"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

sábado, 23 de febrero de 2013

La última noche.

Voy a (d)escribirte porque quizás sea la última noche que pueda hacerlo. Quizás la próxima vez sólo puedas no-leer un 'adiós'. Depende de ti y de mí y nunca de nosotros. ¿Y si no apareces? Todavía no comprendo que la palabra 'adiós' exista en esta relación que no está caducada, está congelada. Ya sabes, lo congelado no puede caducar. Por eso tengo frío, por eso soy de hielo: para no caducar nunca. Y si me acerco a ti ardo y fuera llueve. Y no puedo escuchar tus canciones por si me vuelvo a enamorar. Sería una locura. 

¿Te das cuenta? Te estoy diciendo que quizás sea la última noche que escriba sobre ti. Llevo años haciéndolo y de repente... Ni siquiera desconocidos que se conocen muy bien, ni siquiera nada. 

No sé cómo voy a resistirme a dejar de hablar sobre tu pelo castaño, tus manos finas y redondas, tu espalda suave, tus dientes tan pequeños, tus pestañas infinitas, tus ojos verdes y esa forma de pasarte el dedo índice sobre ellos cuando tienes sueño. Tu forma de echarte hacia delante, de sentarte en la silla, tu letra redonda y separada, tus canciones... tus canciones. Y cómo olía tu habitación o tu perfume o tu ropa. O tu armario o tu cama o tu almohada, tu jodida almohada. 

Y nuestro febrero. Nuestra entrada al cine. También había un parque y una plaza. Una plaza a oscuras, con pequeños portales, vecinos con perros, bancos, música, árboles. En frente de una iglesia. No sé qué iglesia es, ni siquiera recuerdo el nombre de la plaza. ¿Plaza Pilatos? Sí. Es realmente increíble pero es la primera vez que me acuerdo de su nombre. Ni siquiera sabrás de qué te hablo y me parece bien, al menos uno de los dos se ha salvado. Hace poco pasé por allí. Y cuando digo hace poco me refiero a hace algo más de una semana. Era 14, qué jodida casualidad. En realidad sí. O no. Ya no sé qué pensar de las casualidades. No termino de entenderlas, ¿existen o no? Qué más da, si tú no estás. Cuando tú no estás nada importa. Típico, lo sé pero es cierto. Tan cierto que no podría llegar a explicártelo. 

Siempre he querido saber cómo me recuerdas. Cómo recuerdas todo esto. Si para ti también fue la historia o sólo una historia. Saber si cuentas tu vida a partir de ahí, si es el punto inicial para todo. Como si todo lo de antes no tuviese ningún tipo de importancia. Así es para mí. Todo empezó ese año, lo demás no es nada. No recuerdo nada de lo anterior. Todo empieza ahí, el nuevo comienzo. La historia. Hace unos meses hubiese jurado que me recuerdas cada día antes de dormir y que siempre iba a estar dentro de ti. Ahora ni siquiera sé si piensas en mí cuando escuchas mi nombre o ves mi inicial o ves nuestro número o llega febrero o el treinta y uno de diciembre o paseas por esas calles o gritas en un banco o miras las nubes y buscas las formas o miras la luna o vas a la playa y duermes en la arena o cuando haces el amor o besas alguien o intentas querer y no puedes o lo que sea. Quiero saber si te acuerdas de todo lo que yo recuerdo, si para ti fue una vida entera, si puede haber algo que lo supere o fue insuperable. Si eres capaz de querer. Yo te quise de verdad. Te quise tanto que no sé no quererte. Y es horrible. 

Y nos quedamos sin pisar París, ni Venecia, ni Roma, ni Nueva York, ni San Francisco, ni Londres ni todo ese mundo que íbamos a recorrer. El ático del centro, los niños, ¿qué será de los niños? ¿Y de mí? Quiero salvarte o que me salves.

