Nos dijeron que al final lo único que quedaban eran las canciones.
Yo creo que al final lo único que nos queda son las fotografías, las cartas, los billetes de avión, las entradas de cine de cuando compartimos la película de nuestra vida o la cucharilla de plástico del helado de chocolate que nos comimos antes de entrar al fotomatón. También quedan las paredes recién pintadas para olvidar las marcas de cuando íbamos al instituto y nos pasábamos las horas riendo y, a veces, (sólo a veces), abro las cajas donde quedaron las pulseras que nos regalábamos o los dibujos de cuando no habíamos cumplido ni los once años. Todo lo que está pero ya fue.
Probablemente las imágenes sirvan para recordarnos que fuimos más felices de que lo pensábamos, más felices de lo que somos ahora y quién sabe, a lo mejor un día volvemos a los días sinfín. A lo mejor reestrenan El Rey León por tercera vez en la gran pantalla y las lágrimas son las mismas que las de aquella vez.
Es lo que pasa cuando veo las fotos viejas y descuidadas, cuando llevábamos ese peinado (¡por Dios!) y pienso que nada será igual y menos mal, menos mal. Supongo que es 8 de septiembre y ya no escuece. No escuece porque curamos la herida. 23:38 de la noche y no he vuelto a arrepentirme de todo lo que ya no es. El caso es que cuando veo ciertas fotografías me acuerdo del huracán que creamos en la ciudad, me acuerdo de los secretos mejor guardados y me acuerdo de los que no están. Vamos y venimos y es una lástima cuando nos olvidamos de todo lo que hemos vivido.
Las fotografías perduran en la memoria para recordarnos que todo fue real y que fue mejor de lo que creímos en ese momento, claro que fue mejor. Fue mucho mejor. Los recuerdos pueden cambiar la historia y París puede conseguir que la rotación de la Tierra cambie su sentido. Y las fotografías, bueno, las fotografías pueden conseguir que el mundo se detenga.
Y de septiembre mejor no hablamos.
Las fotografías a veces son tan nostálgicas y melancólicas...
ResponderEliminarUn besito.