El día que renunció a mí el mundo decidió empezar a quebrarse. Empezaron los terremotos, los trozos por el suelo, los rotos separados. El día que se alejaba en un avión de papel porque estaba renunciando. Estaba renunciando a lo que me había inventado, a lo que quise crear, a todo lo amarillo que ahora está desgastado. Voló tan alto que se olvidó de mí porque yo era tan minúscula desde arriba que los puntos negros dejan de verse. Una pequeña mancha negra que comienza a hacerse borrosa cuando se empiezan a interponer los kilómetros entre el suelo y sus nubes. Elegir, entonces, fue renunciar. Lo que no sé es si supo elegir. Si elegir implica acertar. Elegir no implica acertar, y es una afirmación. A veces renunciamos al acierto. Y ojalá haya elegido, renunciado y acertado. Aunque acertar signifique errarme. ¿Y de mí quién me salva? Que por qué ha volado tan alto y tan lejos y yo no estoy al final de su vista o reflejada en sus retinas. Que por qué los colores están desgastados y los ladrillos de las casas de Brujas parece que ya no brillan en sus fotos. Si Brujas es más bonito que todo eso. Si eso era mi hogar y ha renunciado a llegar, conmigo. Creo que te has ido y, esta vez, sin elegir. Te has ido pero no te estabas yendo. Te estás alejando pero no te has alejado. Estás en proceso de. Pero no te vayas, ni te alejes aunque te estés alejando. Te puedes quedar, aunque tengas que volver a elegir todos los días de nuestra vida. Aunque lo que sea. Los aviones también vuelan para volver. Cuando eres niño no te explican que elegir es renunciar y eliges sin saber a todo lo que estás renunciando. Y hemos renunciado a tanto que hemos llegado hasta aquí, para seguir renunciando.
Pero no te olvides de mí.