"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

martes, 3 de septiembre de 2013

Un futuro inexistente.

Quedaos con esos años y con la magia de pasar seis horas diarias con las personas imprescindibles. Si pudiese volver a otra época, volvería a los años de instituto. Los años más interminables de nuestras vida pero que, lamentablemente, terminan. Y sueñas con el fin cada día y cuando llega... sueñas con el principio. El día que empezó todo. 

Nosotras éramos las mejores, así, sin excepción alguna. Teníamos ahí nuestro futuro. Las historias de amor, los amigos y nuestra vida, en resumen. Teníamos un hueco hecho, un espacio que nos habíamos ganado entre esas paredes que a veces (y sólo a veces) parecían una cárcel de la que nunca podrías salir. El futuro estaba allí fuera y nosotras éramos tan tontas que no pensábamos que lo mejor era lo que teníamos. Teníamos una imagen, una identidad, un lugar donde pasar las horas. Recordábamos quiénes éramos, lo teníamos presente cada día. Hasta que llega el fin. 

Un día decidimos que no volveríamos a pasar por allí porque nos dijeron que no podíamos volver al sitio donde habíamos sido felices y qué razón. Así lo hemos hecho. O volvíamos juntas o no volvíamos, y la palabra "juntas" se ha desvanecido tanto que ya no recuerdo su significado. 

Ahora hablamos del futuro. Del futuro que no tenemos en un país que parece que no existe. Hablamos de todo el esfuerzo sin recompensa y de lo lejano que quedará todo esto mañana. Y recordamos todas las historias que nos inventábamos en aquel instituto sobre nuestro futuro. Nuestro futuro, como si nuestros futuros fueran de la mano y sólo necesitásemos un futuro para todas. Qué estupidez. 

Ahora nos limitamos a hablar del futuro, sin nuestros y sin nuestro. Hablamos del futuro a secas porque no tenemos un futuro que nos pertenezca. No tenemos nada. Ni siquiera un segundo idioma bien aprendido para terminar en una radio extranjera hablando sobre música. Parece que poco a poco perdemos la identidad (o nos la roban) y a veces nos cuesta recordar quiénes éramos o quiénes somos y es una lástima. 

¿Y si no queremos movernos de aquí? El sitio que nos vio crecer. A lo mejor nos hemos hecho mayores y hemos echado raíces y ni siquiera lo sabíamos y es un problemón porque nos están echando sin querer-queriendo. A lo mejor los Estados Unidos no nos gustan tanto como pensábamos y resulta que las calles viejas del centro de Sevilla nos transmiten mucho más que el Empire State, es que no lo sé. 

Lo que no sabíamos es que los que están arriba tenían el poder de nuestras vida, de nuestros estudios, de nuestros sueños y de nuestras historias. Han decidido que abandonemos todo lo que hemos ido construyendo. Y creen haber conseguido que olvidemos todo lo que fuimos y que borremos todo lo que nos ha llevado hasta aquí y lo que no entienden es que nos pueden robar el futuro pero no nos pueden quitar las historias que hemos ido creando hasta llegar a nuestra propia cima. Todavía tenemos identidades y olvidar quiénes somos sería caer en el error que está cayendo sobre nosotros. 

Volvería a los mejores años de mi vida donde todo estaba moldeado a nuestras vidas y donde lo conocíamos todo (y a todos). Volvería a las declinaciones del Latín y al abecedario griego. Volvería a nuestro sitio de siempre y volvería con la mejor compañía que el universo ha conocido hasta ahora. 

Pero no se puede volver al lugar que te hizo feliz porque la vida da tantas vueltas que quizás ya no es lo que era y nosotros no somos lo fuimos y, bueno, el pasado pasado está. 

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