"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

miércoles, 24 de julio de 2013

Rompiendo el espacio-tiempo

Y aquel pintor se hubiese inspirado en nosotros para hacer una de sus obras más brillantes y cuando escribieras el capítulo séptimo habrías pensado en mí. En las siete maravillas, en los siete días, en las fases lunares, en el número de la suerte, en el número de mis pestañas multiplicado por infinito, en los colores del arcoíris y, especialmente, en las siete tonalidades del azul.

También me hubieses querido en el capítulo catorce y en el último hubieses vuelto a por mí, nada de imaginarme en los rincones más oscuros de tu mente. Entraste en “Shakespeare & Co” y te sentaste en las escaleras a leerme con tu voz grave y rota, dejando eco y huellas en mi espalda. Y, esta vez, me leíste de verdad; literalmente.

Llegaste a contarme que ella lo olvidó todo y cuando se cruzó con él volvió a engancharse y él recordaba hasta el último día y ella, sin embargo, parecía que había vuelto a nacer. Me contaste historias de cometas azules que se mezclaban con el cielo y diábolos blancos que se confundían con las nubes. Me contabas que mis dedos eran teclas de un piano de cola negro y que cada vez que me tocabas me convertías en música, como por arte de magia. Pero yo ya lo sabía; tú, por completo, eras magia. O el día que escribiste que podías convertir mis vértebras en las cuerdas de un violín.

Al final has aparecido en forma de canción y he recaído en el sonido de tu voz que llevo echando de menos todos estos años, como si antes lo hubiese querido para mí. Como si.
Has vencido al espacio y al tiempo, has inventado la casualidad más esperada haciéndola realidad con tu magia y has creado la conexión y es ahí, justo ahí, cuando has roto las distancias.

Hablabas de todos los libros que te quedaban por leer y también de los que habían cogido polvo en tu estantería, en el suelo y debajo de la cama. Cigarros apagados por todas partes, las sábanas revueltas, las cortinas echadas y mis medias en el sillón llenas de tus carreras y tus metas por llegar hasta mí. Otra vez tu voz. Me quedaría dormida escuchando cómo me lees (y esta vez me refiero a una de esas páginas que hablan del paraíso, de peces en los labios, de huracanes en el pecho).

Ahora voy a la entrada principal, paseo aproximadamente unos doscientos metros y giro a la derecha. Calle Allée Lenoir. La pequeña diagonal, por allí. Listo. Voilà. La tercera división, en círculos cerrados, rodeándolo, rodeándote. Y andar siete pasos. Allí estás sin estar. Parece que para llegar a tu cielo tengo que saltar la rayuela. Tú siempre igual.

Te prefería en el café Old Navy del Boulevard Saint Germain que en Montparnasse aunque, reconozco, que su rascacielos me acerca un poco a ti y en su azotea he dejado tus marcas con tizas.


Te has quedado en Montparnasse, con mis letras, mis lágrimas y mis ganas de que vuelvas a llenar todo de humo. Y tu voz, bendita sea tu voz.

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