Eres la única persona que puede salvarme y necesito que lo hagas antes de que sea tarde. Necesito que me salves, que me saques de aquí, que me encuentres. ¿Y si llega alguien que no eres tú? ¿Entonces qué? Nunca habré sido salvada y siempre tendré esos aires fatalistas que no soporto. Y todo porque tú no me quisiste salvar... 

¿Qué hago sin ti? Beber de más, querer de menos. Perderme otra noche en cualquier estúpido lugar. Besar el frío. Y nadie me encuentra. ¿Sabes qué suelen hacer conmigo? Llegan, me cuentan una historia que ni siquiera existe, me quieren besar y me dicen que casi me quieren o que me quieren o que soy especial, me hablan, se ríen, me intentan coger la mano, vuelve la persona que había anteriormente en sus vidas (o llega alguien mejor) y se van. Adiós. Es la historia de siempre con diferentes personajes. Y siempre ahí, en el centro de todo y sin entender nada. Desaparecen, sí, de repente. Ni siquiera avisan. Llevo más de tres historias así. Y la verdad es que al principio llega una pequeña angustia que presiona cada rincón de mi cuerpo pero desaparece rápidamente. Y eso está bien, supongo. El caso es que nunca estoy a la altura y tú me haces sentir que se puede superar a la Luna. 

Y la superamos, claro que lo hicimos. Y cogimos cometas y viajamos en asteroides y tus famosos lunares eran planetas por descubrir y vivíamos allí. Estabas lleno de lunares y yo estaba enamorada de ellos y volvería a caer. Tropezaría con ellos como con tu piedra. Quizás si yo tuviera más lunares tú también podrías tropezarte con ellos o conmigo y estarías aquí y yo no estaría pensando que quizás esta sea la última vez que me dirija a ti. Pero no aparezcas, por favor. Ni siquiera el miércoles de abril. Ni siquiera un miércoles cualquiera. 

No puedo soportar la idea de que vayas a estar siempre sin estar. No puedo pensar que estás ahí si te necesito porque te necesito siempre. Te necesito cada puto día que pasa. Cada noche que me meto entre las sábanas más frías que yo y te necesito cada mañana cuando entran rayos de sol entre las rendijas de la persiana y te necesito cuando diluvia ahí fuera y hay tormenta y no tengo dónde esconderme. Y te necesito cuando quiero llorar y cuando quiero llamar a alguien y cuando quiero ver una película y cuando tengo que dar un jodido paseo con el perro y te necesito cuando me subo al autobús y cuando me voy de viaje y cuando paso por tu calle. Cuando paso por tu puta calle y alzo la vista para mirar tu puto balcón y si tengo suerte estás por ahí y nunca estás y la luz de tu portal siempre está apagada y nunca bajas las putas escaleras cuando paso por ahí. Nunca. Nunca estás. Siempre estás sin estar y estoy harta de esa sensación. 

Te me escapas de las manos. Y no puedo pararte. Mi habitación no huele a ti. He quitado tu foto. No sé por qué lo he hecho, sentía que no era su lugar. Tus canciones, otra vez. 

23 de febrero. La última noche. O la primera noche, como el libro. 
"Después de hacer el amor te quedaste dormida; las persianas de la habitación estaban entreabiertas; sentado, yo te miraba escuchando tu respiración tranquila. Veía en tu espalda cicatrices que el tiempo nunca borraría. [...]"
Tampoco me creo que sea casualidad que haya momentos de este libro que me recuerden tanto a ti. Justo con ese título. Estás hasta en la literatura que no conoces. Hasta los escritores necesitan contar tu historia y hablar de tu respiración y de tus labios.
"Dicen que los lugares conservan la memoria de los instantes que vivieron quienes allí se amaron, quizás sólo sea una locura, pero esta mañana necesito creer en ello."
Yo necesito creer en ello cada día, necesito creer que cada lugar que recorres lleva mi nombre para ti. Y que las iniciales de la pared no se han borrado.

Y dime, ¿qué es peor? ¿Que sea la última noche o que esto no termine nunca?

Recuérdame.

No hay comentarios:

Publicar un comentario