"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

El día que cortamos los hilos rojos

Yo no creo que existan las personas azules, ni las personas con magia y mucho menos creo que exista un hilo rojo que una a las personas desde que llegan al mundo hasta que se van. 

Hace tiempo pensaba que algunas personas tendría que tener prohibido eso de morirse y llegados a este punto me he dado cuenta de que es nuestro segundo derecho más primordial (el primero, por supuesto, es vivir). Es una pena que un día te levantes sin creer en nadie porque, sencillamente, no hay nadie en quién creer. Porque consiste en creer en alguien y no en algo. Las personas se mueren igual y los demás seguimos como si nada, tampoco podemos hacer mucho más.

No se puede encontrar lo que no existe. 

¿Y si ha existido? ¿Y si, simplemente, se ha perdido y hay que buscarlo? No se puede encontrar lo que no existe, lo que no ha existido. Yo ya no sé lo que existe y lo que no, lo que existía y ha dejado de existir. Lo que existía y sigue existiendo.

Es verdad, no creo que existan personas azules porque, según mi percepción, si eres azul es porque no existes. Existir en un recuerdo no es existir. Los recuerdos no te proporcionan oxígeno, ni pulmones ni un corazón latiendo correctamente. Los recuerdos, en resumen, no nos proporcionan nada (o al menos nada positivo). El recuerdo no te va a proporcionar que vuelva a existir lo que ya no es ni será. El recuerdo es el recuerdo, no es nada más. Es una imagen en tu memoria, totalmente abstracta e intangible. No puedes alcanzarlo ni quedártelo para siempre porque un día ya no está y ya no está porque dejó de existir en el momento en el que se convirtió en recuerdo.

A veces merece la pena y a veces no. Hoy no merece la pena, ni ayer la merecía. 

A lo mejor los hilos rojos existieron y alguien los cortó. O peor aún, a lo mejor tenemos que ir formándolos nosotros y, más terrible todavía: cuidarlos. 

Y quién va a cuidar nada y para qué. 

domingo, 13 de diciembre de 2015

Dónde está Hiroshima

Como no sabía dibujar galaxias, las escribía. Se escribían para ti, porque cuando dos pequeñas galaxias colisionan, forman algo más espectacular que la Vía Láctea. Y no vimos la galaxia sobre Brujas y por eso te la escribo, porque odio cuando se olvidan algunas cosas y yo lo estoy olvidando todo. Porque tú volaste por allí para estar aquí y es que más cerca no se puede estar. 

Una vez tuvimos el mundo en nuestras manos, con dos sonrisas en Maastricht y un corazón de diferentes chocolates. Otra vez derretíamos el hielo de las aceras y la escarcha se agarraba al cristal, con un paisaje borroso y un frío inexistente porque estábamos cosidos de la boca a los pies. Éramos una comedia romántica y a mí me gustaba así. Porque había cosquillas, dedos entrelazados, mi cabeza debajo del jersey, gemidos, cervezas y dos soles. Luke miraba al cielo y estábamos allí, alumbrando todos los días. Las dos galaxias. Una galaxia en la otra. Como yo, que estoy en ti, dentro de ti. 

Dejamos la noria de Navidad, apretándonos fuerte las manos sin saber que tal vez no te ibas a acercar con tanta decisión después. Yo tampoco sé por qué, por qué tú o por qué yo. Dejamos los aeropuertos sin ganas, las estaciones siempre en invierno y los trenes esperando la sensación de ver cómo vuelves a mí. Con los guantes rotos, sin aislar del frío y pensando en qué momento "aquí" ya no era lo más cerca que se podía estar. Como si la tranquilidad hubiese sido engullida por los agujeros negros capaces de destruir las galaxias, nuestras galaxias, nuestros planetas en los brazos. A ti y a mí. A ti sin mí. A mí fuera de ti. 

