"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

Como cuando ves a tus padres y te quieres meter en su historia

¡Claro que se querían! Se querían como mi madre quería a mi padre, como mi padre quería a mi madre o como mis padres querían a mi perro. Se querían como mi hermana quiso una vez hace tantos años que no me acuerdo. Se querían tanto que con veintitantos años ya se había imaginado en una habitación con cama doble, paredes claras y leyendo individualmente pero juntos. Se querían como quieres a alguien para llevártelo al cine y que no se hagan incómodas ciertas escenas de la película. Se querían como cuando quieres a una persona que tiene nombre de canción y lo gritas y no pasa nada. Se querían tanto que imaginaron a la vez el apartamento que iban a compartir cuando estos años acabaran y pudieran salir de la ciudad o no, qué más da. Por lo visto, un día se quisieron tanto que coincidieron mirándose fijamente y era la primera vez que alguien los miraba más allá de las pupilas. Se querían tanto que compartían la taza del café, el sofá, el cojín, su coche, las cuatro de la madrugada y los discos. Se querían tanto que su música eran sus palabras y sus palabras su música y otra vez viceversa y un bucle sinfín y precioso. Se querían tanto que no hacía falta compartir la Vía Láctea o las dos galaxias, el universo se quedaba pequeño porque os juro que se querían. Se querían tanto que daba igual que el pijama estuviese roto o las zapatillas viejas. Por supuesto que se querían. Se querían debajo de las sábanas y a la hora de la siesta y cuando no se ponían de acuerdo para comer o para cenar o cuando uno quería ver una película y el otro leer y se enfadaban por el ruido o el silencio, se enfadaban porque se querían tanto que. Se querían tanto que se escribían en la espalda todo lo que nunca se decían, aunque no tenga sentido. 

Se querían tanto que se cerraron las grietas y se quedaron dentro. 

Y siguen. 

Y siguen queriéndose. 

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