"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Frágiles.

Y me subes al taxi y allí te quedaste tú. En mitad de la noche, pelándote de frío viendo cómo se escapaba la única persona a la que no te perdonarías perder; entonces no lo sabías. Simplemente creíste que podías arrojarme al montón de los besos robados. No te culpo: yo siempre pensé lo mismo. Un muñeco más para mi colección. Pero ya ves, las vueltas de la vida. Lo invernal y lo tropical mezclados, como tus colores.

Y en el cristal del taxi nadie escribió "que sea cierto el jamás". Yo sólo hubiese pedido (y pido) la eternidad e inmortalidad. La conexión infinita y el infinito infinito (elevado al infinito).

Abril se hizo eterno y nuestro otoño parece que no llega, como si estuviese estancado. Me llaman octubre porque sólo hablo de ti y realmente llevan (co)razón. ¡No sales de mi puto cerebro! Cerebro, bulbo raquídeo, puente de Varolio, hipófisis o donde mierda sea. El caso es que te has establecido aquí cerca y no hay quien te saque. Vuelvo a quejarme, siempre igual. Como si me molestase perder el tiempo pensándote. En realidad todo lo contrario, eres el mejor momento del día.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Días de grandeza.

Crecer es aprender a despedirse.
Desde que nacemos nos intentan enseñar a crecer, a madurar. No hagas esto (o lo otro), no grites, no contestes, estudia, lee, no veas mucho la televisión, come verduras. Órdenes o gilipolleces, como prefieras llamarlo.
El día que te das cuenta de que crecer va a significar despedirse de personas, situaciones, emociones, memorias, ilusiones e incluso amigos que se supone que iban a estar para toda la vida.
Y aquí estamos, llevamos dos décadas en este mundo (aproximadamente); hemos aprendido a comportarnos, a no cantar en la mesa, a colocar la cuchara y el cuchillo en la derecha y el tenedor en la izquierda, llenar las botellas de agua en verano para que se enfríen en la nevera, recoger la habitación, ser educados y... diez mil estupideces más.
El día que ver que crecer significa conocer cada días más gente que ya murió.
¿Y dónde quedan las despedidas? Nadie nos ha "amaestrado" para que aprendamos a decir adiós y, de alguna forma, es lo que realmente nos hace madurar y crecer. Nadie te explica cómo funciona la vida y un día, repentinamente, alguien se va. ¿Qué hacemos? Aquí estamos, esperando a que llegue la primera persona que se marchó.
El día que te das cuenta que te despides mejor que hace un año.
Cuando pasan los años te acostumbras, es algo lógico: las personas van y vienen. Pero, en el fondo de nosotros, la primera persona que se fue siempre deja una huella un poco más marcada. No me preguntéis por qué, no tengo ni puta idea. Supongo que estamos tan poco preparados que somos incapaces de asumirlo. Hay pérdidas que nunca se superan y, creedme, es horrible. Un día llega una persona a tu vida y a partir de entonces no pasas un día sin pensar en ella. Es curioso, un día tienes la mente con vacíos y sin quererlo tienes un nombre clavado que nunca más se volverá a borrar.
Que ya no te sorprende que la gente desaparezca de tu vida. 
De eso está creada nuestra mente: de vacíos. Vacíos que vamos llenando según pasan los años (o los daños).
Ese día estás aprendiendo a decir adiós, ese día estás creciendo.
Los vacíos se convierten en nombres, pero los nombres nunca se convierten en vacíos. Me explico (aunque supongo que es comprensible): nunca olvidamos ningún nombre que nos haya marcado un antes y un después. Nunca. Las caras se vuelven borrosas, las manías se olvidan, los olores (al no ser que haya objetos que, gracias a Dios, nos los recuerden), las voces (las preciosas voces que siempre juramos que serían inolvidables) pero los nombres... Creo que es imposible. De hecho, cada vez que aparece su nombre; tu mente se activa y aparece su imagen. Rápidamente, como a la velocidad de la luz. Creo que la velocidad de la mente (en ocasiones) es enormemente más veloz que la de la luz (incluso más que tu luz, que ya es decir).

No sé si hay algo más triste que aprender a decir adiós.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Despertar cuando termine Septiembre.

