"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Tú nunca caerás.

El invierno se inventó para que me trajeses el café a la cama, la tostada hecha y la persiana dejando entrar los rayos leves del sol. Para que volvieras. Te pasaras por aquí y convirtieses la ciudad en nuestra ciudad. Se inventó para no pasar las noches solos, dos cuerpos ardiendo y soldados. Que diciembre se va y no has vuelto por aquí, donde se juntan dos ríos y hacen fuerte a la corriente. Y la Luna no está, dónde coño estará la Luna que nos salvó tantas veces.

Nunca llegas, ya es costumbre. El café se ha enfriado y la cama hecha a la perfección porque nadie se tumba sobre ella. Y tú ahí, como si nada. Apareciendo cada mes de abril sin querer pero queriendo. Un día al azar, normalmente un miércoles. Sí, un miércoles cualquiera pero que termina por no ser cualquiera. Para mí es el mejor miércoles del año. Para ti el miércoles cualquiera en el que nos cruzamos en el sitio de siempre. Odio abril y me encanta. Porque se mezcla mi parte azul con el verde de tus ojos y poco más. Y me conviertes la primavera en invierno y no hablas y me desespero y me tomo un vaso de más. Ya sabes lo que dicen, echar un litro de más es echar a alguien de menos. O algo así era, no me acuerdo. Qué más da.  Pero tú siempre tú y yo siempre tan distante físicamente y tan cercana... Cercanos... ¿Te acuerdas de mí? Juraría que sí. Juraría que cuando tienes las manos congeladas a las ocho de la mañana te acuerdas del tiempo en el que existía la eternidad y las calles las ponían sólo para nosotros. Y juraría también que ahora no tienes a nadie que te estruje hasta hacerte explotar y que, de alguna manera, nadie ha rellenado el vacío que te quedó. Descuida, yo estoy más vacía. Y ahora un poco más de lo normal. Pero bueno, tú siempre dejas más huella que cualquier persona sobre la faz de la Tierra y te odio por ello. Te odio mucho. Te odio tanto que no lo soporto. Te odio tanto que no entiendo cómo mi odio no te ha destruido. Podría derrumbar cualquier cosa por mi odio hacia ti o hacia mí, todavía no lo sé.
Ni siquiera nos encontramos de manera casual y sé que hemos coincidido en la misma manzana a la misma hora. Al irme entraron tinieblas, como en la canción.
Y al preguntar si está más animada, inspira y dice que al irse él entraron tinieblas.
No entraron al irme, entraron el día que no me dejaste volver. Y lo sabía pero necesitaba volver. Se supone que el 'para siempre' se convierte en 'nada'. Y no, aquí es al revés y no sé si será porque nos gusta ir a contracorriente: la 'nada' se ha convertido en el mayor 'para siempre' de la historia. Y es verdad.

El invierno se inventó para meternos en la ducha, romper las ventanas y colarnos por ellas, escribir en los cristales empañados y juntas iniciales que separadas sólo son letras sin significado ninguno. Ya lo sabes, tú nunca caerás; ya te caíste conmigo. Aun así, te has equilibrado y me has desequilibrado y aquí estoy y allí estás. Como si no pasara nada, como dos desconocidos que se conocen a la perfección. Como dos personas independientes y sin conexión. Como si negaras que hay un hilo invisible que nos une, como si pudieses querer otra vez, como si te fueses a dormir sin pensar en mí, como si no recordases cada banco en el que nos sentamos o cada día en la playa o en tu cama o en la mía o viendo películas o riendo sin parar o llorando o no sé. Como si no recordases el día que decidiste fundirte conmigo al cien por cien cuando todo se había acabado. El día que confesaste tu secreto mejor guardado o el día que me invitaste a cenar. Actuando como si todo esto no hubiese ocurrido pero echando de menos cada momento pasado. Sí, pasado; de esos ya no vuelven nunca. Que se han quedado atrás, que han desaparecido, que fueron, que no serán, que se han perdido contigo y conmigo... por separado.

El invierno se inventó para que cuando abriese mi maldita puerta estuvieses ahí detrás, esperándome como hace una eternidad. Escuchando cómo te susurraba que podías contar conmigo para siempre. Pero no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario