Y aparece una bandera de España que usábamos para apoyar a la Selección aquel mes de julio, fotos viejas donde no nos reconozco y rotas y dobladas, pulseras descosidas, anillos gastados, billetes de tren que unían la primavera con el verano en el Puerto de Santa María (con tus piernas ardiendo en el salpicadero), papeles mal recortados donde apuntábamos títulos de películas para que el azar eligiese qué veíamos aquella noche, un paquete de palomitas vacío de las mañanas que compartíamos entre semana, los cigarrillos que nunca nos fumamos no sé por qué, el lazo que cogía para jugar con una parte de tu vida, el pos-it mal escrito donde nos recordábamos que teníamos que irnos a vivir a un ático en 2013, chapas de CocaCola y teclas del teclado de un ordenador con tu inicial, entradas de cine para las primeras citas, tickets de todo aquello que me regalaste y que me da miedo utilizar, todo lo indestructible que acabé destruyendo. Todos los recuerdos estúpidos que nunca he destapado o, mejor dicho, todos nuestros malditos recuerdos.
No recordaba ni la mitad, porque la memoria es traicionera y porque en dos años no he tenido el valor de volver a abrir esa bendita caja que guarda todo aquello que yo he decidido borrar.
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