Las personas pensamos en las fechas que nos marcan un antes y un después. Creemos que cuando el calendario dé una vuelta y vuelva ese día... Todo va a cambiar. Como si fuésemos a revivir ese momento, como si tuviésemos otra oportunidad. Cambiarlo todo, alterar lo que pasó, despedirnos de los que se fueron. ¡Qué ilusos! Lo cierto es que no. Soñar es gratis, o eso dicen. Ilusionarse también. Sin embargo, ¿qué pasa cuando vuelve a llegar ese día? La vida sigue y allí estás esperando el nuevo cambio que nunca llega (o esperando que el nuevo cambio que fue hace tiempo desaparezca y todo regrese a la normalidad). Supongo que la fe nos traiciona en numerosas ocasiones, nos hace creer que es posible "volver atrás".
El 17 de septiembre de 2010 era viernes. Nunca me he sentado a contarlo, nunca hablo de aquel día. Ni siquiera las personas más cercanas a mí saben algo del 17 de septiembre de aquel año. Siempre he dicho que en mi vida, el 31 de agosto es como el Año Nuevo en las vuestras y que septiembre equivale a enero.
Resulta que mi vida nunca cambia de diciembre a enero, sin embargo, siempre da un giro inesperado (generalmente negativo) de agosto a septiembre.

Quizás en septiembre ya no estamos en pleno verano pero juraría (y es evidente) que en el Sur el calor sigue siendo el protagonista.

Ese día no. Ese día todo era diferente. Parecía que el mundo había cambiado su rotación, parecía que la Luna estaba cambiando su efecto sobre nosotros. Parecía que se acercaban tiempos difíciles (y no sólo para los soñadores como nos cuentan en "Amélie"). 
Parpadeas una vez y tu vida nunca más volverá a ser lo que fue.
Este es el primer día del resto de tu vida.
En ese momento mi vida se resumía en esa estúpida frase.

Todo empezó cuando sonó el teléfono. Cómo odio que suene el móvil en ciertas ocasiones. No sé por qué no me extrañó, no sé por qué no lo pensé: mi padre nunca me llama a las dos y media de la tarde.
Al menos no en esa época de mi vida, siempre estaba en clase a esa hora. Pero bueno, en ese momento no lo pensé.
Yo sólo me limité a devolverle la llamada mientras cruzaba ese paso de peatones que nunca más ha vuelto a ser el mismo para mí. Y él, tan risueño como siempre, me contestó. En realidad no, mentira. No estaba risueño. Tenía la voz apagada (o eso creo). La memoria a veces me traiciona.
Sólo se limitó a decir que ella se había muerto. Así, tal cual. Como si te tiran un cubo de agua congelada al levantarte por la mañana. Como si vas andando y de repente desaparece el suelo. Se había muerto. Ya no estaba. Esfumado. Desaparecido. Ido. "Vale, estoy yendo a casa". Y colgué. Nada más. No crucé ni una palabra más. Volví a parpadear y estaba en mitad de la calle gritando de ira y llorando de pena. Odiándome por todas aquellas cosas que nunca le dije. Os recomiendo que nunca os guardéis nada para vosotros, es insoportable el dolor y el arrepentimiento.
Las personas que pasaban por allí me miraban. Y yo gritaba y lloraba y tiré el teléfono. Alguien me abrazó, me tranquilizó y me empezó a preguntar sobre ella. Si la quería mucho, si estábamos unidas... Si la quería, dice. No sabéis hasta qué punto podía adorarla. De pequeña vivía con ella. Hasta... ¿2008? No sé, qué más da.
Y pensaréis que soy una boba por creer que el mundo cambió su rotación sólo por eso. ¿Sabéis que os digo? Que sí.
Una hora después ya estábamos en la carretera para ir al tanatorio (ella estaba en otra ciudad; bueno, ya no estaba). Os juro que nunca vi un cielo tan negro a las cinco de la tarde de un 17 de septiembre. Durante las cinco horas de viaje nos acompañó un cielo completamente oscuro, con tormenta, nubes negras y una luna casi llena que apenas se apreciaba. Puedo asegurar que el cielo sentía enfado, lo recuerdo como si hubiera pasado ayer. Parecía de noche y ni siquiera eran las ocho. Fue horrible. Y ella se había ido.

Entré a la sala del tanatorio, abrí la puerta del cuarto de baño y empecé a llorar. No podía dejar que me viesen, no quería hacerme la idea de que era real. No pronuncié ni una palabra. Admitirlo en voz alta es aceptar que ha ocurrido. Por eso nunca he contado la historia con pelos y señales, ¿para qué? ¿Para afirmar algo horrible? La evasión es un medio de autodefensa. Ni siquiera quise abrir los ojos en aquella sala fría. Sería estropear mi última imagen de ella.

