"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

sábado, 5 de octubre de 2013

Nos aburríamos en la universidad y esto era mejor.

La vida, podría decirse, que era aquello que pasaba mientras me enseñaba dibujos; me descubría canciones en francés; se sentaba conmigo en una acera de Malasaña tras pasear por Espíritu Santo o decidía soltar el globo rojo, reivindicándome que ella también quería volar lejos de mí y cómo la entendía y quién se negaba a ella, quién. 

Me contaba que nunca llegó a recoger la camisa negra de encima de la silla por si los demás recuerdos borraban nuestras huellas. Y su cama, por las noches, se convertía en un metal gigante con imanes en forma de niñas y nuestras iniciales escondidas. 
Y, bueno, hace ya que se gastaron mis cuerdas vocales contigo y por eso no te puedo retener. Dime cómo te vuelvo a avisar si mi voz está rota y se quedó cerca de la plaza con un nombre que no recuerdo, donde está la historia escrita entre libros viejos de la librería Aleph

Tu nombre capicúa ha convertido todo esto es capicúa y yo ya no sé si es el final o si estamos volviendo a empezar o qué. Lo has revuelto todo y está bien, qué más da. 

¡Y mira que te hielo y mira que me hieres y viceversa!

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