Mi amor. 

jueves, 26 de noviembre de 2015

Nos·otros

No lo entiendo. Sigo sin entenderlo.

Cada noche, cada-noche, apago la luz y me pregunto por qué. Por qué a nosotros. Por qué a ti y, en consecuencia, a mí. Por qué hay efectos que rebotan en nosotros, como si nosotros no fuésemos nosotros. Como si los maremotos nos estuviesen hundiendo en nuestro propio territorio, en casa. Nuestra casa, nuestro hogar, nuestro todo. El todo es más que la suma de sus partes. Somos el conjunto, la unión. Por qué a nosotros. A ti, a mí. 

No me quiero acostumbrar. No quiero. Quiero lo de antes, lo de siempre. Lo que conocemos y queremos y nos gusta, no quiero otra cosa. No quiero esta rutina, la odio. La odio. Yo te quiero como siempre, como antes, hasta siempre. Hasta que tú quieras. Hasta que me dejes quererte. Si tú me dejas, yo sigo aquí. Porque es el mejor sitio donde podría estar. 

Es peor que derrumbar la Torre Eiffel. Es peor que acabar con la ciudad del amor. Es como acabar con el amor, directamente, personificado. Es la mayor injusticia del hombre. Como si la mayor angustia se acomodase en mi pecho y buscase allí su sitio y dejo que ocurra, porque ya se irá. Porque qué más da. Como si la vida hubiese dejado de ser lo que era: los viajes, las sábanas arrugadas, las manos en los bolsillos ajenos, las cervezas en otros bares, el coche por las noches, las buenas noches, los buenos días y otra vez los viajes. Lo que fue siempre. Lo que quisimos, lo que no queremos perder. 

A veces vuelvo a Ámsterdam, a Brujas, a Lieja, a Barcelona. Vuelvo a todos los sitios que nos han visto vivir. Vuelvo e intento quedarme, y me concentro tanto tanto tanto que te vuelvo a ver allí, conmigo. Muriéndonos de frío, viendo las calles congeladas, abrigándonos en la cama más incomoda del mundo y juntándonos para que no se cuele el hielo en la piel. 

Tienes que volver, por los dos. Por favor. Tienes que volver porque tengo los ojos hinchados y empiezan a escocer. Tienes que volver porque me tiemblan las piernas y está nevando por dentro. 

Todo siempre como antes. 

jueves, 12 de noviembre de 2015

Esto es lo que pasa cuando no puedo dormir

Léelo cuando puedas, tranquilamente.
Yo cuando estoy intranquila, pienso mucho en ti y respiro hondo. Pienso en ti porque con todas las personas que se han cruzado en mi vida durante todos los años, tú eres la única capaz de meterse en mi mente y conseguir llenarla de cosas buenas. Sólo tú consigues -incluso sin saberlo- tranquilizarme y hacerme sentir un poco mejor cuando siento lo peor. Te quiero por eso y por un millón de cosas más. 
U yo no quiero que seamos infelices porque te juro que yo siento dentro de mí que nosotros dos somos especiales y lo siento como jamás he sentido algo. Somos especiales y juntos somos totalmente indestructibles. Y lo sé, de verdad que lo sé. 
No quiero que juntos nos sintamos mal, no quiero que nos sintamos lejos porque nosotros no somos así. Nosotros somos diferentes, somos mejores que el resto y lo sabes de sobra. Lo sabes tan bien como yo y eso me encanta. Porque siento la conexión y con la conexión puedo sentir que estás siempre aquí. Siempre. A veces pienso que el siempre se queda corto para nosotros, nosotros somos demasiado. Somos como superhéroes que luchan juntos o algo así. Yo nos veo así y nos quiero mucho. Te quiero a ti y me quiero a mí  y nos quiero juntos.
Me haces mejor persona y no sabes hasta qué punto. 
Gracias a ti (y esto te lo digo muy en serio) nunca he sentido más frio ni me he sentido perdida. Una vez estaba tan perdida que creia que no existía nada en el mundo que valiese la pena. Estaba tan perdida que llegué a pensar que tu no existías. Y te conoci y dejó de haber frio y empecé a encontrarme y todo ha sido mejor (y está siendo mejor aunque ahora nos echemos tanto de menos). Pero echarnos de menos tiene solución.
Estando juntos todo tiene solución, incluso el hambre en el mundo. 
Juntos nos comemos el mundo.

