Se pasó el verano desabrochándole
el bikini después de leer todos los títulos de las películas de la estantería.
Por orden alfabético, horizontalmente, de arriba abajo. Manías familiares, le
decía.
Y todo por el suelo. La ropa, los
zapatos, las películas vistas, los libros leídos, las copas vacías, el helado
terminado. Sólo una estantería, un
cuadro y un DVD conectado a la pantalla. Alguien se había llevado los muebles,
como en aquella película. “Mi vida sin mí”. Marcas en las paredes de todo lo
que fue, lo que no será.
Lo bueno de los cuadros más
abstractos es que esconden las historias más abstractas, más curiosas, las
musas jamás conocidas. Lo bueno de lo abstracto es que no te lo pueden
arrebatar, eso le contaba ella todas las noches, antes de que se tirasen en el
suelo.
Seis tonalidades de azul. Seis. El
cuadro tenía seis tonalidades. Las contaban todas las noches y siempre obtenían
el mismo resultado. Nada de tonalidades infinitas. Y se enfadaban, querían
siete. Querían el número de la buena suerte, querían el número del arcoíris.
Cada noche inventaban una nueva historia mientras miraban el cuadro. Ese día le
tocó a ella contar la historia del azul. Por lo visto, decía, existían personas
que cuando dejaban de estar, seguían siendo. Lejos, pero eran. El azul
representaba a todas aquellas personas que no estaban pero que eran. Le habló
de las personas que se habían ido involuntariamente y que, automáticamente, se
convertían en azules. Los azules. “El día que yo sea azul me quedaré en este
cuadro a vivir, para ser y estar”.
El séptimo día de la siguiente
semana no se presentó.
Ese día había siete tonalidades
de azul. Siete. Como las maravillas,
como los días de sus semanas, como el número de la buena suerte, como los
colores del arcoíris. Su arcoíris personal, como las fases lunares.
El día más azul del año.
Jo, está entrada, me ha gustado tantísimo. Vaya, me has sorprendido. Debería de darte hasta las gracias por todo lo que me haces sentir.
ResponderEliminar