"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

lunes, 30 de abril de 2012

'Ça va?'


―Tienes que pedir un deseo al que más te guste de todos los fuegos artificiales que hay en el cielo.
―¿En serio? ¿Eso te lo acabas de invitar ahora mismo, verdad?
―Que no, en serio. Pide un deseo.

Ella me miró. Me dio un codazo sutil, 'no te olvides del deseo' quería decirme sin hablar. Sabía cuál era mi deseo y aunque quizás ella misma se inventó esa tradición, sólo lo hacía para que creyese que debía seguir intentado aquello que las dos sabíamos que tenía en la cabeza.
El 16 de enero de hace varios años, las tardes con él en aquella plaza del centro. Cada día que me cogió la mano para que el invierno no fuese tan frío o esa manía de tratarme con delicadeza para que no me rompiese. 'Eres frágil' decía siempre. Nunca supe si realmente fui frágil. Siempre me he creído la persona más fuerte del universo pero, entonces, todo estaba del revés. 'Qué bonita eres', cuántas estupideces llegué a escuchar durante los mejores días de mi vida. Intercambié los domingos astrománticos de mi infancia por domingos en el parque aprendiendo inglés o enseñando francés, 'Ça va?'; 'Faire l'amour'. Él quería tirarle piedras a los patos, yo era la tonta ecologista que quería darles de comer. Se metía con los patos, ¿qué coño tenían los patos? Cada vez que he leído a Salinger y 'El guardián entre el centeno'  te he recordado, ¿dónde irán los patos de Central Park cuando el lago está congelado? Aquí nunca se congelará el lago. Adoro esa novela.
'Más bonito que ninguno, ponía a la peña de pie. Con más noches que la Luna...' Creo que una de nuestras aficiones fue cantar a los flacos cada noche al lado del río. Sentarnos en aquellos bancos, contemplar la Luna y hablar sobre ella y, de repente, nubes con formas. ¿Cuántas imágenes vimos en aquellas nubes? Diablos, dinosaurios y alguna que otra persona. Cada día recuerdo menos, disculpa. ¡Maldita sea! Mereció la pena pasarme las horas sin dormir y cambiarlas por madrugadas en la calle sin rumbo fijo, con viento helado y manos inmóviles. 'Manos frías, corazón caliente.' Qué razón, creo que tu corazón ardía cada noche. Y en la cama, sola, me prometía que algún día te contaría mis mil y una confesiones pero mi frialdad y mi miedo siempre impidieron que mi voz sonara. Y un día me cambiaste. Gracias, supongo. Un giro de ciento ochenta grados. ¿Por qué? No sé por qué querías saberlo todo de mí, ni por qué querías saber todo lo que guardaba para ti. Quizás fue demasiado o quizás terminó por no ser suficiente. Me pregunto si las tardes en el cine eran para ver la película o parar tirar palomitas a los asientos de delante (o de detrás). Qué estúpidos, ¿por qué nos gustaban esas gilipolleces? Éramos invencibles, eternos. ¿Y sabes? Por aquí más de uno lo sigue creyendo y me preguntan por ti. 'Qué locura', pensarás. Sí, qué locura... Como todas las paredes en las que dejamos nuestras huellas con nuestras iniciales. Ahora tienes la culpa de que algunas canciones me recuerden a ti, 'allí donde solíamos gritar'.
Y dijiste 'te quiero'. ¿Te quiero? Te quiero. Sonaba bien, en aquel sofá. Creímos que era 13 de febrero y odiábamos el 13. Y miramos el reloj y habían pasado las doce. 14 de febrero, parecíamos quinceañeros. San Valentín, mi cinismo nunca me dejó creer en esa fecha tonta y tú... tú volviste a cambiarme. ¿De qué ibas? No sé qué querías de mí pero te lo di todo.
Por cierto, dos cosas: la primera, no he vuelto a pisar nuestro restaurante; la segunda, lo primero que hice cuando me fui de aquí fue coger los peluches. Están bonitos, los cuido. Qué tonta, sé que lo piensas. Los necesito, son muy tú. Me miran y sé que piensan '¿qué has hecho con tu vida?' y yo los miro y pienso '¿qué mierda he hecho con mi vida?' Echarme a perder. Odio que me miren. No te preocupes, dejé de estar loca cuando abandoné la ciudad. Al igual que dejé de perderme por las calles estrechas, vacías y silenciosas. Dejé de apoyarme en esas paredes blancas y dejé de escribir en las ventanas de los coches. No tenía iniciales con las que firmar. Dejé de escuchar a Quique González, 'caminando hacia el Puerto de Santa María, con tus piernas ardiendo en el salpicadero', odio esa frase. ¿Por qué fuimos a esa playa? ¿Para recordar esa canción toda mi vida? El mar se lo llevó todo. 'Aunque tú no lo sepas, nos decíamos tanto'. Aquel día de mayo el Puerto de Santa María estaba precioso. Silencioso, las playas vacías. La chica de las converses y el chico de los rizos; la marea nos alcanzó y nos mojamos de arriba abajo. Te estaba contando mis batallita, tú ya me habías hablado de tus historias. Me encantaba escucharte, ni te imaginas cuánto. Me gustaba más reírme de ti, de tus tonterías, de tus obsesiones y de tus apuestas. Cuántas veces habré perdido contra ti. Al futbolín, al billar, notas de exámenes. Empezamos a quedarnos sin ideas. Aunque, ya sé que nunca lo admití, me encantaban nuestras partidas. Era mala, mala, malísima. Qué horror. Entonces te reías tú, cómo te odiaba. Igual que te odiaba cada vez que insultabas a los jugadores del equipo contrario. Joder, te ponías como loco. Ese año el Sevilla jugó bastante bien. Me sabía los días que jugaba, contra quién, sabía los resultados y hasta aprendí los nombres de los jugadores. Que sepas que deseaba que ganase todos los partidos y me hubiese gustado acompañarte al campo. Me conformaba con ver el mundial contigo. En tu casa, en la mía, donde fuese. Y salir al balcón y gritar y coger banderas de España y pintarnos la cara. Fuiste feliz en ese momento e, inevitablemente, yo también.
Nos gustaba ser dos bichos raros, nos gustaba escuchar las campanadas de la Giralda el 19 de junio a la una de la mañana; '¿te quieres casar conmigo?', preguntaste. ¿Quién no iba a querer casarse contigo? ¿Quién?

Pedí ese deseo y si lo cuentas no se cumple. Y no sé qué me horroriza más, que se cumpla o que no.




Tú y yo hacemos lo que queremos y no queremos ser como los demás.

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