jueves, 8 de octubre de 2015

Salvavidas

Siento que es un paracaídas. 
Me caigo y no evita la caída pero me salva. Me salva porque llega a tiempo, hace que todo sea leve, que duela menos. Porque duele, pero con dulzura. Los aterrizajes siempre duelen, pero ahora es diferente. Ahora tengo una capa con la que planeo, con la que no me quemo. 

Está ahí. 

Como un salvavidas: te ahogas pero empiezas a salir a flote de golpe. 
Y respiras, respiras cerca y dentro de su piel. Y duele, porque ahogarse duele al igual que caer, pero vuelve a ser dulce y lento y pacífico. Es otra amargura. 

Sabe bien. 

O una brújula. Yo qué sé. 
Es todo lo que me encuentra. Como cuando estás totalmente perdido y alguien te guía, sin más. Te guía porque quiere. Porque te quiere. Simplemente lo hace, sin pedir nada a cambio, sin esperarte. Te marca el sur porque está allí pero te enseña cada punto cardinal por si quieres cambiar de opinión. 

Porque te necesita libre. 

También me recuerda a un globo aerostático. 
Un día, y lo juro, me elevó tan alto que vi el mundo como si fuera una maqueta. El globo ascendía hasta Marte y todo se volvía azul y verde. Vi todos los rincones, la Estrella Polar y la luna de otro color, un mapa que brillaba en la oscuridad. 
Es cada ayuda, cada respuesta al grito de socorro, un jersey en invierno. En invierno fue mejor que todas las hogueras juntas en un mismo rincón. 

Yo quiero meter la cabeza debajo de su jersey, 
y quedarme. 

jueves, 17 de septiembre de 2015

Vanalidades

Yo sólo recuerdo varias cosas. 
La primera: era viernes. 
La segunda: hacía tormenta. 
La tercera: me puse a llorar delante de demasiada gente y de una sola persona. 
La cuarta: ya no estabas. 
Cuando pasan los años, el cerebro decide qué recordar y qué no recordar. No sé en qué se basa, pero es así. Un día me vienen a la mente imágenes que nunca había visto. De otras cosas no puedo hablar porque sencillamente ni siquiera sé qué cosas son. Mi mente las tiene escondidas. 
De todas las cosas que recuerdo de ese día, hay una que tengo presente cada día desde hace demasiados años y es que no estabas. Ni estabas ni estás y, por supuesto, no estarás. 
Por aquí, de momento, todo igual. No hablo de ti, no te nombro, no pregunto, no te comparto.
Hoy no es viernes, ya no ha vuelto a serlo. Al menos no de la misma manera. Al menos no lo ha vuelto a ser en feria. 
Tus zapatos en mi armario. Tu olor en el despacho. Tu cama bien hecha. El sonido del teclado y el olor del arroz. La mitad de las cosas no han vuelto. 
Un día, cuando ya te habías ido, vino tu olor. No sé de dónde ni cómo o por qué. pero fue. fue como fuiste tú y como eres tú. Sigues siendo. Para mí sigues siendo. Menos mal que los colores no se puede olvidar.

domingo, 30 de agosto de 2015

Parece septiembre

Las tormentas de verano me recuerdan al verano que cambió nuestras vidas tales y como las conocíamos. Las tormentas de verano me recuerdan al primer verano que recuerdo con tormenta. Me recuerdan tanto a ti que no sé si me gustan o las detesto. Las tormentas de verano me recuerdan a que ya no escribo sobre ti, a que te sigo queriendo, a que nos hemos pasado más años contigo que sin ti. Me recuerdan a que el cielo también pasa de azul a negro y a que tú pasas de estar a no estar. De permanecer a desvanecerte. 

