Ha sido extraño. Iba en el autobús y fuera no paraba de llover (yo ardía por dentro). Me he quedado embobada mirando los cristales enormes y las gotas que caen por ellos.
He observado varias cosas: primero, todas las gotas han acabado su camino. Unas más rápidas que otras pero absolutamente todas, lo han conseguido; segundo, todas las gotas empezaban siendo más grandes, con más agua y poco a poco, conforme iban recorriendo el cristal, se han ido consumiendo; tercero, muchas partes de ellas se quedaban por el camino. Y me traía nostalgia, no sé por qué. Pero, repentinamente, una gota se hacía más pequeña porque había perdido parte de ella; cuarto, a veces se unían a otras gotas y se hacían más grandes, también pasaban por encima de otras gotas y no pasaba nada (es decir, no se unían a esas gotas), a veces había un obstáculo en el cristal (una mancha, minúsculas partículas de agua, vaho, etcétera) y se separaban en dos o tres partes y no volvían a unirse, en otras ocasiones se unían de nuevo a otras gotas de lluvia y tras unos centímetros siendo la misma gota... se volvían a crear diferentes caminos y no volvían a encontrarse, ni siquiera al final. Esto, sin duda, es lo que menos me ha gustado.
Pues bien, las personas somos iguales a las gotas de agua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario