"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

martes, 12 de marzo de 2013

Dos gotas se caen al mar.

Ha sido extraño. Iba en el autobús y fuera no paraba de llover (yo ardía por dentro). Me he quedado embobada mirando los cristales enormes y las gotas que caen por ellos. 

He observado varias cosas: primero, todas las gotas han acabado su camino. Unas más rápidas que otras pero absolutamente todas, lo han conseguido; segundo, todas las gotas empezaban siendo más grandes, con más agua y poco a poco, conforme iban recorriendo el cristal, se han ido consumiendo; tercero, muchas partes de ellas se quedaban por el camino. Y me traía nostalgia, no sé por qué. Pero, repentinamente, una gota se hacía más pequeña porque había perdido parte de ella; cuarto, a veces se unían a otras gotas y se hacían más grandes, también pasaban por encima de otras gotas y no pasaba nada (es decir, no se unían a esas gotas), a veces había un obstáculo en el cristal (una mancha, minúsculas partículas de agua, vaho, etcétera) y se separaban en dos o tres partes y no volvían a unirse, en otras ocasiones se unían de nuevo a otras gotas de lluvia y tras unos centímetros siendo la misma gota... se volvían a crear diferentes caminos y no volvían a encontrarse, ni siquiera al final. Esto, sin duda, es lo que menos me ha gustado. 

Pues bien, las personas somos iguales a las gotas de agua. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario