"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

martes, 25 de octubre de 2016

Comida para uno

Deberías haberte quedado el día que sentías que se te quebraba la piel. Deberías haberte quedado la noche que te temblaron las manos o el día que tus ojos se salaron más de la cuenta. Deberías haberte quedado cuando no te salía la voz o cuando te sentaste en el sofá y empezaste a tocar a Iván Ferreiro. Deberías haberte quedado porque hiciste creer que lo harías. Deberías haberte quedado porque me sobran platos sobre la mesa, comida en el frigorífico y un trozo no muy grande de la cama. Deberías haberte quedado porque todavía me estoy quedando, porque en el armario hay espacio para más ropa y porque madrugar por las mañanas sin compañía es una putada. 

Y llegar a casa ni te cuento. 

Deberías haberte quedado porque la vida nos lo pedía a gritos, porque en los conciertos la gente nos miraba y porque llegamos a dar tanta envidia que parecíamos sacados de una serie americana seguida por millones de espectadores con el final más deseado. Deberías haberte quedado porque una vez te dio por elegir una estrella y porque ahora estoy deseando que se muera, se apague, sea engullida y desaparezca. Deberías haberte quedado porque no recuerdo cómo era la vida antes de ti y eso es una mierda. Deberías haberte quedado porque el día que te acuerdes de toda la felicidad vas a necesitar llamarme y yo ni siquiera responderé al tono de tu voz. 

Porque este formato ya no existirá. 
Porque estaré tan lejos que ni siquiera me vas a reconocer. 
Porque será tan tarde que habré aprendido a volver a nombrarte sin morir en el intento. 

Deberías haberte quedado porque no haberlo hecho te ha condenado a perder una parte de ti que no vas a recuperar. Deberías haberte quedado porque vas a sentir tus bolsillos vacíos en invierno, tu coche con demasiado frío, tu ropa sin mezcla de olores. Porque los veranos se te harán eternos y nadie te estará esperando para cuando llegues. 

Deberías haberte quedado porque la comida china es demasiado para una persona. 

Deberías haberte quedado. 

martes, 18 de octubre de 2016

El día que se salvaron los glaciares

Aquel día el cielo era tan negro que podría haber jurado que la vida se caía. El mundo contemplaba su fin y la tormenta era tan espesa que tus brazos no podían soportar su peso. Temblabas y tus ojos estaban tan salados que no supiste mirar ni ver ni disipar ni observar. Los huesos se te rompían, el agua te empezaba a cubrir entero y el corazón te latía tan rápido que no supiste pronunciar palabra. Que no supiste pronunciar mi nombre. Mi nombre, que había salido siempre de tus cuerdas vocales con tanta musicalidad que todavía siento escalofríos cuando otras personas intentan imitarte. Mi nombre, que hasta eso me recuerda a ti. 

Estuviste tan lejos que ni el caleidoscopio reconocía tus movimientos, tus colores y tus formas. Estuviste tan lejos que ni sentí la electricidad de la tormenta acerándose a mí. El firmamento se caía a pedazos, las galaxias empezaban a engullirse y la luna ni siquiera existía por aquel entonces. Parado frente a la nada, haciendo creer que nada había importado, que todo había sido tan sencillo que ni siquiera merecía la pena. Haciendo creer que el mundo que habías tenido a tus pies no había existido y que los últimos años tan sólo habían merecido la pena por pequeños momentos que no ibas a recordar. 

Tú contra el mundo. Tú contra todo aquello que un día hizo que te brillaran las pupilas y que las pestañas te bailasen. 

Aquel día los pájaros dejaron de piar, las abejas no trabajaban, las flores se cerraban, el sol se escondía y en la ciudad no se oía ni un sólo ruido. Como si lo supieran, como si lo hubieran sabido siempre y simplemente estuvieran esperando el momento. El principio del fin. Parecía que todos te habían visto pasar, parecía que nadie hablaba porque tú no lo hiciste. Porque aún no lo has hecho. 

Pero tú seguías allí. Cómo me ibas a salvar si ni siquiera sabías que yo seguía también allí, frente a ti, esperando algo. Esperando que ocurriese algo. Esperando que ocurrieses. Cómo me ibas a salvar si no supiste verme, si sigo aquí y la costumbre te ha terminado cegando. Cómo me vas a salvar si nunca has sabido que tenías que hacerlo. Si no supiste ver cómo me iba de ti. De nosotros. De lo que fue y no quiero que vuelva a ser. No quiero que vuelvas a ser. Ni a estar. 

El día que te fuiste, los glaciares de los polos volvieron a reconstruirse y el hielo empezó a cubrir cada resquicio de la casa. Cada rincón irreconocible. Cada hueco entre mis huesos, cada espacio en las venas y arterias. Cada mirada hacia algo nuevo, cada intento de respiración. Los planetas se agrietaron, los meteoritos caían y las Perseidas se apagaron de golpe. 

El cielo era tan negro que podría haber jurado que la vida se estaba cayendo. 
La vida estaba desapareciendo pero sin llegar a desaparecer.