"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

domingo, 29 de julio de 2012

Gracias.

Admitirlo en voz alta sería cambiar el rumbo y los planes. Sería aceptar aquella realidad que nos queda demasiado lejos. Unir a dos personas que aunque estén destinadas a estar juntas (o eso nos gusta creer) no deben estarlo. No hay momento ni lugar, no por ahora.

Admitirlo en voz alta sería ser capaz de conseguir eso que nos atormenta cada noche, sería terminar cada conversación con una mirada, sería sonreír sabiendo los motivos.
Y por eso escribo estas líneas, porque ni tú ni yo vamos a aceptar las evidencias. Seguiremos yendo a contracorriente, aunque estemos pisoteando esos principios de los que tanto hablamos.
Pero no es necesario tener principios, lo importante es tener finales.
Abres la boca para soltar todas aquellas estupideces que maquillan las cosas importantes. Haces caso omiso de nuestras intenciones y te ríes y me río y me ahogo en el vaso.

Llego al portal y no me esperas, ¿qué haces? ¿Me quedo aquí sentada eternamente esperando a que des una señal? Capitanes cobardes, así somos.
Y tu magia me hace demasiado efecto y sigo con el as escondido por si un día decides soltar todo aquello que está bajo llave.

Pero no te preocupes, los dos sabemos el final de la historia y, ciertamente, es como el principio. 

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