Supongo que la novedad era mejor que todo. Suele contarme algunas noches que soy lo mejor que le ha pasado al mundo, al suyo. Pero dime, ¿de qué sirve tanta palabrería? Aquí seguimos, como nunca y desde siempre. Parece que tus ojos verdes han decidido taladrarme la nuca y me están matando. Poco a poco, día a día.
Tranquila, yo no te culpo, lo entiendo. Todos buscamos lo diferente, los cambios, nuevas voces, nuevos cuentos. Pero. Siempre hay un pero. Pero no puedo evitar odiarte. Sí, del verbo odiar. Te lo juro. No puedo evitarlo. Tienes el poder de crear un monstruo dentro de mí y no lo aguanto. No te aguanto. No aguanto que prefieras a todas aquellas personas que no llevan mi nombre. Ni aguanto que seas capaz de no pensarme y capaz de no mover ni un dedo o no demostrar absolutamente nada.
Y te juro que lo siento, que siento que a veces haya rencor en todo esto. Te juro que lo siento y que vivo con ello todos los días pero no soy capaz de olvidar las mil y una historias que llevamos sobre nuestras espaldas. No puedo. No puedo evitar que todas las veces acabemos igual, ni puedo evitar acabar escribiéndote, otra vez. Que no sé ni siquiera si merecemos esto, que dudo de todo lo que ha sido y dudo de todo lo que será. Lo que será. Que no sé ni qué será. Ni qué seremos.
Y te odio tanto y siempre sigues ahí y yo llevo sin moverme una década y no te das cuenta. Las personas tenemos límites y finales y los hilos se cortan y tú no te das cuenta. Tú te crees que puedes vivir eternamente colgada de ese hilo, como si fuese tan resistente como tú. Como si se tratara de una barra de hierro y sólo es un jodido hilo que recorre el mundo entero y acaba en mi muñeca.
Ojalá pudieras quitarte la venda de los ojos para poder ver cómo brilla el verde. Ojalá.
Que nada ni nadie te haga pensar que no fuisteis las mejores. Sólo eso.
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