"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Despertar cuando termine Septiembre.

Las personas pensamos en las fechas que nos marcan un antes y un después. Creemos que cuando el calendario dé una vuelta y vuelva ese día... Todo va a cambiar. Como si fuésemos a revivir ese momento, como si tuviésemos otra oportunidad. Cambiarlo todo, alterar lo que pasó, despedirnos de los que se fueron. ¡Qué ilusos! Lo cierto es que no. Soñar es gratis, o eso dicen. Ilusionarse también. Sin embargo, ¿qué pasa cuando vuelve a llegar ese día? La vida sigue y allí estás esperando el nuevo cambio que nunca llega (o esperando que el nuevo cambio que fue hace tiempo desaparezca y todo regrese a la normalidad). Supongo que la fe nos traiciona en numerosas ocasiones, nos hace creer que es posible "volver atrás".
El 17 de septiembre de 2010 era viernes. Nunca me he sentado a contarlo, nunca hablo de aquel día. Ni siquiera las personas más cercanas a mí saben algo del 17 de septiembre de aquel año. Siempre he dicho que en mi vida, el 31 de agosto es como el Año Nuevo en las vuestras y que septiembre equivale a enero.
Resulta que mi vida nunca cambia de diciembre a enero, sin embargo, siempre da un giro inesperado (generalmente negativo) de agosto a septiembre.

Quizás en septiembre ya no estamos en pleno verano pero juraría (y es evidente) que en el Sur el calor sigue siendo el protagonista.

Ese día no. Ese día todo era diferente. Parecía que el mundo había cambiado su rotación, parecía que la Luna estaba cambiando su efecto sobre nosotros. Parecía que se acercaban tiempos difíciles (y no sólo para los soñadores como nos cuentan en "Amélie"). 
Parpadeas una vez y tu vida nunca más volverá a ser lo que fue.
Este es el primer día del resto de tu vida.
En ese momento mi vida se resumía en esa estúpida frase.

Todo empezó cuando sonó el teléfono. Cómo odio que suene el móvil en ciertas ocasiones. No sé por qué no me extrañó, no sé por qué no lo pensé: mi padre nunca me llama a las dos y media de la tarde.
Al menos no en esa época de mi vida, siempre estaba en clase a esa hora. Pero bueno, en ese momento no lo pensé.
Yo sólo me limité a devolverle la llamada mientras cruzaba ese paso de peatones que nunca más ha vuelto a ser el mismo para mí. Y él, tan risueño como siempre, me contestó. En realidad no, mentira. No estaba risueño. Tenía la voz apagada (o eso creo). La memoria a veces me traiciona.
Sólo se limitó a decir que ella se había muerto. Así, tal cual. Como si te tiran un cubo de agua congelada al levantarte por la mañana. Como si vas andando y de repente desaparece el suelo. Se había muerto. Ya no estaba. Esfumado. Desaparecido. Ido. "Vale, estoy yendo a casa". Y colgué. Nada más. No crucé ni una palabra más. Volví a parpadear y estaba en mitad de la calle gritando de ira y llorando de pena. Odiándome por todas aquellas cosas que nunca le dije. Os recomiendo que nunca os guardéis nada para vosotros, es insoportable el dolor y el arrepentimiento.
Las personas que pasaban por allí me miraban. Y yo gritaba y lloraba y tiré el teléfono. Alguien me abrazó, me tranquilizó y me empezó a preguntar sobre ella. Si la quería mucho, si estábamos unidas... Si la quería, dice. No sabéis hasta qué punto podía adorarla. De pequeña vivía con ella. Hasta... ¿2008? No sé, qué más da.
Y pensaréis que soy una boba por creer que el mundo cambió su rotación sólo por eso. ¿Sabéis que os digo? Que sí.
Una hora después ya estábamos en la carretera para ir al tanatorio (ella estaba en otra ciudad; bueno, ya no estaba). Os juro que nunca vi un cielo tan negro a las cinco de la tarde de un 17 de septiembre. Durante las cinco horas de viaje nos acompañó un cielo completamente oscuro, con tormenta, nubes negras y una luna casi llena que apenas se apreciaba. Puedo asegurar que el cielo sentía enfado, lo recuerdo como si hubiera pasado ayer. Parecía de noche y ni siquiera eran las ocho. Fue horrible. Y ella se había ido.

Entré a la sala del tanatorio, abrí la puerta del cuarto de baño y empecé a llorar. No podía dejar que me viesen, no quería hacerme la idea de que era real. No pronuncié ni una palabra. Admitirlo en voz alta es aceptar que ha ocurrido. Por eso nunca he contado la historia con pelos y señales, ¿para qué? ¿Para afirmar algo horrible? La evasión es un medio de autodefensa. Ni siquiera quise abrir los ojos en aquella sala fría. Sería estropear mi última imagen de ella.

Allí sentada, en aquella silla en la puerta. Dándome besos, sonriéndome, hablando, quejándose, pasando calor y alegre porque estábamos allí como cada vez que podíamos. Tan guapa... No tenéis ni puta idea de lo perfecta que era e infeliz en tantas ocasiones que me odio por no haberle regalado mi felicidad.
En el hospital sólo pedía un vaso de leche con galletas antes de dormir. Siempre, ella y sus galletas. Y nunca dormía, le daba miedo dormir. Siempre creyó que si se quedaba dormida nunca iba a despertarse. Siempre creyó que si se quedaba dormida no podía salvarnos. En eso nos parecemos mucho. Cada vez que yo era pequeña y mis padres no estaban en casa, yo no dormía pensando que despierta podría salvarlos de cualquier mal... Y no dormía. Y hasta que no volvía a verlos no pegaba ojo. Como si estando todos juntos en casa estuviésemos en un lugar sagrado. Pues ella era como yo (o siempre lo he creído).

El 17 de septiembre vuelve y aseguraría que vas a aparecer. Qué gran gilipollez, ¿eh? Tú volviendo...
Ojalá estés cerca, ojalá puedas leer esto, ojalá me escuches, ojalá te acuerdes de mí siempre, ojalá sepas todo lo que nunca te dije, ojalá nos volvamos a encontrar y te dé un abrazo infinito, ojalá vuelvas a hablar con ella que creo que es la persona que más te echa de menos en este mundo, ojalá sueñe contigo, ojalá no te olvide nunca... Ni aunque pase una eternidad. Y para mí tú eres eso: eterna.

Te voy a querer durante toda mi vida, incluso cuando yo tampoco esté; azul.

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