"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

Dos galaxias

Explicarte sería comprender todas las preguntas (y las respuestas) del universo (y ni siquiera conseguimos alcanzarlo). Ni siquiera consigo hablar de las ciudades que han decidido llevar tu nombre. Ámsterdam. Podría explicarte hablando de sus canales, sus efectos secundarios, los efectos de ti sobre mí. De nosotros sobre nosotros. De mí sobre tu espalda escrita a rotulador. Permanentes como nosotros (que ni siquiera lo sabemos y qué más da si ni siquiera existimos). Todavía. 

Tengo la teoría de que serías la única persona capaz de sentarse a compartir un sofá conmigo y al día siguiente seguirías estando. Estando de estar, e-s-t-a-r. Deletreado. Estar, ratse, r-a-t-s-e. Del revés, del derecho, invertido, tar-es, es-tar. Con todas sus letras, sus vocales, consonantes, su sílaba tónica y su sílaba átona. 

Es tan difícil hablar de ti que hasta las canciones han decido omitirte. Todavía no he leído un poema donde encontrarte, eres tan imposible que no existen las palabras necesarias para describirte. Eres imposible. Mira cómo de tonta parezco intentando hablar de tu voz, tus manos o las pestañas que parecen columpios. Columpios, tiene gracia. Como cuando éramos pequeños y nos balanceábamos creyendo que saltaríamos y caeríamos en la luna. Como si la luna estuviese a dos pasos de nosotros. Algo así son tus pestañas. Parece que puedo colgarme en ellas y llegar hasta a ti, como si realmente te estuvieses quedando porque has decidido que te puedo recorrer y descubrirte. Estoy harta de intentar de describirte y no hacer nada por descubrirte. Como el día que Colón decidió que descubrir un nuevo mundo podría ser posible, y lo fue. Como cuando los astronautas quisieron descubrir un planeta rojo porque con el azul no tenían suficiente, y lo hicieron. 

Descubrir tus galaxias (y eso que ni siquiera tú te has dado cuenta de que las tienes en los ojos)

No hay comentarios:

Publicar un comentario