"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

domingo, 30 de agosto de 2015

Parece septiembre

Las tormentas de verano me recuerdan al verano que cambió nuestras vidas tales y como las conocíamos. Las tormentas de verano me recuerdan al primer verano que recuerdo con tormenta. Me recuerdan tanto a ti que no sé si me gustan o las detesto. Las tormentas de verano me recuerdan a que ya no escribo sobre ti, a que te sigo queriendo, a que nos hemos pasado más años contigo que sin ti. Me recuerdan a que el cielo también pasa de azul a negro y a que tú pasas de estar a no estar. De permanecer a desvanecerte. 

Me acuerdo de la estación más bonita de trenes que he pisado jamás. Me acuerdo de esos trenes que me han llevado a las ciudades más frías que he conocido. Me acuerdo de las resacas en los vagones y de que una vez la capa de nieve era de 50 centímetros y la ciudad blanca. Me acuerdo de que otra vez nos nevó tanto que parecíamos Papá Noel y de que fui tan feliz que me da miedo recordarlo. Me acuerdo que decidí escribirte una carta contándote cómo era la nueva vida pero como nunca supiste leer la guardé para mí. Como nunca te la pude leer, te lo cuento ahora. Por si ya te han enseñado a unir las letras. Por si acaso. 

Te lo escribo ahora porque entonces no supe. Te lo escribo ahora porque a veces me da tanto miedo olvidarte que me pongo a escribirte. Te lo escribo ahora porque a veces me da tanto miedo olvidarte que ni siquiera te escribo, porque a veces no sé y porque ya no sé si sigues estando. Porque los que aparecen por las noches no son tú y yo no sé quiénes son, y me dan pánico y me paralizan con tanta fuerza que nunca serán tú. Y menos mal. Te lo voy a escribir ahora porque echo de menos algunos rincones de la ciudad más fría y pequeña del planeta, de mi planeta. 

Las tormentas de verano me recuerdan a que una noche la lluvia era tan fuerte que parecía que se iba a romper la ventana, pero no se rompía y a la noche siguiente se seguía viendo la luna y el faro. El faro era precioso. Ella siempre me ha dicho que quería meterse en un faro y ver cómo el mar chocaba contra los cristales por el fuerte temporal, entonces cada vez que yo veía el faro me acordaba de ella. Y acordarme de ella, siempre es acordarme de ti. Lo bueno de las ciudades grises es que cuando el cielo es azul, se nota más y se quiere el doble. Lo bueno de las ciudades grises es que son  las personas las que le dan color. Y le dimos color, le dimos tanto color que mirar sus vistas era como verte a ti mirando desde tu gran ventanal todos los días del año. Porque te gustaba eso. Te gustaba tanto observar que parecías un cuadro. La ciudad se parecía a ti. Se parecía a tu hogar, a tu vida, a tu familia, a tus calles y a los sitios donde nunca has podido estar. Ahora no sé a qué se parece, ahora no sé si puedes parecerte a alguien. 

Recordarte es como tocar el fuego directamente y salir ardiendo, es como si echar de menos estuviera prohibido. Como si echarte de menos estuviera prohibido. 
Ya no te escribo porque duele. 
Porque dueles mucho. 
Parece que han pasado varias revoluciones y diferentes vidas desde que no estás. Y ha pasado tan poco tiempo. He estado  más contigo que sin ti y quién lo diría. 
Pero es raro. Es tan raro como no verte. 

Le habrías preguntado por mí, que cómo era aquello y que con quién estaba. Que cuándo iba a ir a visitarte y que no tardase mucho. Pero yo habría tardado, porque yo siempre llego tarde. 
Porque una vez llegué tan tarde que ya no estabas. 
Ya no estabas. 
Y no volviste a estar.
Te prometo que intento no llegar tarde.
Aunque no sé si ahora importa. 
Aunque lo que sea.