"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

martes, 26 de marzo de 2013

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Lo peor no es no saber lo que tienes hasta que lo pierdes, lo peor es saberlo y perderlo igual. Eso, eso sí que es un gran fallo y es tan espeluznante, macabro y horrible que ningún ser humano sería capaz de perdonarse tal cosa. 

Y yo lo sabía, yo sabía la importancia del asunto. Lo que no sabía es que hay asuntos que son importantes durante toda la vida. Me he quedado estancada en la vida que nunca tuvimos, es como si tú hubieses empezado una vida nueva y yo siguiese atrapada en la misma cama, con las mismas sábanas y en la misma postura. Boca arriba y sin saber qué hacer con uno de los brazos. Y bueno, con un hueco a mi lado que, en fin, no existe nadie en el mundo capaz de llenarlo (y te juro que no lo he intentado, ese hueco está intacto). Y no hablemos del corazón; no está vacío, simplemente no está. Supongo que estará buscándote en los rincones, sobreviviendo a base de desencuentros. 

Nos tomamos demasiado en serio eso de ser fugaces, resulta que después de deslumbrar te apagas. Supongo que en ese momento no lo pensamos, lo único que planeábamos era huir de los agujeros negros que imaginábamos desde la playa y que tanto miedo daban, al menos a ti. Cuando nos juramos que nos aterraba la idea de volver al pasado. Qué estúpida, ahora sólo hablo de ese pretérito tan imperfecto y no hablemos de regresar porque entonces vuelvo a aparecer a las ocho de la mañana en la esquina de siempre. 

Lo extraño es que me dueles de manera sobrehumana y, aun así, te recuerdo como la mejor vida que nunca tuve. O quizás sí la tuve y fue tan efímera que no recuerdo que fuese mía. Lo bueno si breve, dos veces bueno. Pero la intensidad... La maldita intensidad de todos los días. Nuestra intensidad que llegó a ser tan fuerte que decidió explotar. 

Lo terrible es saber que no me lees, que no sabes que me paso las noches en vela imaginando nuestro reencuentro. El reencuentro que consistirá en los dos putos besos en la mejilla de nuestro querido abril, un '¿qué tal?' y seguir ahogándonos en el alcohol para pasar el mal trago. Y bueno, tú seguirás en frente de mí, rodeado de gente y más guapo que nunca. Y yo, como una estúpida, sin saber hacia dónde mirar. Y pensando que podría estar dándote el abrazo más infinito que jamás ha existido (ni va a existir). Y poco más, lo de siempre, lo de todos los años, lo único que no ha cambiado entre nosotros. Y si me leyeras te diría que va a ser el mejor día del año y que sólo por verte un día de los trescientos sesenta y cinco, ya merece la pena. 

Mi vida sin ti ha pasado a ser mi vida sin mí. Y sin ti hay más bien poco. 

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