A veces manda señales indirectas para demostrar que sigue ahí, que permanece y lo tranquiliza todo. Será cosa de los imanes. A lo mejor el problema de nuestros imanes es que tienen los mismos polos y claro. Me repite que no me odia y que en Madrid sí se ven las estrellas pero que no supimos verlas, pero que incluso sin estrellas Madrid siempre suena bien (y qué verdad tan verdadera).
Nunca se va, nunca falla. Ojalá no me lea y no se entere nunca de que cuando la eché todo esto se quedó parado y las luces de las calles del centro de Sevilla empezaron a fundirse y la tienda 24 horas no ha vuelto ser la misma y tiene sus huellas capicúas en las máquinas expendedoras y los 24 me hablan de ella y a veces me entero de que los imanes terminan desgastándose y tengo vértigo porque todo esto son precipicios. Y ojalá no sepa que Canción de amor y muerte lleva su historia entre líneas o nuestra historia o lo que ha quedado de ella. Está todo contagiado. Las postales de Alemania parecen paraísos artificiales y las cartas de tinta azul hablan por sí solas y cada vez que las abro me cuentan recuerdos nuevos que ni siquiera había grabado y así no se puede, de verdad que no.
Y tus vicios son tan míos que ya no sé cómo deshacerme de ellos.
Y es que a pesar de la muerte, de la vida o la suerte yo siempre te querré, ¿no lo ves? Es un cuento y lamento que no haya un final, de momento.