"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

martes, 19 de noviembre de 2013

Cualquiera.

"La duración media de un abrazo entre dos personas es de tres segundos. Pero los investigadores han descubierto algo fantástico: cuando un abrazo dura veinte segundos, se produce un efecto terapéutico sobre el cuerpo y la mente. La razón es que un abrazo sincero produce una hormona llama Oxcitocina, también conocida como «la hormona del amor». Esta sustancia tiene muchos beneficios en nuestra salud física y mental; nos ayuda, entre otras cosas, a relajarnos, sentirnos seguros y a calmar nuestros temores y la ansiedad. Este maravilloso tranquilizante se ofrece de forma gratuita cada vez que tenemos a una persona en nuestros brazos, que acunamos a un niño, que acariciamos a un perro o un gato, que estamos bailando con nuestra pareja."
Dices que no puedes mirarme y mi cara se vuelve tu signo preferido de interrogación y si tú no me miras no sé qué hacemos aquí. 
No puedo mirarte. 
Lo sueltas tan tranquila, como el que pregunta la hora o como quien habla del tiempo. 
Y yo te miro y miro tus manos frías y te juntas porque hace frío y nos estamos helando, es normal. 
Ya te arrepentirás de todo. 
Otra vez. 
Lo lanzas, me miras, te callas y dejas de mirar, de mirarme. 
Qué tonta. 
Me refiero a mí. 
Sí, como si no lo supieras, como si no lo supiéramos. La historia que no fue porque, sencillamente, no pude ser. Como tantas historias que terminan encerradas en un cuaderno viejo y lleno de polvo. La historia interminable. Y qué le hacemos. 
Es para llorar, te digo. 
Fue para llorar. 
Tú ahí, helándote con el corazón en la mano. Yo aquí, con un bloque de hielo en forma de corazón. Es para llorar. Siempre lo fue. Porque no fue, no pudo ser, es que no pudo. No pudimos. O no pude, lo siento. Ya lo sabes. Lo siento, de sentir. Te prometo que siento algo, aunque sea dentro de un bloque de hielo. Debilidades estúpidas. 
Sí, es para llorar. 
Pero yo no sé llorar(te). 

Te he roto el corazón sin saber que el mío estaba ahí dentro y ¡vaya por Dios! Dos corazones rotos al precio de uno. Está jodida la economía, hasta decir basta. Y, visto lo visto, era verdad eso que decíamos de que nos íbamos a querer siempre. 
Siempre. 
De siempre. 
Qué locura, qué tú. 
Que se lo digan a la parada de metro mojada por la lluvia o al frío de noviembre que se te mete por los pies y te cala hasta los huesos. Tus huesos. Los de la muñeca, rayados por un corazón dibujado a rotulador y con prisas. 
"Dibújame un corazón cualquiera", decías. 
Y el cualquiera se ha convertido en un corazón tan particular y específico que creo que me he quedado sin corazón propio y ahora cuelga de tus manos, de tus finas muñecas. Y qué hacemos ahora.

Lo que pudo ser y no fue. 
La historia interminable. 
Donde nadie es capaz de dibujar un pequeño punto y final. 
Por si acaso. 
Porque claro, nunca se sabe.