"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

miércoles, 26 de julio de 2017

1990

Me está mirando fijamente y no me lo esperaba. No baja la mirada, me quito de en medio, no mueve sus retinas. Está bailando con sus hermanos y sus hijas, empieza a sobreactuar, se ríe, bebe y baila con mi madre. Se sientan alrededor de la mesa mientras se inventan una comedia y hacen como que toman café pero yo creo que tomaban ron o whiskey.
De vez en cuando vuelven a mirar y no se dan cuenta de que estoy ahí, vuelvo a ser pequeña porque otra vez estamos en los 90.
Yo no conocía esa faceta suya. Sí conocía la de mi madre pero de ella nunca me contaron que hubo una época que se apuntaba hasta a un bombardeo.

La estoy viendo y siento su felicidad desde aquí: desde millones de años luz porque no sabría deciros exactamente dónde se encuentra ahora. Sé que está lejos pero poco más. Siento su respiración entre trago y trago.

Ahora me pregunta que si quiero un vaso de leche para dormir mejor, con galletas y mucho ColaCao. Me lo está preparando, se acerca, lo deja delante de mí y se sienta en el sillón a ver la tele mientras mira de reojo cómo me bebo el vaso. Pone las piernas en alto y se queda callada. Entonces, ahí, me acuerdo de los vídeos donde daba vueltas sobre sí misma, donde se acercaba para cogernos en brazos y nosotras ni siquiera nos enterábamos, donde nos llamaba “las nenas” y le cambiaba el tono de voz.

Hoy vamos al parque que hay justo abajo para jugar al diábolo. Es azul (casualmente) y lo tira bastante alto. Mi hermana también. El mío sale rodando por el suelo porque yo no tengo ni idea de cómo se juega a la cosa esta. A mí me gustan más las muñecas y montar una ciudad donde puedan vivir. Vuelven las dos a tirarlo hacia arriba y lo pierdo de vista porque el sol es bastante molesto a esta hora del día. El mío se lía en la cuerda y empiezo a enfadarme porque soy la única que no sabe jugar.
Cada poco tiempo miramos las tres al balcón porque mi madre sale a saludar y a gritarnos alguna cosa. Nos emociona bastante hablar a gritos desde la calle, mucho más cómodo. Nos gusta saludar desde lejos porque es como si estuviera todo el rato vigilando que todo esté yendo bien. Todo está yendo bien.
Huele a sopa de arroz. No podemos irnos de aquí sin comer sopa de arroz y una pera de postre. Me encanta esa comida aunque a mi hermana le gustaría comer bacon y huevo frito, pero yo creo que no hay punto de comparación. Comería esto todos los días de mi vida. La sopa de mi madre o la de mi abuela, me sirven las dos porque cocinan exactamente igual.

Mi padre viene a buscarnos ahora porque siempre que venimos a esta ciudad tenemos que estar de un lado a otro, saludando a toda la familia. A veces nos aburrimos pero sacamos rápido la Game Boy, nos peleamos un poquito, mi padre esconde la consola en un sitio tan obvio que nunca descubriremos, el enfado va a más y se nos olvida que nos estábamos aburriendo.