"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

viernes, 24 de enero de 2014

Nos quiero.

Dejé de llegar tarde cuando ya era tarde.
Apareces esporádicamente como si Madrid estuviese al girar la esquina que está al lado del portal y Madrid, realmente, está tan lejos como tú. Está igual de lejos que el corazón que no se borra, el corazón inolvidable, inoxidable.
Hay momentos que se quedan impregnados en la piel.
Con algunas personas ocurre lo mismo.
Luego están las pieles magnéticas.
Y, por último, las personas imán.
Las personas imán están tan unidas a las pieles magnéticas que ni el espacio entre los planetas podría separarlas. Y menos mal.
"Lo sé porque no lo supe una vez", repites. Y tu eco se repite y por eso lo sé, por las veces que no lo supe. Y lo vuelvo a saber tarde.
Ojalá algún día queráis así. Y con así me refiero a querer como si el mundo se acabase mañana y sólo se te ocurriese pensar en la cama desecha del pasado 7 de febrero. O las deshechas eráis vosotras. Y con así me refiero a dejar huella en el centro de la ciudad o dibujar los caminos con tizas, por si acaso no sabemos volver.
Aunque quién no sabría volver a ti.
Quién.
Siempre esperamos algo. Siempre nos esperamos. Siempre buenas noches.
"Deja de llegar tarde", como si dejases la puerta de la habitación abierta por si un día en vez de llegarte una carta, te llego yo y te escribo, a ti, sobre ti, literalmente.
Nos quiero.
Nos echo de menos.
Y que vuelva a sonar nuestra canción, que ya es veinticuatro.
Tan tú, tan yo.
Tú por mí.
Yo por ti.
Por nosotras.
Porque nos quiero, porque nos echo de menos.
Porque el metro está triste porque ya nadie comparte asiento.
Porque en Malasaña se han explotado todos los globos rojos con forma de corazón.
Y yo no quiero que explotemos.

Siempre buenas noches; sin punto final, por si acaso

lunes, 13 de enero de 2014

Una pena, de esas de domingo.

Lo sé porque no lo supe una vez.
La primera vez, quiero decir. Quién lo iba a saber.
Cuando estás rodeado de esas personas (imprescindibles) nunca te paras a pensar que las vas a echar de menos, quién lo hace, dime, quién. Te limitas a estar ahí y a reírte y qué más da lo que vendrá.
Qué más da quién vendrá.
Un día huyes y cuando giras la vista atrás, no hay nada. Se han esfumado. Dónde estarán. En tu mente, sólo queda ese rincón del cerebro donde archivas todo lo que fue tan importante que no sabes dónde guardar. No puedes borrarlo, no te preocupes. Es como si te digo que borres el mes de abril de tu cabeza, qué tontería. Algo así, no me hagas mucho caso.

Lo sé porque no lo supe una vez.
Cómo iba a volver a saberlo.
Hasta que no tropiezas varias veces no caes en la cuenta de que la eternidad sólo dura unos segundos, qué ironía. Hasta que no se va todo y sólo quedan las fotografías no te das cuenta de que lo deberías haber sabido antes. Deberías haber sabido que nada dura hasta el infinito y que el momento de estar sentado en un bar compartiendo unas cervezas sólo durará el rato que tardes en beberte las cervezas. Deberías haber sabido que las noches cocinando macarrones a las tres de la madrugada sólo durarían eso, el momento de calentar el tomate y fundir el queso. Pero por qué íbamos a saberlo. Por qué íbamos a darnos cuenta si podíamos quedarnos quietos desde las alturas esperando a que esa ola llegase hasta la orilla. Era mucho más fácil así. Siempre nos gustó lo fácil, lo práctico. La facilidad de no esperar y dejar que el tiempo decidiese y decidió. Decidió tanto que ahora estamos más apartados de lo que jamás lo habríamos imaginado.

Lo sé porque no lo supe una vez.
Lo sé porque cuando ya te has caído varias veces es imposible no saberlo.
Tienes mensajes luminosos por toda tu mente que te indican que lo sabes, que esta vez sí o eso espero. O eso esperamos. ¿Cómo no lo vamos a saber ahora? Ahora. Tiene gracia. Nuestro ahora sí que es eterno. Lo sé porque sí, porque lo sé. Porque es fácil saber que sólo quieres quedarte en ese banco mirando a la gente pasar mientras se fuman su cigarro de las 15:20, el último y nos vamos. El último de esa hora, se refieren. Es fácil saber que lo sabes cuando te duelen los abdominales porque no sabes para de reír o porque el pecho te va a explotar cuando os volváis a cruzar. Qué tontería.

Han dejado de escucharnos, los de ahí arriba. Es una pena, de esas de domingo. Hemos soltado tantos sueños que hay atasco y ya no llegan los mensajes y aquí estamos sin saber qué hacer ni a dónde ir.

Lo sé porque una vez no lo supe.