Como no sabía dibujar galaxias, las escribía. Se escribían para ti, porque cuando dos pequeñas galaxias colisionan, forman algo más espectacular que la Vía Láctea. Y no vimos la galaxia sobre Brujas y por eso te la escribo, porque odio cuando se olvidan algunas cosas y yo lo estoy olvidando todo. Porque tú volaste por allí para estar aquí y es que más cerca no se puede estar.
Una vez tuvimos el mundo en nuestras manos, con dos sonrisas en Maastricht y un corazón de diferentes chocolates. Otra vez derretíamos el hielo de las aceras y la escarcha se agarraba al cristal, con un paisaje borroso y un frío inexistente porque estábamos cosidos de la boca a los pies. Éramos una comedia romántica y a mí me gustaba así. Porque había cosquillas, dedos entrelazados, mi cabeza debajo del jersey, gemidos, cervezas y dos soles. Luke miraba al cielo y estábamos allí, alumbrando todos los días. Las dos galaxias. Una galaxia en la otra. Como yo, que estoy en ti, dentro de ti.
Dejamos la noria de Navidad, apretándonos fuerte las manos sin saber que tal vez no te ibas a acercar con tanta decisión después. Yo tampoco sé por qué, por qué tú o por qué yo. Dejamos los aeropuertos sin ganas, las estaciones siempre en invierno y los trenes esperando la sensación de ver cómo vuelves a mí. Con los guantes rotos, sin aislar del frío y pensando en qué momento "aquí" ya no era lo más cerca que se podía estar. Como si la tranquilidad hubiese sido engullida por los agujeros negros capaces de destruir las galaxias, nuestras galaxias, nuestros planetas en los brazos. A ti y a mí. A ti sin mí. A mí fuera de ti.
Mi amor.
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