"Aunque no me quiso mirar, yo lo supe siempre.
Cuando no tenía nada qué decir, releía a Joan Didion y pensaba que las noches azules no podían desvanecerse y las flores andaban húmedas y coloridas entre sus manos. Porque los domingos habían dejado de serlo desde que le prometió que irse tan sólo era una excusa para poder volver. Y volvía, cuando menos se lo esperaba y el calor era aterrador porque sólo habían conocido el frío.
Ya nada volvió a ser igual y todo lo que habían conocido hasta el momento, ya ni siquiera existía. Las radios no sonaban, algo había cambiado para siempre y habían ganado tiempo entre sus dedos. Se quedaron pegados creyendo que separarse sería una sensación parecida al desequilibrio y a los abismos que conocían por las playas del norte.
Poco después le regaló el sur y se sinceró sin ser consciente de que le estaba asegurando el futuro que le daba miedo pedir. Porque le habían quitado tantas veces los peces que bailaban entre sus labios que era impensable sentir que quería quedarse sin preguntar. La misma conexión que los había unido, comenzaba a separarlos sin que se dieran cuenta. Cuando abrieron los ojos ya no estaban, las luces creaban fuertes destellos que los cegaron durante segundos y, justo después, las flores habían desaparecido sin dejar aromas reconocibles.
Estuvieron más lejos que nunca y, aún así, las respiraciones iban al compás y los latidos seguían escuchándose incluso cuando sus sombras se habían borrado. Estuvieron tan lejos que las huellas se deshacían con la vuelta del frío y lo que entonces fueron imanes que no pudieron separarse, ahora eran metales desgastados por el vaho.
Llegaron a estar tan lejos que chocaron sus espaldas
y renacieron las flores de colores."