Me acuerdo de la estación más bonita de trenes que he pisado jamás. Me acuerdo de esos trenes que me han llevado a las ciudades más frías que he conocido. Me acuerdo de las resacas en los vagones y de que una vez la capa de nieve era de 50 centímetros y la ciudad blanca. Me acuerdo de que otra vez nos nevó tanto que parecíamos Papá Noel y de que fui tan feliz que me da miedo recordarlo. Me acuerdo que decidí escribirte una carta contándote cómo era la nueva vida pero como nunca supiste leer la guardé para mí. Como nunca te la pude leer, te lo cuento ahora. Por si ya te han enseñado a unir las letras. Por si acaso. 

Te lo escribo ahora porque entonces no supe. Te lo escribo ahora porque a veces me da tanto miedo olvidarte que me pongo a escribirte. Te lo escribo ahora porque a veces me da tanto miedo olvidarte que ni siquiera te escribo, porque a veces no sé y porque ya no sé si sigues estando. Porque los que aparecen por las noches no son tú y yo no sé quiénes son, y me dan pánico y me paralizan con tanta fuerza que nunca serán tú. Y menos mal. Te lo voy a escribir ahora porque echo de menos algunos rincones de la ciudad más fría y pequeña del planeta, de mi planeta. 

Las tormentas de verano me recuerdan a que una noche la lluvia era tan fuerte que parecía que se iba a romper la ventana, pero no se rompía y a la noche siguiente se seguía viendo la luna y el faro. El faro era precioso. Ella siempre me ha dicho que quería meterse en un faro y ver cómo el mar chocaba contra los cristales por el fuerte temporal, entonces cada vez que yo veía el faro me acordaba de ella. Y acordarme de ella, siempre es acordarme de ti. Lo bueno de las ciudades grises es que cuando el cielo es azul, se nota más y se quiere el doble. Lo bueno de las ciudades grises es que son  las personas las que le dan color. Y le dimos color, le dimos tanto color que mirar sus vistas era como verte a ti mirando desde tu gran ventanal todos los días del año. Porque te gustaba eso. Te gustaba tanto observar que parecías un cuadro. La ciudad se parecía a ti. Se parecía a tu hogar, a tu vida, a tu familia, a tus calles y a los sitios donde nunca has podido estar. Ahora no sé a qué se parece, ahora no sé si puedes parecerte a alguien. 

Recordarte es como tocar el fuego directamente y salir ardiendo, es como si echar de menos estuviera prohibido. Como si echarte de menos estuviera prohibido. 
Ya no te escribo porque duele. 
Porque dueles mucho. 
Parece que han pasado varias revoluciones y diferentes vidas desde que no estás. Y ha pasado tan poco tiempo. He estado  más contigo que sin ti y quién lo diría. 
Pero es raro. Es tan raro como no verte. 

Le habrías preguntado por mí, que cómo era aquello y que con quién estaba. Que cuándo iba a ir a visitarte y que no tardase mucho. Pero yo habría tardado, porque yo siempre llego tarde. 
Porque una vez llegué tan tarde que ya no estabas. 
Ya no estabas. 
Y no volviste a estar.
Te prometo que intento no llegar tarde.
Aunque no sé si ahora importa. 
Aunque lo que sea. 

sábado, 30 de mayo de 2015

«El año del pensamiento mágico»

La vida cambia en un instante.
El instante normal.
Así  lo describe Joan Didion. De repente, lo que conocías como normal, desparece. Sólo encajan los recuerdos, estás en medio de miles de personas y no conoces a nadie y no sabes a dónde ir.  Cuando pasan los años, las personas siguen yéndose. Y seguimos siendo reemplazables, por supuesto. Vamos intercambiándonos, como los cromos. Y no pasa nada, está bien. Así está bien.

