"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

sábado, 9 de enero de 2016

Recambios

Una vez vi el cielo negro en verano a las seis de la tarde y, entonces, se murió. Nunca supe si fue al revés: si el cielo era negro porque ya se había muerto o si sólo yo lo vi negro.

Otra vez lloré tanto que soñé lo que necesitaba soñar y se despidió de mí, me abrazó tanto que en ocasiones siento que estaba aquí de verdad. Fuera de mi mente, aquí, físicamente. 

Un día supe que no era yo la que se alejaba de las personas, eran las personas las que se alejaban de mí. Entonces, uniendo cabos, llegué a la conclusión de que las personas que no son base son las sustituibles: siempre llega alguien mejor. Está bien, es como cuando llega la pieza de repuesto porque era mejor que la primera. Solamente había un pequeño problema dentro de esta conclusión: yo era la pieza vieja que siempre era sustituida por una de repuesto. Por la última pieza. La última persona que llegaba a la vida de los demás. Y ahí, cuando llegaba esta última persona, me daba cuenta de que no fui base. No sé qué fui. No sé si sigue ocurriendo porque me doy cuenta cuando pasan los años y ya no escuece. Lo jodido fue cuando después de tantas historias parecidas te acaban dando miedo las personas. Me corrijo: no dan miedo las personas, dan miedo las personas que quieren acercarse a ti. A veces no entiendo por qué alguien se acerca a mí, para qué. 

Para qué me quieres.

Hoy me he sentido especialmente estúpida porque por lo visto hay personas que se acercan para quedarse y yo no lo sabía. 

Aunque sigo sin saberlo.