparecer. Sé que me perdonas, sé que sabes que no era consciente de nada y que con mi edad tampoco se podía ser muy valiente, sé que has venido más de una vez a mí para decirme que no pasa nada, que está todo bien. Las dos sabemos que nos hemos vuelto a ver pero que nadie lo entendería si lo contase y aun así hay una presión que no me deja avanzar. Hay algo que me retiene. Y sí, una parte de mí siempre estará apagada y siento horror por si no le gusta, por si no quiere quedarse cuando se dé cuenta que es algo sin cura. No quiero borrar esta parte de mí, no quiero sentir que te olvido. 
Ojalá me vieras con él. Nunca había sido tan feliz. Te gustaría tanto como a todo el mundo. De hecho, a mi madre le encanta y se nota (o eso creo). Ojalá pueda hablarle de ti con tranquilidad, como si fuese un tema de conversación corriente. Cuando se levanta es lo mejor que he visto en mi vida y cuando me mira siento que todo lo que ha pasado hasta aquí ha merecido la pena. Creo en él como nunca había creído en nadie, como no sabía que se podía creer.
Me siento inmortal y necesitaba contártelo". 

sábado, 9 de enero de 2016

Recambios

Una vez vi el cielo negro en verano a las seis de la tarde y, entonces, se murió. Nunca supe si fue al revés: si el cielo era negro porque ya se había muerto o si sólo yo lo vi negro.

Otra vez lloré tanto que soñé lo que necesitaba soñar y se despidió de mí, me abrazó tanto que en ocasiones siento que estaba aquí de verdad. Fuera de mi mente, aquí, físicamente. 

Un día supe que no era yo la que se alejaba de las personas, eran las personas las que se alejaban de mí. Entonces, uniendo cabos, llegué a la conclusión de que las personas que no son base son las sustituibles: siempre llega alguien mejor. Está bien, es como cuando llega la pieza de repuesto porque era mejor que la primera. Solamente había un pequeño problema dentro de esta conclusión: yo era la pieza vieja que siempre era sustituida por una de repuesto. Por la última pieza. La última persona que llegaba a la vida de los demás. Y ahí, cuando llegaba esta última persona, me daba cuenta de que no fui base. No sé qué fui. No sé si sigue ocurriendo porque me doy cuenta cuando pasan los años y ya no escuece. Lo jodido fue cuando después de tantas historias parecidas te acaban dando miedo las personas. Me corrijo: no dan miedo las personas, dan miedo las personas que quieren acercarse a ti. A veces no entiendo por qué alguien se acerca a mí, para qué. 

Para qué me quieres.

Hoy me he sentido especialmente estúpida porque por lo visto hay personas que se acercan para quedarse y yo no lo sabía. 

Aunque sigo sin saberlo.