Tú acuérdate de mí. Porque algunos permanecemos.

Un día nos quisimos tanto que terminamos siendo dos en uno, una unión, una línea, el mismo camino. El mismo amor. Y nos querremos. 
Al final está él y lo conoce todo. Conoce cada miedo que me invade la mente y me gusta, me desmorono y lo sabe y sabe la causa y el efecto de la causa y sigue ahí. Aquí, aquí es donde más cerca se puede estar. Estamos siempre aquí. Como si hubiera más sitios, cómo si hubiera más mundos. Leí hace tiempo una noticia que decía que dos pequeñas galaxias habían colisionado en un punto del universo y que se habían transformado en una galaxia millones de veces más grande que la Vía Láctea. Entonces, pensé en ti. Pensé en tus muñecas finas y esqueléticas, con los huesos marcados y parecidas a las mías. Pensé en lo minúsculo que eres cuando estás vulnerable y desnudo y pensando en mí. Pensé en lo perdidas que están las personas y en el estallido que provocamos el día que las pieles se rozaron, dejando huellas en nosotros. El estallido de dos pequeñas galaxias, frágiles como las pequeñas partículas de las nebulosas. El estallido de las dos pequeñas galaxias que se transforman en algo más grande que la espiral en la que está la Tierra. Hace tiempo leí que todos éramos polvo de estrellas y no lo comprendí hasta que llegaste tú, hasta que te acercaste estando lejos. Porque somos polvo de estrellas. Somos la explosión en diferentes cuerpos. Tengo parte de tus estrellas en mi mano. Y me acerco a ti, ya sin estar lejos.
La vida cambia en un instante. El instante normal. 

viernes, 17 de abril de 2015

Urgencias

Menos mal que la música me salva. 
Creo que de momento me da miedo que estés en mi piel, por si te terminas perdiendo y no lo soporto. 
Está bien, así. 
Te lo prometo. 
Si nunca dijimos que fuésemos a estar y a ser mientras crecíamos y tú ya has crecido mucho. Has crecido tanto que no te acuerdas de que yo todavía necesito un empujón. Un empujón de los grandes. Yo tampoco entiendo por qué te estás yendo. Y digo tampoco porque doy por supuesto que tú también te has dado cuenta, que también lo sientes. Lo sienten hasta en China. 
De verdad, no pasa nada. 
El chicle siempre se estira, se hace fino y raras veces se rompe sin querer. Casi siempre hay que partirlo. Así que no me preocupo. A veces llega alguien que decide volver a unir los dos extremos, ya está. Es fácil. Es todo voluntario. Voluntario, es tanto bueno como malo. La parte positiva y la parte negativa. Lo positivo es que está en nuestras manos. Lo negativo es exactamente lo mismo. Porque seguimos aquí y no avanzamos, y no te acercas. Sólo te limitas a pedirme ayuda, a hacerme una pregunta al día y a que no haya nada más hasta el día siguiente. Y te entiendo. No tienes tiempo, son muchas cosas que tienen que ir hacia delante. Demasiadas. Entre ellas estoy yo. Así que, supongo, gracias. 
Parece que siempre es el mismo día. 
Como si todo se repitiese. 
No te pienso para no echarte de menos. Para no sentir que ya no estás. Para no desear que vuelvas a estarlo. Aquí, conmigo, a los pies de la cama. O sentado, sin moverte, cerca de mí. Tan cerca que sienta que te vas a quedar y que no te hace falta nada más. Pero te hacen falta tantas cosas. Tantas. Ojalá supieras que a veces lo urgente no deja tiempo para lo importante. Y que te estás dedicando a lo urgente y que lo importante lo estás borrando. Pero yo no lo entiendo. Yo no entiendo lo que haces. Y sé que lo haces bien, tú todo lo haces bien, pero aún me queda un empujón para crecer y entenderlo. 