Allí sentada, en aquella silla en la puerta. Dándome besos, sonriéndome, hablando, quejándose, pasando calor y alegre porque estábamos allí como cada vez que podíamos. Tan guapa... No tenéis ni puta idea de lo perfecta que era e infeliz en tantas ocasiones que me odio por no haberle regalado mi felicidad.
En el hospital sólo pedía un vaso de leche con galletas antes de dormir. Siempre, ella y sus galletas. Y nunca dormía, le daba miedo dormir. Siempre creyó que si se quedaba dormida nunca iba a despertarse. Siempre creyó que si se quedaba dormida no podía salvarnos. En eso nos parecemos mucho. Cada vez que yo era pequeña y mis padres no estaban en casa, yo no dormía pensando que despierta podría salvarlos de cualquier mal... Y no dormía. Y hasta que no volvía a verlos no pegaba ojo. Como si estando todos juntos en casa estuviésemos en un lugar sagrado. Pues ella era como yo (o siempre lo he creído).

El 17 de septiembre vuelve y aseguraría que vas a aparecer. Qué gran gilipollez, ¿eh? Tú volviendo...
Ojalá estés cerca, ojalá puedas leer esto, ojalá me escuches, ojalá te acuerdes de mí siempre, ojalá sepas todo lo que nunca te dije, ojalá nos volvamos a encontrar y te dé un abrazo infinito, ojalá vuelvas a hablar con ella que creo que es la persona que más te echa de menos en este mundo, ojalá sueñe contigo, ojalá no te olvide nunca... Ni aunque pase una eternidad. Y para mí tú eres eso: eterna.

Te voy a querer durante toda mi vida, incluso cuando yo tampoco esté; azul.

lunes, 10 de septiembre de 2012

No sé (d)escribirte.

Tengo ganas de verte. ¿Y ahora me echas de menos?
Y nuestro universo se separa. Mundos paralelos. Allí estamos, esperando que uno de los dos sea capaz de decir algo.
Llevo dos años echándote de menos.
Un huracán. Quizás no, quizás sólo son mis manos que no dejan de temblar ante respuestas inesperadas. Las historias se repiten pero los protagonistas han mejorado. En realidad sólo se repite la base. La historia es complemente diferente; aunque el Norte y el Sur vuelvan a atacar. Me voy a quedar en nada. Me da igual. He roto tus ventanas, ya ves. No sé estarme quieta. A ti no te voy a romper, sólo quería ver los cristales volar gracias a la fuerza de la gravedad.
Hacer del caos un arte.
Por eso estamos aquí, esperándonos. Para que todo colisione y renazca todo aquello que enterramos por separado.
Sin tu voz, todo suena diferente desde aquí.
Quédate, quédate a vivir.
Ya verás que nadie nos encontrará.
 Yo también te echo de menos.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Elles.

De ellas nunca más volví a hablar. Las revistas han cogido polvo y los recortes están más recortados. Quizás  borré sus nombres porque París quedó demasiado lejos o porque a la una y diez de la mañana, a veces, todas las vidas están apagadas y cerradas.
Sus huellas creo que se quedaron grabadas; sin embargo, no puedo asegurar nada porque mi mente no es capaz de mirar y comprobar si todo aquello sigue vivo. ¿Dónde estarán? En cualquier bar tomando la cerveza a la que nunca las invité o riéndose de todo aquello que me he perdido estos últimos años.

No recuerdo a dónde jurábamos que íbamos. Supongo que al Norte de Francia como siempre, ¿no? La combinación de aquellos tres números mágicos que escondían secretos, historias de terror y sentimientos guardados en una caja.

Aquí me veis, no he llegado muy lejos. La memoria es traicionera. He olvidado los gestos que me indicaban dónde me esperabais. ¿Cómo estáis? ¡Qué pregunta! Juntas, como siempre.

Nadie sabía que era el último día, qué cosas. Un día la vida te da una patada y caemos todos como piezas de un dominó. Un día abres los ojos, parpadeas un par de veces y... ¡PUM! Todo se ha esfumado.

Yo me quedo con los años declarados, las guerras ganadas, las risas enlatadas, los gritos envasados, las lágrimas secretas, los viajes interminables y las fotografías... ¡Ay, las fotografías! ¿Qué haríamos sin ellas? Probablemente mis recuerdos hubiesen muerto si no hay momentos congelados.

Yo me hubiese quedado hasta el fin, hasta que digáis "¡No da para más!"
Entró la tristeza en el mes de septiembre y no ha vuelto a marcharse.

Me moriré de ganas de deciros que os voy a echar de menos.