"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

miércoles, 2 de julio de 2014

Todo se reducía a esto.


A mí tampoco me gusta escribir desde hace un rato, qué más da si prefiero vivir de lo que escriben los demás. Pero hoy es diferente. Aunque nunca lo vais a poder imaginar ni yo voy a ser tan exacta como para que lo podáis comprender. 

Por una vez nos dimos cuenta de quiénes éramos, de que nos habíamos salvado desde el momento en el que soltamos ese saludo con voces adormecidas; nos dimos cuenta a tiempo de que nos necesitábamos. La complicidad en las miradas, las bromas fuera de lugar, las risas dentro de las pequeñas desgracias y las conversaciones de besugos que tanto nos definían. Llegó un día que vivíamos por y para nosotros, bebíamos por y para nosotros y bailábamos como si quemase el suelo. Bailábamos hasta acabar rendidos en la cama sin saber muy bien qué hacíamos allí y qué hora era, y nos daba igual. Nos daba igual celebrar la vida un lunes o un jueves, nos daba igual ser felices los domingos y brindábamos (sin decirlo) porque nos habíamos rescatado de un naufragio que todavía no termino de saber cuándo apareció. Pero se fue. Cuando decidimos encontrarnos, todo lo demás se fue. Y menos mal. 

Incluso las peleas eran riendo, como si la vida fuera eso y lo demás no tuviese la menor importancia (y, de verdad, no la tenía). Hasta el frío de enero era bonito en la terraza de nuestro bar favorito rodeados de cervezas y de vino tinto, las pipas, las patatas y a veces tirábamos la casa por la ventana y comíamos aceitunas. 

Hasta la playa nos echa de menos. 

Y yo, yo también nos echo de menos (y menos mal). 

"Con la única clase de felicidad que iba a salvarme. Con la clase de felicidad que iba a matarme cuando me faltara."