"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

martes, 31 de diciembre de 2013

"Fue un acto de amor tremendo" o terrible


Miércoles, 18 de diciembre de 2013.
A Luis Tomasello: 
Quería darle las gracias por comenzar a leer estas líneas. Cuando uno se sienta a escribir nunca sabe exactamente qué es lo que realmente terminará escribiendo. Sé a qué me enfrento cuando veo el folio en blanco pero no sé cómo enfrentarlo. 
Podría escribirle sobra la (buena) suerte que he tenido repentinamente por poder ponerme en contacto con una de las personas que fueron (y son) tan cercanas para J. C. Podría escribir historias y más historias que tengo en mente relacionadas con J.C. o curiosidades o preguntas. Sin embargo, prefiero contarle una breve historia sobre mi padre.
Resulta que mi padre es un loco de la literatura, mi casa está llena de libros por todas partes. Cuando fue joven, tenía la colección completa de J.C. pero nunca llegó a hablarme de él. Lo descubrí no sé cómo, ni cuándo y mucho menos por qué. Lo leí y se me abrió un mundo, lo juro, y el amor dejó de ser lo que era para convertirse en algo que ni siquiera sé explicar. Se convirtió en una especie de magia real, dura y dolorosa , sobre todo, pura. Algo así como la literatura. El caso es que un día le pregunté a mi padre por J.C., le dije si tenía sus libros y me dijo que sí y que los daría para que los leyese. Me dijo que desde su juventud no había vuelto a leerlos porque terminó obsesionado y cegado, le cambió la vida y la perspectiva hacia el mundo. Advirtiéndome de que terminaría enamorada. Y así fue. He llegado a echar de menos a alguien a quien he tenido sólo en historias, historias que he querido hacer un poco mías.
No sé por qué le cuento esto a usted; supongo que es una forma de sentirme cerca de las historias sobre las que he leído. Supongo que porque usted puede entenderme mínimamente. Desearía poder aprender todo lo que va más allá de las historias escritas, aprender la esencia, aprender todo lo que quedó en los cafés de París de esos años, todo lo que quedó en Buenos aires. Ojalá nunca olvide aquellos años y ojalá yo no olvide este amor y aprecio que acabo de compartir con usted.
Espero que tenga un bonito diciembre y un bonito frío. Siga dejando huella en París.
Teresa Avendaño.
Yo me quedo con la historia que contó sobre el amor de J.C. y su forma tan natural de describirlo "fue un acto de amor tremendo", ¿tremendo o terrible? Para mí ella fue la Maga. Su Maga, y un poco la de todos. ¿Encontraría a la Maga? ¿Cómo no iba a volver a cruzarse con ella en el puente de madera debajo de la lluvia? Esquivando a los Cronopios y a los Famas, esquivando la autopista que quedó parada durante una eterna noche. Se encontraron allí al final de todo, donde se habían deshecho del mundo y el cielo estaba más bajo de lo normal. Debería saber que el mayor halagao que he recibido fue el suyo cuando llegó a pensar que yo sabía escribir. Ha compartido historias vividas con Cortázar, palabras, prosas interminables y asegura que una cualquiera sabe escribir. ¿Sabe? Cada día le escribiría una carta para que un día pudiese compartirlas con él y pudiesen recordar todo lo que quedó en las calles húmedas y frías en aquel febrero de los años 60. 
Hacía años que no escuchaba historias llenas de tanta magia como las suyas.
Las vuestras.
Mi padre se sentaba a los pies de mi cama y empezaba a contar relatos sobre años pasados y conseguía abrir mundos que llevaban muchos años cerrados y que usted a conseguido volver a revivir y no sabe cuánto se lo agradezco. Yo sé que no va a leer estas líneas pero sentir que nos hemos tenido tan cerca es suficiente para el resto de mi vida. Ha llegado a mí y yo a usted y, de alguna manera, estoy conectada con Montparnasse y con el cielo azul azul azul del que tanto me gusta hablar. 
En mi querido febrero hace 30 años que se fue el grande, tan grande como París en su última visita. 

"Tu sombra espera tras de toda luz"
terminó yéndose con esa frase y qué cierto. 

jueves, 5 de diciembre de 2013

Una de esas historias que nunca se cuentan pero que existen.

Es raro cuando pasas años sin verlos. Qué será de ellos, de sus vidas, sus amigos, sus amores, sus cervezas. 
Nos sentábamos en su terraza y empezábamos a beber y se hacía de noche y qué más daba, allí, una piña, un grupo. Amigos. Quedan pocos, pero quedan. El único cumpleaños que pasamos juntos me llevaron a un pub donde sonaba mi música preferida y nos pedíamos chupitos con nombres de películas y empezábamos a bailar, cantar, gritar y fotografías. Nos abrazábamos y reíamos y de allí no nos movía ni Dios. 

Una vez fuimos a la playa juntos en pleno mes de marzo, hicimos barbacoa y nos metimos en el mar tan normales. Como si fuese julio pero con frío y tronando. Parecíamos una postal, algo así, parecía uno de esos momentos que tienen que quedarse grabados para toda la vida por si acaso. Por si acaso. El por si acaso se cumplió y nos quedamos sin postal pero no pasa nada. 

Nunca he escrito sobre ellos porque nunca he sabido cómo definirlos (y, ojo, sigo sin saberlo), sólo sé que les daba igual ocho que ochenta y que vivirlo todo era la máxima preocupación. Cuánta vitalidad, eran increíbles. Una noche decidimos pasarla a base de cafés en la biblioteca e incluso ahí lo daban todo, absolutamente todo. No dejaban nada para mañana. Cómo no nos íbamos a enamorar. Hubo una época que nos íbamos a un muro que había en la ladera de la montaña con vistas al mar y a los edificios más altos de la ciudad, nos poníamos a fumar y contar historias sin sentido pero con gracia. Jugábamos a que nuestras manos podían coger a las personas que, tan diminutas desde ahí arriba, paseaban por la ciudad y podíamos cambiarlas de sitio y darles palmaditas y hacerlas volar, todo aquello nunca ocurría. Todo lo que nunca ocurrió. Le hablé mucho de ese sitio, durante meses y me dijo que un día teníamos que ir allí a ver todo aquello desde arriba. Casi viene, casi. Una lástima, le hubiera gustado. Porque le gustaba el mar, le gustaba el azul y le gustaba la inmensidad. Eso era inmenso. Y le gustaba yo (o eso decía). Nunca lo he tenido del todo claro. 

También fuimos una noche con el coche hasta la costa y sonaba Vetusta y cómo la quería, con su piercing y la piel tan morena y el pelo corto. Odiaba su nombre pero a ella le quedaba bien. Los últimos días los pasamos juntas en la piscina, yendo a conciertos y hablando de lo mucho que nos íbamos a echar de menos. Y qué razón. A veces es difícil encontrar tan buenos amigos. 

Pero, gracias a Dios, sólo a veces.