Aún no ha llegado el momento. 

miércoles, 25 de marzo de 2015

«Je t’ai vue trembler sur le trottoir»

Esperaba que estuvieras, que te quedaras y que hicieras lo que haces siempre. Lo que hacen las personas que intentan ser como tú para llegar a ser como tú. Pero se quedan en el casi. Y el casi es lo mismo que el nunca. Y hoy has sido el nunca. Has sido como las personas que intentan ser como tú pero que no te alcanzan. Tú ya has traspasado las nubes. Hoy has sido el nunca, el jamás. Y yo estoy tan borrosa y difuminada que ni siquiera me veo. Éramos tres en el autobús y ella no dejaba de mirarme y yo no dejaba de llorar. Lloraba tanto que parecíamos un submarino y es una lástima porque así no veo nada y te incluyo a ti. Ya no sé si yo no te veo a ti o tú no me ves a mí. Claro que te voy a querer siempre, no sólo en mi monólogo interior, te voy a querer siempre. "Siempre", de todos los días. Te quiero para todos los días. Siempre es simplemente siempre y todos los días es en gerundio, es el ahora, es querer sin dejar de hacerlo. No es querer por querer. Yo no te quiero por querer. Yo te quiero porque te quiero y porque te quiero querer. 
Claro que te necesitaba. Yo te necesito para respirar. Yo te respiro. Y me gusta y lo hacemos bien. Lo hemos hecho siempre bien (o todos los días). Cuando te alejas un centímetro, el oxígeno llega tarde y poco a poco se va retrasando y los pulmones se vacían y el oxígeno está llegando pero no termina de llegar porque estás un centímetro más lejos. Y ahora otro. Y otro. Entonces me sigo ahogando y si me ahogo dejamos de ser. Yo no quiero dejar de ser (contigo) ni de estar. Te tienes que acercar los centímetros que te has alejado y que sólo sean eso, centímetros.
Me estás salvando.
Incluso cuando dejas de hacerlo.  

lunes, 23 de marzo de 2015

Elegir no implica acertar

El día que renunció a mí el mundo decidió empezar a quebrarse. Empezaron los terremotos, los trozos por el suelo, los rotos separados. El día que se alejaba en un avión de papel porque estaba renunciando. Estaba renunciando a lo que me había inventado, a lo que quise crear, a todo lo amarillo que ahora está desgastado. Voló tan alto que se olvidó de mí porque yo era tan minúscula desde arriba que los puntos negros dejan de verse. Una pequeña mancha negra que comienza a hacerse borrosa cuando se empiezan a interponer los kilómetros entre el suelo y sus nubes. Elegir, entonces, fue renunciar. Lo que no sé es si supo elegir. Si elegir implica acertar. Elegir no implica acertar, y es una afirmación. A veces renunciamos al acierto. Y ojalá haya elegido, renunciado y acertado. Aunque acertar signifique errarme. ¿Y de mí quién me salva? Que por qué ha volado tan alto y tan lejos y yo no estoy al final de su vista o reflejada en sus retinas. Que por qué los colores están desgastados y los ladrillos de las casas de Brujas parece que ya no brillan en sus fotos. Si Brujas es más bonito que todo eso. Si eso era mi hogar y ha renunciado a llegar, conmigo. Creo que te has ido y, esta vez, sin elegir. Te has ido pero no te estabas yendo. Te estás alejando pero no te has alejado. Estás en proceso de. Pero no te vayas, ni te alejes aunque te estés alejando. Te puedes quedar, aunque tengas que volver a elegir todos los días de nuestra vida. Aunque lo que sea. Los aviones también vuelan para volver. Cuando eres niño no te explican que elegir es renunciar y eliges sin saber a todo lo que estás renunciando. Y hemos renunciado a tanto que hemos llegado hasta aquí, para seguir renunciando. 

Pero no te olvides de mí.